Para Mario Vargas Llosa, autor de novelas históricas alejadísimas de sus cada vez más panfletarios artículos: “La literatura es una mentira a través de la cual descubrimos verdades”. Cualquiera que haya leído La fiesta del chivo, La guerra del fin del mundo, El Paraíso en la otra esquina o La guerra del celta, podrá acercarse a la afirmación del peruano. De hecho si somos impertinentes la construcción literaria de la historia no es historia, como podría no serlo la historia misma que finalmente también es una construcción por muy documentada que se encuentre; construcción sujeta a corrientes de pensamiento y las hegemonías de los poderes políticos en disputa
Los años de plomo de Hugo Esteve Díaz es primero que nada una obra de ficción sobre uno de los temas que más le apasionan a su autor, visible en algunos de sus trabajos como: Amargo lugar sin nombre. Crónica del movimiento armado socialista en México 1960-1990 (2013) o la compilación literaria emprendida en Accidentes de la razón. Antología del cuento guerrillero (2018), trabajo por el cuál quizás Hugo tuvo el impulso por incurrir en la literatura para escribir de lo que conoce. Curiosamente no lo hizo a través del cuento, sino de la novela corta, un camino que consolidó mediante once ágiles capítulos que aunque pueden leerse como viñetas separadas, requieren de la secuencia desprendida del índice si uno, como es mi caso, no es experto en estos temas.
Así lo escribe Hugo Valdés Manrique: “El interés de Hugo Esteve Díaz por la llamada guerra sucia que asoló al país hace medio siglo no se limita a los exhaustivos trabajos de investigación que ha venido publicando en años recientes: su gusto por la literatura lo condujo a escribir Los años de plomo para dar cuenta de pormenores de esa etapa desde un registro novelístico que mucho se agradece, en vista de cómo la narrativa revela aspectos y matices que inevitablemente escapan en una pieza ensayística y aun en el testimonio y el documento de denuncia.”
2
La novela es circular porque inicia y termina con dos acercamientos a un hecho de nuestra historia reciente: el fallido intento de secuestro de la hermana del entonces candidato presidencial José López Portillo, reconocido en la novela como Juan Pérez Murillo.
Comento esto porque en la presentación de su trabajo Hugo Esteve dijo que todo lo que narra ahí es ficción. Y en estricto sentido lo es, pero muy entreverada con la realidad de la Guerra Sucia del periodo de Luis Echeverría Álvarez, mejor conocido para los lectores de la novela como Raúl Echegaray Ávila.
Cuando se tiene Google al alcance de un click, y una novela breve que fluye rápido como Los años de plomo, es inevitable incurrir en el vicio de las referencias cruzadas. Sobre todo cuando la “verdad histórica” o lo que eso signifique, se entrevera con la imaginación del autor que a su vez cruza el campo de la curiosidad lectora. De esta manera, por ejemplo, no me fue difícil identificar a Echeverría, López Portillo, Fernando Gutiérrez Barrios o Miguel Nassar Haro, pero cuando quise adentrarme en la historia de los cuadros de la Liga 23 de septiembre, batallé más.
3
Los episodios también son parcialmente ciertos. Por ejemplo, el alter ego literario de Gutiérrez Barrios, retratado con ingenio por Hugo Esteve, es designado secretario de Gobernación para que, dos años después, se convirtiera en gobernador de su estado. Aunque en “la realidad” no fue así. En efecto, gobernó Veracruz en los últimos años de la gestión de Miguel de la Madrid (no con Jolopo) y cuando Salinas le robó la presidencia a Cárdenas lo hizo su secretario de Gobernación. Y errado no anduvo si seguimos la pista de la ficción proporcionada por la novela:
“[Alejandro González Calleja] Como responsable de los asuntos de seguridad nacional y de los servicios de inteligencia, había dirigido los esfuerzos de la corporación más hacia el espionaje de políticos, funcionarios públicos, dirigentes sociales, empresarios, periodistas, artistas y extranjeros radicados en nuestro país, que realmente hacia la seguridad del Estado. Para ello había creado una red de compromisos y chantajes que le permitían acceder a información privilegiada, además de intervenir teléfonos y ponerle ‘cola’ a aquellos que le interesaban, sobre todo a sus adversarios. Con los recursos de la DNS –que eran cuantiosos, secretos e incuestionables– había puesto en marcha un engranaje de complicidades basado en la información que lograba obtener, ya fuera para favorecer a sus aliados o para perjudicar a sus enemigos.”
4
Este libro publicado por la Universidad Autónoma de Nuevo León nos acerca también a la brutalidad de la policía política y del ejército mexicano en aquellos años en los que muchos jóvenes estaban convencidos de que sólo por la vía de las armas sería posible cambiar al régimen. La tortura, el miedo, las familias rotas, los desaparecidos, las parejas comprometidas por una causa, los que corrieron con suerte y los que no y el siempre presente periodismo corrupto.
Hugo Esteve hecha mano también de un recurso juguetón para darle más verosimilitud a su ficción: la invención de fichas policiacas, despachos diplomáticos y notas periodísticas, presentados como tales, es decir, en sus formatos habituales. Como las notas del “Excelso”, las fichas de la DNS y la traducción de textos de la embajada de sus “originales” en inglés.
5
Lamentablemente el TOC no me deja en paz y fue en el día del corrector cuando descubrí que se les escapó un “Don Fernando” en vez de un “Don Alejandro”. Al lector le toca descubrir en qué pagina de esta recomendable novela se escondió el gazapo.
Copyright © 2021 La Crónica de Hoy .