Opinión

De apocalipsis y de la cuarta transformación

¿Habrá habido siempre malos presagios, a través de los tiempos, sobre la extinción de los seres humanos en el planeta? ¿El ocaso de la humanidad, la hecatombe mundial navegan en las predicciones de todas las épocas? Supongo que sí. Imaginar magnas calamidades es quizá intrínseco a toda la gente, no nada más a Hollywood. Existen profecías terribles en muchas culturas. Ya he contado aquí, creo, que cuando era niña, en pleno hervor de la guerra fría, mis amigos del colegio y yo hablábamos de la bomba atómica que podía detonarse en cualquier momento, ya fuera por los soviéticos o por los estadounidenses. Luego vino Vietnam. Parecía que dejamos de temer la explosión nuclear y de pronto debíamos preocuparnos por aquellos orientales martirizados por los gringos. Llegó entonces la avalancha del mundo hippie, del rock, de Woodstock. Las horribles historias del nazismo, de la diáspora española tenían que ver con algunos de nosotros, pero en un pasado que no nos había tocado vivir. Éramos adolescentes y toda una vida estupenda nos aguardaba.

Hoy regresan vaticinios ominosos, la preocupación científica por el miedo a un desastre planetario, como el cambio climático es algo real. Comenzamos a sentir sus consecuencias desde ahora. Y encima de todo, los mexicanos debemos lidiar con el populismo que también afecta a otros países. Me refiero a la tendencia política que dice defender los intereses del pueblo., entiéndase pueblo por los menos favorecidos en la escala económica, por los descamisados de Eva Perón. Al jefe máximo solo le importa el pueblo que, a pesar de la presencia real de los pobres, se transforma en la imago que crea el que se encuentra en el poder, hecha a su imagen y semejanza “No se necesitan más que un par de zapatos”, ha dicho López Obrador y por eso le hemos visto los suyos sin bolear. Los líderes populistas siempre son afines en cuerpo y alma al pueblo. “El pueblo pone y el pueblo quita”, apuntan el presidente de México y sus seguidores. Y como el líder fue puesto por su “pueblo” ni Dios padre (si es que existe pero, como sea, es una manera de decirlo) “lo quita”, porque “él ya no se pertenece” dado que ha experimentado una transubstanciación con el pueblo bueno y sabio que nunca se equivoca. Las clases medias aspiracionistas, los ministros de la Corte que no llevan a cabo la santísima voluntad del ungido, los mefistofelianos intelectuales que lo critican, las instituciones que oscurecen su rayo de poder, la prensa corrupta que ensucia la impoluta investidura del señor presidente, los que se llaman a sí mismos ciudadanos, porque son ciudadanos, resultan personajes abyectos, conservadores, de derecha y hasta compinches de los oligarquía, aunque los únicos posibles oligarcas, según la ciencia política, se definen por aquellos pocos que sustentan el poder. En este caso, los oligarcas parten de Morena, ocupan curules morenistas y sus legisladores se reúnen aparte para aprobar las modificaciones, leyes y dictámenes, uno tras de otro, propuestos por Andrés Manuel López Obrador. Fue una noche negra para la democracia en México, esa del viernes 28 de abril del presente año. Se pasaron 20 dictámenes, 18 leyes secundarias y dos reformas constitucionales. Wow! No hubo discusión ni se usó el salón del pleno. Como apuntó la senadora panista Kenia López, (Reporte índigo, 04/05/23) hubo “una orgía legislativa”, excluyente, desde luego.

Pensar en el apocalipsis, mientras uno atestigua los movimientos dictatoriales de lo que se llama la Cuarta Transformación, dizque una “revolución pacífica” que, como sentencian los morenistas, no se puede concretar en un sexenio, está demás. Y casi ni viene a colación, mientras nos llegan los ecos de la IV Internacional, una organización de partidos comunistas de filiación trostkista, que ansiaba la revolución mundial. Y aunque la IV internacional se extenuó con el asesinato de Trotski, como todos saben, en ese momento, 1940, avecindado en Coyoacán, en la Ciudad de México, varias grupos aún se creen herederos de aquella alineación marxista.

“... el marxismo”, escribió Giovanni Sartori en su libro La carrera hacia ningún lugar, 2016, “logró poco a poco introducir dos añadidos a la noción de revolución. El primero es que las revoluciones que no son “de izquierdas” no son auténticas revoluciones. De ello se deduce que sólo las revoluciones marxistas, las revoluciones de matriz comunista, eran y son efectivamente tales. No obstante, en 1989 casi nadie se atrevió a sostener que las revoluciones en los países del Este que acabaron con los regímenes comunistas eran contrarrevolucionarias, revoluciones reaccionarias. Y así la izquierdización del concepto se disolvió.”

Ahora cito a Rafael Cardona de La Crónica de hoy en su artículo del martes 17:

“Para lograr plenamente los fines de esos repartidores justicieros (los populistas) , es necesario cambiar las Constituciones y las leyes. Como significan un obstáculo para algunos propósitos, se comienza por desbaratarlas”.

Después de haber “madrugado” a los legisladores de oposición la noche del 28 de abril , de que AMLO se niega a entregar la presidencia de la Alianza del Pacífico, grupo que conforman México, Perú, Colombia y Chile, a Dina Boluarte, la presidente peruana, de que premia a Díaz Canel, dictador de Cuba, de su asedio a SCJN, en concreto a la ministra presidente Norma Piña, de sus lazos con Nicolás Maduro, de los Libros de Texto que prepararon Marx Arriaga y el chavista Sandy Loaiza, libros ahítos de ideologización, de mucho más , pero, en especial, de los desplantes y las medidas dictatoriales del mesías tropical, me pregunto, aterrada, si, ¿de ganar la alianza opositora en 2024, se negaría el de Macuspana a ceder la presidencia de la República (1) o, de dominar de nuevo Morena (2), acaricia la idea de una maximato demodé y con su sello personal?

¿Y si de plano nos cae un meteorito?

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