Ahora se sabe que el hombre de 26 años que dio muerte a 26 personas, incluyendo un menor de 18 meses, hiriendo a 20 más en una iglesia de Texas el domingo, era violento con su esposa y con su hijastro, el bebé de ella, a quien en una ocasión le fracturó el cráneo, por lo que estuvo un año en prisión. Abusaba de los animales, no lograba conservar ningún empleo, fracasaba en todo, inclusive su matrimonio, y había estado en una hospital psiquiátrico, de donde escapó. Aun así, nadie, ni el FBI, encontró nada en su pasado que le impidiera comprar armas.
De modo que bien armado, vestido con chaleco antibalas y una máscara de esqueleto, acudió a la iglesia bautista en Sutherland Springs, una pequeña comunidad en las afueras de San Antonio, disparando indiscriminadamente contra quienes oraban ahí. Al parecer no por razones ideológicas, ni políticas ni religiosas, sino porque estaba enojado con su suegra. La señora por cierto ni siquiera se encontraba en el templo.
Una masacre más, la número 307 en los 311 días que llevamos de 2017. Pero ¿cómo es que Estados Unidos ha sufrido casi el mismo número de tiroteos masivos —entendiéndose por esto los que resultan en cuatro o más víctimas— que los días transcurridos en el año? ¿Será que este país es más violento que el resto del mundo o será que la sociedad está tan dividida y es tan racista que se matan unos a otros? ¿O quizás no están bien de la cabeza? Esto último queda descartado ya que sólo el 4 por ciento de las muertes por un arma se atribuyen a personas con problemas mentales.
La respuesta, dicen los expertos, es el número excesivo de armas y la falta de control sobre ellas. Estados Unidos encabeza la lista de naciones industrializadas donde más particulares poseen al menos una pistola. Aquí conviven 325 millones de personas con 310 millones de armas. De acuerdo a las cifras más recientes, existen 101 armas por cada cien ciudadanos. Este país tiene menos del 5 por ciento de la población mundial, pero tiene en manos de civiles el 50 por ciento de todas las armas del planeta. Si vives aquí el vecino las tiene y el de la casa que sigue también.
Y es que en su mayoría los estadunidenses aman a Dios, aman la vida pero irónicamente también aman sus armas, en una contradicción que simplemente no se puede entender. ¿Cómo es que el país más poderoso, supuestamente el más democrático y avanzado del mundo, vive en luto constante, y acepta masacres y tiroteos masivos como rutina? ¿Cómo fue que se convirtió en un lugar donde hay más posibilidades de morir si la gente está en la iglesia, en la escuela o en el trabajo, que en una zona de guerra?
El tipo de violencia que se ve en Estados Unidos no sucede en países avanzados, al menos no con la misma frecuencia. En 2013 por ejemplo, hubo 32 mil 888 muertes a causa de un arma, incluyendo once mil suicidios, mientras en Japón, con un tercio de la población de aquí, sólo hubo trece. Entre los países con más de diez millones de habitantes, únicamente Yemen lo supera en masacres.
Sin embargo no se hace nada al respecto y no sólo por culpa de los derechistas y de la poderosa Asociación Nacional del Rifle, sino porque es esta una nación con una historia donde las armas han abundado siempre. El país fue fundado a punta de rifle, primero en la insurrección contra los invasores británicos y después ante la violencia de los colonizadores armados en el llamado Viejo Oeste. Para muchos de los estadunidenses las armas representan el corazón y la identidad de esta nación. Pocos consideran que también es su desgracia.
Quienes se oponen a mayor control lo ven como una violación al derecho constitucional de estar armados, derecho que en algunos estados como Iowa, se extiende aún a quienes son ciegos. El mismo presidente Trump ya dijo que, en el caso de Texas, gracias a que alguien más estaba armado los muertos no llegaron a cien.
Es quizás también una cuestión cultural. En 2012, cuando veinte niños fueron asesinados por un joven trastornado en una escuela primaria en Connecticut, se creía que por fin se iniciaría un debate, se impondrían restricciones y más control. No fue así. Y si la muerte de esos menores se aceptó como normal es porque nunca habrá cambios. Las masacres seguirán siendo no noticia, sino el pan y desgracia de cada día.
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