El gobierno populista eliminó de golpe el control de la sociedad mexicana sobre la educación básica. Con el apoyo del presidente de la república, un pequeño grupo faccioso asaltó la SEP y, sin consultar a maestros, padres de familia y ciudadanos, impuso reglas que cambian radicalmente las prácticas educativas de las escuelas.
Los autores de esta afrenta son académicos de pensamiento oscuro que condenan los principios liberales y sociales que han guiado a la educación mexicana durante un siglo. Rechazan los ideales educativos de Enrique Rébsamen, de José Vasconcelos, de Moisés Sáez, de Rafael Ramirez, de Jaime torres Bodet y otros grandes maestros que vertebraron el sistema educativo nacional.
Esas personas buscan utilizar la educación escolar como instrumento para fines sectarios, negando los propósitos nacionales y universales que ordena la constitución. Su intención no es impulsar el progreso económico, la paz interior, el orden, la democracia y la justicia social que serían los fundamentos para construir un futuro promisorio para México.
Lo que buscan, en cambio, es socavar el orden social actual que califican de neoliberal, opresivo, mercantil, dominado por el individualismo, el consumo, la competencia y el interés privado. La vía que proponen para lograr sus objetivos es politizar la educación: hacer que la escuela, los maestros y los alumnos se conviertan en agentes activos de transformación social.
Desean cambiar a México, pero el cambio que proponen no es para enfrentar los desafíos del futuro sino para volver al pasado. Se quiere educar a niños y adolescentes para desmontar progresivamente la cultura moderna y regresar a una suerte de comunidad originaria ideal que tendría estabilidad, paz, igualdad, el hombre vivirá integrado a la naturaleza, las decisiones se tomarán colectivamente y su cohesión se conseguirá a través de los mitos, las costumbres y la religión.
En consecuencia, los niños (nuestros hijos y nietos) deben ser educados, no para hacer frente a las exigencias del mercado de trabajo y de la producción, para participar en la democracia moderna o para hacer frente a los desafíos de la revolución tecnológica, sino para actuar en la comunidad local (el entorno social de cada escuela: barrio, colonia, poblado) en la cual –dicen ellos-- se reflejan los valores, las tradiciones y prácticas de las comunidades indígenas originarias, prehispánicas y contemporáneas.
Se educa entonces para volver al pasado. Se propone, por así decirlo, que la sociedad mexicana transite de la actual modernidad a un estado de naturaleza; que renuncie al orden (más o menos) civilizado que tenemos para instalarnos en una suerte de comunidad primitiva idílica. Pero la realidad dice otra cosa. Las comunidades locales, colonias y barrios donde se supone trabajan niños y adolescentes son en su mayoría espacios socialmente complejos, muchas veces –sobre todo en las periferias urbanas pobres— desordenados y violentos. Nada tienen que ver con la comunidad bucólica que sueñan los paladines de este proyecto.
La lógica anti-moderna que gobierna el pensamiento de los creadores de la NEM los conduce a desatinos pedagógicos; por ejemplo, pretenden combatir el individualismo --que consideran como el rasgo estructural más negativo de la modernidad-- y para hacerlo en los libros de texto imponen el principio de que todas las actividades que incluyen los proyectos (leer, pensar, interpretar, declamar, etc.) deben realizarse de manera colectiva o comunitaria, nunca de manera individual, para lograrlo los libros instruyen una y otra vez que las actividades se realicen sin que el alumno pierda de vista nunca que “forma parte de una comunidad”.
Como si hubiera realmente una “naturaleza colectiva”. Lo que no es –o no debe ser-- controvertible es que el alumno, en tanto individuo, es el sujeto principal de la educación. Él es quien aprende y el aprendizaje no se puede experimentar en cabeza ajena; es verdad que la sociología ha mostrado que el vínculo con el otro –o con los otros— juega un papel crucial en la comprensión del mundo, pero inferir de esto que todo aprendizaje debe darse en grupo es extrapolar una verdad al absurdo. Peor aún es –como se hace en los libros-- apelar a reiteradas órdenes y prescripciones para imponer esa didáctica colectivista.
En 2023 se consumó el secuestro de la educación básica: pasó de las manos del pueblo –la sociedad-- a las manos de un pequeño grupo de epígonos del presidente de la república. Sólo una parte del pueblo protestó contra este asalto contra la inteligencia, pero hoy es pertinente ampliar la lucha para recuperar la fortaleza perdida. Esta lucha será una lucha democrática y popular y deberá dirigirse a reestablecer los cimientos liberales y sociales que dieron fundamento desde hace un siglo a la empresa educativa nacional.
Copyright © 2024 La Crónica de Hoy .