Para mala suerte de Ron DeSantis, se topó con el único adversario político capaz de tener la poca vergüenza y la maldad de retorcer su apellido para insultarlo, buscándole un defecto que contribuyó a su estrepitosa caída de la carrera por la candidatura presidencial republicana. Donald Trump se mofaba de su rival llamándole DeSanctimonious, aprovechando que “sanctimonious” significa en inglés “mojigato”.
Tras rendirse este domingo ante la evidencia —los votantes republicanos más extremistas, que son la mayoría, prefieren el original a la copia— y anunciar que pasa de ser su rival a ponerse a sus órdenes, el gobernador de Florida todavía tuvo que soportar una última pulla, al anunciar Trump que, una vez que se ha puesto a su servicio, dejará oficialmente de llamarle DeSanctimonious y le devolverá la dignidad a su apellido: DeSantis.
Pero no fue sólo el hiriente insulto lo que hundió asombrosamente rápido la campaña del gobernador de Florida, pese a que fue el único en condiciones de batir a Trump por la candidatura republicana, luego de su arrollador triunfo para un segundo mandato a gobernador en las elecciones de noviembre de 2022, la misma contienda en la que fracasaron casi todos los candidatos apoyados personalmente por Trump para cargos en el Congreso y en otros estados.
DeSantis cometió básicamente tres graves errores que hundieron su campaña:
El primero fue no haber aprovechado el “momentum” que logró tras erigirse como gran triunfador de las elecciones de noviembre de 2022 en el bando republicano, en contraste con el traspiés electoral de los trumpistas. Las encuestas a finales de ese año, pusieron a DeSantis por delante del expresidente en popularidad. De repente, su juventud (45 años) y currículum limpio de escándalos, hicieron ver al expresidente viejo (76 años en ese entonces) y con demasiadas demandas judiciales. Pero DeSantis no supo aprovechar la ocasión.
En vez de anunciar a finales de 2022 que era un honor para él anunciar que aspiraba a la candidatura presidencial republicana para recuperar la Casa Blanca, dejó que se le adelantara Trump y dejó pasar unos meses preciosos, que dieron la imagen de que no estaba realmente interesado en ser presidente de EU.
El segundo error fue consecuencia del primero. Todo el tiempo que no anunció su entrada en la carrera por la candidatura lo pasó obsesionado por sacar adelante una furiosa campaña ultraconservadora en Florida con leyes extremas antiaborto y antigay (incluida una absurda guerra contra Disneylandia, una de las principales fuentes de empleo y riqueza del estado, en represalia por celebrar un Día de la Diversidad). Esta deriva fanática religiosa, que confesó su aspiración de implantarla en todo el país, de ganar la Casa Blanca, no entusiasmó en otros estados republicanos menos fundamentalistas y entre dirigentes conservadores más moderados, como la exembajadora de la ONU y exgobernadora de Carolina del Sur, Nikki Haley, que se rebeló contra los extremistas del partido y decidió probar suerte lanzándose a la carrera presidencial, en un intento, casi suicida de volver a centrar el partido Abraham Lincoln y Ronald Reagan y ver si queda algo de decencia en él.
Por el contrario, Trump sabe que la única batalla que interesa es la inmigración y la frontera. DeSantis también comparte esta lucha, pero distrajo al electorado conservador con otras batallas, como la retrógrada censura de libros en Florida, que le obligó a defenderse de los medios que lo tacharon de “ayatolá cristiano”, o a perder el tiempo pidiendo que dejen de llamar a su estado “Floridistán”.
Y el tercer error (aunque no fue estrictamernte su culpa, ya que va contra toda lógica) fue no prever hasta qué punto el electorado conservador estadounidense se ha radicalizado y se ha envenenado por los bulos conspiranoicos, y hasta que punto han perdonado a Trump cualquier de sus atropellos criminales, o los que pueda cometer en el futuro. ¿Quién podía imaginar que que cada visita de Trump a un juzgado, lejos de perjudicarle, le disparó la popularidad?
De hecho, fue el propio Trump quien en la campaña de 2016 ya adivinó el nivel de bajeza en el que estaba cayendo el conservadurismo en Estados Unidos, cuando declaró en plena campaña que podría "salir a la Quinta Avenida y disparar a la gente y no perdería ningún voto”, como efectivamente ocurrió, cuando derrotó a la favorita Hillary Clinton.
Bajo esta lógica demencial en la era de las bulos en las redes sociales, Trump es más atractivo para los actuales votantes conservadores que DeSantis, cuyo defecto es que, además de mojigato, tiene el carisma de una mantis religiosa. Poco queda ya del conservadurismo compasivo o con mínima talla moral que apoyó que el republicano Richard Nixon renunciara al poder por espiar la sede del Partido Demócrata en el edificio Watergate de Washington. Ahora, si animás a tus seguidores a asaltar el Congreso, poniendo en peligro la democracia, te premian con aplausos de los propios legisladores republicanos y con votos.
Por todo esto fracasó DeSantis, pese a que intentó ser más trumpista que Trump, y por eso fracasará Haley en su intento de arrebatar la candidatura republicana al magnate populista, porque defender un mínimo de decencia y de empatía, por ejemplo a las minorías, no es un acto de nobleza sino de debilidad poco patriora, por lo que está condenado al fracaso.
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