Opinión

La autonomía dependiente y otros absurdos

Ufana en la exhibición de su sorprendente ignorancia, fuera de sitio, ajena a la materia encomendada por el presidente de la República, quien la ha designado al frente de la Comisión de los Derechos Humanos en la más impura y absurda concepción del trabajo de una “ombudsperson” (quien vigila la conducta del poder, a él le rinde cuentas), la psicóloga Rosario Piedra, cuya ascensión en la escala burocrática se logró por cargar el portafolios y acompañar los afanes justicieros de su señora mamita, resuelve lo necesario para quedar bien con el patrón y en medio de la polémica por la extinción de los órganos autónomos, propone una solución para su área: desaparecer la CNDH para sustituirla por una Defensoría del Pueblo, sin nadie para explicarle la más evidente de las obviedades: la CNDH, es en sí misma una defensoría del pueblo, lo cual viene siendo, en su propuesta, llover sobre lo mojado o ponerle albarda al aparejo.

No necesita el Ejecutivo extinguir la CNDH; se desaparece sola.

La señora Piedra, cuyas luces tienen, como se observa en los tropiezos de su lenguaje, muy bajo voltaje, compareció en el Senado de la República para ametrallar el sentido común con una interminable ráfaga de cifras inconexas previas a su inspirado remate: la CNDH ha sido rebasada por quien sabe cuál realidad y conviene entonces cambiarla por una defensoría popular.

Grave dislate, sólo comparable con la increíble falla del senador Germán Martínez quien le mostró a la heredera una foto de su mamita (de ella; no de él) y la conminó a intervenir en la materia electoral, cosa imposible para cualquier “ombudsperson”, si al menos (cualquiera de los dos) hubiera leído la ley de la CNDH.

Y para quien la desconozca, como ella (incapaz de argumentar jurídicamente) o él, disperso en la escaramuza preelectoral, ofrezco a su consideración y si es posible comprensión memoriosa, el artículo séptimo de la ley de la ya muchas veces citada comisión:

“Artículo 7o.- La Comisión Nacional no podrá conocer de los asuntos relativos a:

“I.- Actos y resoluciones de organismos y autoridades electorales…”

El fantasioso informe de la comisionada, complementado con innumerables “spots” radiofónicos en los cuales sin base alguna se afirma a la mutación de una institución antaño “cara e inservible”, en un templo de la defensa popular, se basa en un dato fuera de contexto y significado: el número de recomendaciones emitidas, como si se tratara de una fábrica sometida a criterios de productividad.

“Nos mantenemos firmes en la idea de transformar de raíz a esta comisión nacional –dijo-- que ya no responde, dijo, a las necesidades del pueblo mexicano”.

Evidentemente en esa fraseología la señora se machuca los dedos. Si se dice YA no responde, implica una respuesta pretérita. ¿Entonces antes, en ese pasado Infame y dispendioso, sí respondía y apenas ahora en el presente de su desatinada gestión, ha dejado de funcionar?

La comisionada dijo más:

“…Han sido cuatro años de empuje permanente para dejar atrás una dinámica institucional hecha para la simulación y el burocratismo, absolutamente funcional al acuerdo de impunidad y silencio prevaleciente entre las autoridades entre los pasados 70 años”. La CNDH no tiene 70 años.

El acuerdo de impunidad y silencio (si ese acuerdo en verdad hubiera existido) no le ajusta a la CNDH porque muchos fueron los casos por ella señalados con serias consecuencias en el clima político, porque nunca se vieron bien las investigaciones y recomendaciones en torno de asuntos relacionados con abusos de militares y marinos, por ejemplo. El listado es grande y no tiene caso ahondar en él ahora; porque para eso están los archivos.

La señora Piedra nada más parpa con el incesante discurso de su jefe quien a todos instruye con las frases de su nuevo evangelio.

“…Yo a la Comisión Nacional de Derechos Humanos la respeto (2019), pero no considero que tengan mucha autoridad moral, porque guardaron silencio, fue cómplice cuando el Estado era el principal violador de derechos humanos; y ahora con nosotros actúan de otra forma, de todas maneras, es su trabajo y lo vamos a respetar, pero no me gusta la hipocresía (AMLO)…”

Aquí reside una de las principales distorsiones en la comprensión de los Derechos Humanos. En repetidas ocasiones el señor presidente ha sostenido la inocencia del Estado (bajo su jefatura) en las violaciones a los DH, pero eso es un contrasentido, porque dichas transgresiones solo pueden provenir de las autoridades. Los particulares no vulneran derechos humanos; cometen delitos, en todo caso.

Pero todo queda contenido en este párrafo, síntesis y resumen del nuevo Evangelio:

“…No vamos a ocultar nada, no somos iguales a los que fabricaban delitos (¿Y Murillo?), ocultaban las cosas, torturaban para que se culpara a gente, algunos inocentes. Ya no es el tiempo de los gobiernos autoritarios que se padecieron en México cuando la mayoría de los medios que ustedes representan, con todo respeto, guardaban silencio y no les importaban los derechos humanos y ahora, como son temporadas de zopilotes, ahora son los campeones del amarillismo, del sensacionalismo, trafican con el dolor humano…

“...Y no es por justicia, sino porque están deseosos de regresar por sus fueros para seguir robando, como lo hacían, políticos corruptos, traficantes de influencia, dueños de medios de información, periodistas famosos, etcétera, etcétera, etcétera”.

El talento actual en la administración pública es imitar, repetir y suscribir los dichos e ideas del señor presidente. Quien consulta, no yerra; quien repite, tampoco. La mimesis es la segunda piel. Rosario Piedra vivió y creció a la sombra de su mamacita. Ahora subsiste bajo la fronda del árbol presidencial.

En esas condiciones la CNDH es apenas un pálido reflejo de los tiempos pasados. Y cuando Germán Martínez le dice cómo le queda grande la memoria de su mamacita; ella responde muy airada:

“Yo hago un llamado aquí a que, por favor, ya no se utilice el nombre de mi madre, ha de estar en la tumba retorciéndose de coraje de ver cómo usurpadores de las demandas de todo el pueblo de México, de libertad, justicia contra la desigualdad, ahora se convierten en adalides de la libertad de expresión…”

Pues si ella quisiera evitarle los retortijones post mortem a doña Rosario, bien podría hacer algo relacionado con la extraña contabilidad de los desaparecidos en México durante este gobierno ducho en la conveniencia aritmética e ineficiente en la búsqueda.

Así algún día podría gritar, ¡Eureka! también ella, siquiera en recuerdo del día cuando su mamita dilató la recepción de la presea Belisario Domínguez y la dejó en las manos presidenciales, para cuando el gobierno resolviera las desapariciones.

Y lo hizo con una carta dirigida al presidente L.O. y leída en el Senado por esta misma heredera suya:

“--No quiero que mi lucha quede inconclusa, es por eso por lo que dejo en tus manos la custodia a tan preciado reconocimiento y te pido que lo devuelvas junto con la verdad sobre el paradero de nuestros queridos y añorados hijos y familiares, y con la certeza de que la justicia anhelada por fin nos ha cubierto con su velo protector, seguiremos hasta encontrarlos…”

Pues no han encontrado casi nada, pero ahora buscan a Don Catarino en Panamá.

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