En los días pasados terminó oficialmente la emergencia sanitaria por COVID-19 por parte de la Organización Mundial de la Salud y por el gobierno federal en México. Se acabó la pandemia. Eso no quiere decir que ya no ocurran casos de COVID. La enfermedad llegó para quedarse, solo que ahora pasa la fase que llamamos endémica, que significa que seguirán existiendo casos, pero con una frecuencia que será constante y predecible. Ahora tenemos que lidiar con las consecuencias crónicas de la enfermedad, el COVID-largo.
Que tan lejos veíamos este momento cuando estábamos encerrados, aterrados y se contaban los muertos por miles. Durante el 2020 varios hospitales se convirtieron en centros de atención puramente COVID y vimos fallecer a muchísimas personas. Los que estamos hoy aquí corrimos con suerte. Increíble que, ni por respeto a los muertos, todavía hay gente que niega la existencia del COVID y los estragos que esta enfermedad causó. La respuesta de las autoridades a la pandemia fue en general tardía y torpe. Mientras más mala fue la respuesta, más enfermos y muertos hubo. Curiosamente, Estados Unidos fue el país con la peor respuesta. El nuestro, no se quedó atrás. Muy lejos de Dinamarca.
La parte buena es que fuimos testigos del poder que tiene la ciencia cuando esta se hace bien y se aplica al beneficio de la humanidad. En unos cuantos meses teníamos vacunas en producción y listas para iniciar ensayos clínicos controlados, que mostraron la eficacia de estas. Diferentes estrategias, pero en general todas funcionaron. Antes de que se cumpliera un año de iniciada la pandemia, se iniciaron los programas masivos de vacunación, lo que poco a poco fue reduciendo la mortalidad. Las vacunas no fueron muy efectivas para prevenir los contagios, pero sí resultaron ser muy buenas para prevenir los casos graves y, por lo tanto, la mortalidad. En los países más avanzados fue en buena medida la industria la que logró con tiempo récord la producción de las vacunas.
En nuestro país se optó por invertir menos recursos para hacer una vacuna que no solo viene tarde. Ni siquiera ha llegado y ya es obsoleta. Se hizo con una versión del virus que ya no existe. No servirá como refuerzo, porque para eso se requiere la vacuna que tenga las secuencias del virus más actualizadas. Lo barato sale caro, porque invertimos cerca de mil millones de pesos para hacer una vacuna que no se ha utilizado y, a eso, hay que sumarle que tuvimos que pagar muchos miles de millones de pesos más para comprar las vacunas a quienes decidieron invertir los recursos adecuados para producirlas. Una vez más, tuvimos que adquirir del extranjero lo que no nos decidimos a hacer por nosotros mismos. A lo que sí le pusimos atención, fue a bautizar a la vacuna con un nombre especial, pero la ideología no sirve para curar o prevenir enfermedades.
Nos faltan muchos compatriotas. Las cifras oficiales son de un poco más de 700 mil muertos, pero el exceso de mortalidad dice que en realidad fallecieron más del doble. El balance es negativo y lo único que nos queda para mitigarlo es haber aprendido algo. Por respeto a nuestros muertos y su memoria, deberíamos de ser más autocríticos y entender lo necesario que es prepararnos para la siguiente pandemia. Necesitamos más y mejores servicios de salud e invertir más en investigación científica. La ciencia resuelve problemas.
Dr. Gerardo Gamba
Instituto Nacional de Ciencias Médicas y Nutrición Salvador Zubirán e
Instituto de Investigaciones Biomédicas, UNAM
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