Opinión

Nada cambia en las escuelas

Este regreso a clases tiene un significado particular. Es el segundo año escolar consecutivo en que se aplica impunemente el modelo de la Nueva Escuela Mexicana. No hay señal alguna de que el gobierno populista pretenda corregir la dirección confusa y torpe que le imprimió a la educación básica.

En realidad, el régimen populista de México –ignoro que ocurre en Venezuela, Hungría u otros países que lo padecen—tiene una visión pre-moderna de la cultura y la educación. AMLO una y otra vez ha atacado las instituciones y los símbolos de la modernidad (los intelectuales, las universidades, la ciencia, la tecnología, etc.), en cambio, exalta las virtudes de las comunidades rurales muy pobres y las comunidades indígenas. El sueña con hacer de México una nación de aldeas pobres, regida por una economía popular, una convivencia pacífica y fraterna como las que existe en las comunidades indígenas.

Sueña con que México renuncie a todo el oropel de la modernidad --como el consumismo, el aspiracionismo, el individualismo egoísta, etc.—y que regrese al mundo natural del campo y de las comunidades originales. En la SEP, su amigo y protegido Marx Arriaga, supo interpretar ese sueño y concibió una educación “primitiva” con un solo horizonte, educar dentro de los valores de la cultura indígena y popular.

Dentro de esta lógica se explica la imposición de la Nueva Escuela Mexicana en el año 2023. En este nuevo año escolar comprobamos que no se ha dado un cambio en las condiciones de la enseñanza. Incluso, lo más grave, no se ha dado todavía una capacitación sistemática de los docentes para manejar el nuevo plan de estudio y el nuevo método de enseñanza.

Las consecuencias de esta omisión son lamentables. Los maestros --que no quieren tener conflictos con la autoridad--, se ven obligados a improvisar, a repetir los viejos esquemas o a simular. Hay maestras que utilizan los programas que aplicaban en años anteriores, hay quienes se apoyan en libros de texto no oficiales, hay otras maestras que alteran el contenido y el orden de los proyectos, etc. Dentro del sistema escolar básico no hay una práctica docente uniforme y coherente.

Las autoridades educativas, renuentes a la evaluación, suprimieron el Instituto Nacional de Evaluación Educativa y dejaron al país sin medios para recabar evidencias empíricas sobre el dominio que las maestras y maestros tienen de la metodología de la NEM. Las escuelas y los maestros trabajan a ciegas. El trabajo en paralelo que hemos hecho algunos investigadores revela que la mayoría de los docentes carece de los conocimientos y habilidades que exige ese método engorroso y extravagante de educación.

Pero en la SEP nadie se preocupa de este desorden. La secretaria de educación pública –una señora de apellido Ramírez-- no tiene interés, ni aptitud para hacer frente a este enorme problema. La burocracia sólo espera que llegue su substituto, Mario Delgado, quien se ha distinguido, sobre todo, por su carrera política al frente del partido gobernante. No hay ninguna evidencia que muestre que tenga conocimiento cercano o experiencia sobre los problemas educativos.

Con Delgado solo podemos esperar una gestión política de la SEP. Es difícil o altamente improbable que corrija el rumbo desastroso que han impreso a la educación básica el inefable Marx Arriaga y sus amigos o que corrijan políticas y programas que tienen un sentido abiertamente conservador como la desviación exagerada del dinero educativo hacia programa de becas que no tienen reglas de operación y que, a la postre, reproducen las desigualdades sociales que genera espontáneamente el sistema educativo.

El monto dedicado a becas y a programas como “La escuela es nuestra” debilita el financiamiento de actividades esencialmente pedagógicas como la formación de maestros, el fortalecimiento de las escuelas normales, estímulos para el buen desempeño docente, la formación continua de maestros, los servicios de asistencia para la escuela, la educación especial, etc.

Urge un cambio de dirección en educación básica. México no podrá avanzar como nación –en lo económico, en lo político y en lo cultural—con una base educativa desfondada, desorganizada, caótica, que solo garantiza para el futuro un derrumbe escandaloso de los aprendizajes. Urge un cambio sustantivo, sobre todo si nos preocupa el progreso de México.

Ese cambio no se producirá sin que haya una acción política a favor del cambio. Es necesario que maestros, padres de familia y ciudadanos se organicen para actuar, para imprimir una nueva dirección a la educación básica, para fortalecer el debate público sobre el tema educativo, para que demostremos que, a los mexicanos, por encima de la política, nos interesa el futuro de nuestros hijos.

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