En nuestra anterior entrega, señalamos que la sociedad y la juventud mexicanas han transformado su comportamiento y han dejado detrás de sí una serie de cualidades que las caracterizaban. Si bien la transformación de un conjunto humano y de sus peculiaridades es normal en cualquier sitio y en todo momento, uno esperaría que esto sirviera para la evolución y mejora constante e integral de quienes lo integran y de las relaciones que entre estos se generan. Estas cualidades, basadas en valores, principios y aspiraciones, son las que dan forma a la cultura del conjunto humano y, a partir de ello, determinan a la sociedad. Somos lo que somos gracias a aquello que priorizamos para lo colectivo. Hoy somos algo muy distinto a lo que fuimos – de eso se trata el desarrollo de las sociedades – pero no necesariamente somos mejores de lo que creemos – de eso se trata la evolución de las civilizaciones –.
En la entrega anterior señalé diversas condiciones que en los últimos tiempos se han instalado en nuestra sociedad, como el pesimismo, el desgano, la irresponsabilidad, el individualismo, la desunión o el egoísmo, en demérito de otras que, por mucho tiempo nos caracterizaron, como la alegría, la unión, el optimismo, la solidaridad, el espíritu de lucha y superación o la amabilidad. De forma sucinta, considero que esto puede explicarse a partir de diversas causas, razones y decisiones.
Los valores y principios que como sociedad nos identificaban y nos hacían únicos por su sentido humanista y de interés colectivo dejaron de tener vigencia y fueron reemplazados por el individualismo, la identificación de la felicidad con el éxito y la equiparación de éste con la acumulación de riqueza. El bien común ya no es una premisa de quienes vivimos en sociedad.
En algún momento dejamos de conocer y valorar nuestra historia y nuestro origen y, por lo tanto, extraviamos la brújula y la hoja de ruta de lo que considerábamos nuestro destino. Fuimos víctimas de una alienación globalista que carece de historia y tradición propias que se remonten a más de algunas cuantas décadas. Lo que antes nos resultaba común y provocaba orgullo y pertenencia, ha dejado de tener importancia y ha sido sustituido por lo universal, despojándonos así del más elemental sentido de identidad.
Cambiamos la realidad del mundo por la relatividad del universo digital. En ello, las redes sociales y los teléfonos inteligentes se han convertido en causa y efecto de nuestro alejamiento de lo tangible y de la sustitución verdadero por aquello que alguien más nos dice que “es”, aun cuando no tengamos la menor prueba de ello. Fenómenos como la post verdad hoy determinan quiénes somos, cuánto valemos, en qué creemos y a qué aspiramos. Nuestra validación como personas nos la da el número de interacciones digitales que generamos y no nuestra conciencia.
La pandemia nos mostró la enorme fragilidad de la especie humana y nos llenó de miedo, sufrimiento, tristeza y aislamiento. Las enseñanzas sobre la importancia del cuidado de nuestra salud, la sustentabilidad como estrategia de relación con nuestro entorno, la solidaridad como mecanismo de defensa, entre otras, también se hicieron presentes. La emergencia sanitaria se fue, pero los efectos negativos, que calaron hondo, se quedaron. Por otra parte, y como suele ocurrir, las lecciones que debieron convertirse en nuevos hábitos, en su mayoría se perdieron.
Lo político se ha trivializado a un ritmo vertiginoso y nos ha hecho olvidar que, animales al fin, somos seres sociales que requerimos de la vida colectiva. Aquello que alguna vez fue lo común para quienes formamos parte de un espacio, ha dejado de tener importancia y, amén del enorme desprestigio que se ha ganado debido a excesos y abusos en el ejercicio del poder, la política hoy resulta indiferente a la mayoría de las personas. Las tendencias marcan la disminución del Estado hasta su desaparición, sin claridad de qué tendría que venir a cambio para hacer viable la vida en sociedad. Allí, por supuesto, la democracia ha terminado de hacer crisis.
La próxima semana, algunas alternativas que podemos trazar para frenar nuestra crisis y construir un futuro más alentador.
Profesor y titular de la DGACO, UNAM
Twitter: @JoaquinNarro
Correo electrónico: joaquin.narro@gmail.com
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