Parece haber consenso en que el primer debate presidencial de 2024 terminó siendo menos atractivo de lo que se esperaba. Una parte se debe al complicado formato, que no ayudó a que hubiera un intercambio fluido de ideas, propuestas y golpes. Otra, a que sólo los más acérrimos partidistas encontraron un ganador claro, por lo que el efecto en la evolución de las preferencias electorales probablemente será marginal. Finalmente, a que (tal vez a causa del mismo formato) nadie mostró estatura de gobernante ni fue capaz de salirse de su guion preestablecido. Esta combinación beneficia a la puntera en las encuestas, Claudia Sheinbaum.
Eso no quiere decir que el ejercicio haya carecido de interés. Al contrario.
Los temas que se decidieron como eje, salud, educación y combate a la corrupción, eran una oportunidad dorada para Xóchitl Gálvez. Son tres áreas en las que el gobierno de López Obrador, cuya continuidad representa Sheinbaum, ha mostrado graves deficiencias. Ninguna está entre las mejor evaluadas por la población y en todas había amplia tela de donde cortar, tanto para la presentación de propuestas como para la crítica fundamentada.
Sin embargo, mientras Sheinbaum trataba de calmar sus nervios asumiendo un tono didáctico y repitiendo algunos de los sofismas clásicos de la 4T (como que todo lo que no está centralizado por el Estado es privatización, que es igual a corrupción), Gálvez no pudo calmar sus nervios y, en lo referente a salud, no fue contundente en su crítica a la gestión de la pandemia, al centrarse en el uso erróneo de la ivermectina (que no explicó), se conformó con señalar que se destruyó el sistema de salud y terminó proponiendo una tarjeta para conseguir medicinas en las farmacias privadas; en lo que respecta a educación, su queja no fue contra la caída de la matrícula o los resultados de PISA, sino sólo en el deterioro de la infraestructura y el fin de las escuelas de tiempo completo. Para colmo, terminó con la oferta de tablets e inglés, que tanto éxito les dio a Labastida y a Anaya en los debates de 2000 y 2018, y la beca escolar a las clases medias afines a la educación privada.
Los ataques de Xóchitl no tenían como destinatario el gobierno fallido de AMLO, sino directa y personalmente a Claudia Sheinbaum. Y parecían todos dirigidos al diagnóstico de Gálvez sobre la candidata morenista: mujer fría, sin corazón, la “dama de hielo”. Efectivamente, Sheinbaum es impasible y parece que lo único que le interesa es el poder, mientras que Gálvez se presenta como más humana. Pero la frialdad es vista a veces como una virtud que se asemeja a la fortaleza. El caso es que, en el camino a esa definición, Xóchitl gastó muchos dardos y dejó muchos errores del gobierno sin criticar.
De hecho, Jorge (Álvarez) Máynez terminó siendo más contundente que Xóchitl en los temas de salud, al recordar los datos del Coneval sobre el aumento de la población sin acceso a los servicios de salud y sobre cómo el gobierno de Sheinbaum le compró a una empresa inhabilitada, ligada al morenista Carlos Lomelí, millones de pesos en fentanilo. Además, llamó “criminal” al exsubsecretario Hugo López Gatell.
En todos los casos, Sheinbaum trató los ataques con cierto desdén, pasó de largo el tema polémico de la ivermectina, dijo que lo del Coneval era de cuando el Insabi (como si éste no hubiera sido creación de AMLO), defendió el uso del fentanilo como medicamento durante la pandemia (pero no dijo nada de la empresa de Lomelí) y en general esquivó los ataques, evadiéndolos y combinándolos con el uso despectivo de “candidata del PRIAN”, al que Xóchitl Gálvez no respondió.
En lo referente al combate a la corrupción, hubo un extraño consenso a favor de la tecnología como antídoto ante los corruptos seres de carne y hueso, y a favor de las licitaciones abiertas. Sheinbaum dijo una frase que habrá que recordarle: “la información debe ser accesible, no reservada” y, mientras los ataques entre Claudia y Xóchitl se fueron a lo personal, Máynez fue el único capaz de solazarse con ese intercambio, y de paso nombrar a los hijos del presidente López Obrador. Sheinbaum, con una impasibilidad digna de mejor causa, hizo una serie de afirmaciones falsas, como que la CDMX tuvo cero observaciones por parte de la Auditoría Superior de la Federación.
Luego vino el tema de la protección a grupos vulnerables y todos trataron de subirse a la agenda progre (Máynez presumió sus iniciativas), para luego lanzarse en una carrera de ofertas sociales (todas perfectamente financiables, según ellos). Sheinbaum tuvo un par de momentos difíciles: en uno, se vio que el tema de la militarización le incomoda; en el otro, respondió al tema de los feminicidios en CDMX con una afirmación falsa (pero con la cara dura) para de inmediato pedir pasar al tema de los vulnerables por pobreza.
Hasta aquí hemos hablado de temas, y cómo fueron más o menos abordados, pero hay que recordar que, en el debate más famoso de todos, el de Kennedy-Nixon de 1960, quienes lo escucharon por radio vieron ganar a Nixon, pero quienes lo vieron por TV vieron ganar al juvenil Kennedy, sobre el nervioso republicano que sudaba copiosamente. Tal vez por radio los ataques de Xóchitl hayan tenido éxito, pero vivimos tiempos de la imagen y, por TV, Claudia se vio sobria y sobrada, mientras que la candidata de la coalición Fuerza y Corazón por México parecía desesperada y un tanto sola, con la última mala jugada de los nervios y el águila al revés; y de Máynez se recordarán su sonrisa tan exagerada como forzada y su capacidad, digna de un camello, para tomar agua.
Agregaré una observación más: cuando hubo problemas con el uso del reloj, Sheinbaum ya casi estaba denunciando fraude a favor de Gálvez. Malditos neoliberales roba-segundos. Ese fue un momento en el que Claudia se reveló y se traicionó al mismo tiempo.
A los de Morena no les gustó, pero lo mejor del primer debate fueron las preguntas de los ciudadanos, que mostraron con claridad los rezagos de nuestro país en todas las materias, a menudo exacerbados por la mala conducción de gobierno de López Obrador. Lástima que fueran más de las que podían contestarse razonablemente en el tiempo programado.
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