La democracia posee numerosas definiciones que van desde el clásico presupuesto de que es el gobierno del pueblo, para el pueblo y por el pueblo, hasta aquellas más específicas que la explican más bien como un método para elegir entre diferentes grupos e individuos: partidos políticos.
Por ejemplo, el político austriaco y después profesor en universidades estadounidenses, Josep Schumpeter, propuso que la democracia es un arreglo institucional para llegar a decisiones políticas en la que los individuos adquieren el poder para decidir a través de la competencia por el voto de la gente. También están definiciones de influyentes politólogos como Robert Dahl referidas al pluralismo y la poliarquía, y sujetas al cumplimiento de una serie de premisas (elecciones libres y regulares, la existencia del disenso, derecho a elegir y ser elegido, libertad de expresión, fuentes diversas de información y libertad de asociación, entre otras), para pensar que en realidad se trata de una democracia, o de otros pensadores como Giovanni Sartori que hablaba de la democracia como poliarquías también, consideradas como minorías en competencia por el voto de los ciudadano. La del maestro Bobbio referida a la búsqueda de la igualdad en las sociedades.
Desde luego la teoría de la democracia no se agota en esos pensadores, como tampoco es posible pensar que se trata de un sistema político acabado y perfecto. Ya nos hemos referido en columnas anteriores a la descripción del célebre primer ministro británico, Winston Churchill, que con ironía decía que la democracia es el peor sistema político excepto por todos los demás. Este no es el espacio para abordar como es debido, la problemática conceptual de la democracia, si bien estos comentarios vienen a colación con el hecho de que como cúmulo de civilizaciones, el género humano lleva discutiendo al respecto, al menos desde el periodo democrático de la Grecia clásica a la fecha, y contraponiendo los valores de la democracia a todo los demás tipos de organización política.
La evolución práctica y conceptual de la democracia, nunca ha dejado de caminar, por decirlo de alguna manera, lo mismo que los asedios a la misma, aunque probablemente nunca antes en la historia como en la época contemporánea había sido fundamental para generar consensos y rechazos en el sistema internacional de la mano de las relaciones de poder.
A las dificultades conceptuales para entender y hacer funcionar una democracia en lo interno en los países, se agrega el hecho de que es poco claro que exista un modelo democracia aceptado por todos, y mucho menos de las razones que explican o que puedan explicar, que grupos reducidos de países se adjudiquen el derecho de decidir quién califica y quién no, como si se tratase de un club.
Por muchos años se ha asumido, al menos en la ciencia política, que es posible hablar de democracias consolidadas y en transición, siendo que las primeras por lo general son las de los países occidentales, y las segundas, las del resto de países que han aspirado a construir sistemas democráticos y que evidentemente deben transitar de una situación embronaria a una de madurez. Sin embargo, en las relaciones internacionales dichas dinámicas son probablemente más complejas y siempre sujetas a dinámicas de poder. Recordemos, por ejemplo, la invasión militar de Irak a inicios del siglo XXI, en la que ante la ausencia de armas de destrucción masiva para justificar la ocupación de ese país, se buscó construir, por no decir implantar, un régimen democrático, que de artificial no puede considerarse precisamente como un éxito. No es el único ejemplo, pero contribuye a ilustrar la utilización de la idea democrática para justificar el ejercicio del poder.
Probablemente la idea más acabada de democracia e igualdad en el sistema internacional, aunque limitada a la forma y no a la sustancia, es la de la creación de la asamblea general de la Organización de las Naciones Unidas, en la que todos sus Estados miembros, independientemente de su tamaño, poder político, militar y económico, son iguales entre sí y tienen derecho a un voto. El romanticismo de la fórmula, sin embargo, no llega más lejos de esa declaración formal.
Las relaciones internacionales, como sabemos, se deciden por otros derroteros. No es la única situación que lo ilustra en el presente, pero la situación en Gaza sí que es un claro ejemplo de ello y de la ausencia de una democracia digamos universal, habida cuenta del rechazo de muchos contra la voluntad de uno. Existen organizaciones en las que la membresía está sujeta a la presentación de credenciales democráticas de cierta naturaleza, como en el caso de las instituciones europeas. Hay otras en las que las cartas credenciales no necesariamente deben ser democráticas para pertenecer a ellas. Octavio Paz se refería a Estados Unidos como un caso particular de un país democrático ejemplar en el interior de su sociedad, pero que se comporta como un imperio hacia el exterior.
Las contradicciones en materia de conceptualización y praxis de la democracia han estado siempre sujetas a tensiones. La democracia debe ser un método pero también una sustancia, que debía alimentarse con aportes y contribuciones de otras realidades y países que no necesariamente sean los de siempre, o que detenten o hayan detentado algún tipo de hegemonía en lo interno o en las relaciones internacionales.
Probablemente lo más acertado sea, como en las obras públicas, colocar un letrero que anuncie al transeúnte que se trata de una obra en construcción y se pidan las disculpas del caso.
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