Opinión

Descalificaciones, intelectuales y focos rojos

Nunca había oído tanta descalificación por parte de un jefe de estado ante las acciones que toman los ciudadanos o ante los periodistas que escriben sobre la Cuarta (NO) Transformación, muchos de ellos historiadores, politólogos, especialistas en ciencia política, intelectuales, en fin, a los que el señor presidente de la república mexicana, el representante absoluto del “pueblo”, vitupera un día sí y otro también. Muchas veces los llama “intelectuales orgánicos”. Es interesante leer que el término fue acuñado en Francia durante el juicio a Alfred Dreyfus (1859-1935), militar y judío alsaciano. El juicio se llevó a cabo durante doce años y conmocionó a la Francia de finales del siglo XIX. A Dreyfus se le acusaba de haber entregado documentos secretos a los alemanes. Fue enjuiciado por militares y lo acusaron de alta traición. Lo condenaron a prisión de por vida, desterrado en la Isla del Diablo, en Guayana francesa. Hubo quienes apoyaron a Dreuyfus, la mayoría escritores y hombres dedicados al pensamiento y a la reflexión sobre la realidad que les tocó vivir, pero la clase política y la opinión pública acusaba a Alfred Dreyfus. La familia Dreyfus se movilizó para probar la inocencia del joven capitán del ejército francés. Se supo que el verdadero traidor a la patria había sido un tal Esterházy, quien fue absuelto, aclamado y aplaudido por los sectores monárquicos y nacionalistas.

A los Dreyfus los ayudo un periodista, Bernard Lazare, y poco más tarde, el escritor Émile Zola publico su famoso “Jáccuse…! Ahí defendió a Alfred Dreyfus, con lo cual conquistó a muchos intelectuales. Sin embargo, Dreyfus fue absuelto y su inocencia reconocida hasta 1906. Luego participaría en la Primera Guerra Mundial con el nombramiento de comandante. Para entonces quedó expuesto que el caso Dreyfus resultó una persecución antisemita. Por cierto, el término intelectual fue considerado peyorativo entre los anti-dreyfus.

No olvidemos que casos como el affaire Dreyfus son esclarecedores de injustos cargos. Rosario Robles, a quien le construyeron un delito desde el poder, es un ejemplo.

Para Gramsci, el pensador italiano marxista, la labor del intelectual era una justificación ideológica de la superestructura político ideológica de las clases dominantes, aunque, en una vuelta de tuerca podrían favorecer a los dominados.

No sé dónde ubique Andrés Manuel López Obrador a los intelectuales. Me imagino que en esa primera visión gramsciana, pero un poco torcida y seguro sin haber leído a Gramsci. Los intelectuales de hoy en México, salvo los que lo favorecen (sean intelectuales o no), pertenecen a un pasado reciente del que el presidente reniega: los que, según él, “pertenecían a la mafia en el poder”, con Carlos Salinas de Gortari al frente. En su J´accuse cotidiano (nada que ver con Zola) sitúa a Enrique Krauze y Héctor Aguilar Camín, entre otros muchos. Todo lo emanado de ellos, de las revistas Letras Libres y Nexos resulta inconsistente y corrupto, porque él, el tiranorex, es la esencia, la presencia y la potencia de lo impoluto, a pesar de no licitar un montón de proyectos, de obras aquí y allá que cuestan un potosí y de un montón de chanchullos que son como un canto a la alegría de la corrupción , aún peor, de la inoperancia, México hoy se parece más a un país bananero que al de una joven y consistente democracia. Al menos así queda demostrado con más de cuatro años de obradorato. Y aún queda más por deshacer y desvirtuar hasta 2024, mientras las acusaciones en las Mañaneras resaltan como chismes de vecindad. A Santiago Creel, presidente de la cámara de diputados, ex secretario de Gobernación de Vicente Fox y abogado en un bufete importante, lo acusó López Obrador, hoy, de robar dinero. La inculpación surge, sin duda, del perfil de Creel, que cada vez se delinea más como el de un candidato a la presidencia por la coalición de partidos. Se trata de un hombre plural, apegado a las leyes e informado. Nada que ver con el señor presidente, que no posee ninguna de esas tres virtudes.

Existe un foco rojo que se enciende en varios artículos que leo con desorden probablemente, en diferentes diarios, que repican con los golpeteos presidenciales al Instituto Nacional Electoral, INE, a la enorme concentración ciudadana en el Zócalo, el pasado 26 de febrero: “Corruptazos, ladrones de cuello blanco, anti demócratas y mapaches electorales”, calificó Andrés Manuel López Obrador a los que salieron a la calle a defender al INE . Abyectos resultan para AMLO los representantes de los otros partidos políticos que acudieron al Zócalo, abyectos los convocantes, que se concentraron para defender a García Luna (sic), otrora encargado de la seguridad del gobierno de Felipe Calderón y recientemente enjuiciado en una corte estadounidense que lo culpó de haber tenido tratos con el narcotráfico.

¿Pero cuál es ese foco rojo? El lunes antepasado, en la Hora de opinar que conduce Leo Zuckerman, Héctor Aguilar Camín esbozó (¿o habré alucinado?) que nuestro país, con López Obrador, podría “venezuelizarse”. Hoy, 1 de marzo, cuando dice la señora García Vilchis que “empieza el año”, Pablo Hiriart escribió en El Financiero acerca de las posibles candidatas que podrían tender por la presidencia en 2024. Menciona a Rosario Robles, a Claudia Ruiz Massieu, a Beatriz Paredes, a Lily Téllez y a Beatriz Pagés. A todas las considera como excelentes aspirantes. Y al final escribe lo siguiente:

“El problema está en que se prepara una elección de Estado.

Y que el grupo gobernante no va a entregar el poder, aunque pierda las elecciones”.

¿Es esto lo que mucho piensan, que el 2024 será un año dificilísimo para México y que Andrés Manuel López Obrador transmutado en corcholata o por sí mismo se asirá al mando del país a cómo dé lugar?

Como sea, se vislumbra una batalla.

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