Opinión

Desdeñar la transición… desdeñar la democracia

El proceso histórico y el concepto de transición democrática han generado confusiones, divagaciones y a veces, tergiversación intencionada.

La definición fue muy útil para comprender un pasaje político singular de la historia mexicana, a saber: apertura gradual del sistema electoral que le dio más y más espacio a corrientes distintas al partido entonces hegemónico; espacio desde los cuales exigieron otros cambios electorales en negociaciones cada vez más profundas y cuyos resultados hacían crecer la presencia del pluralismo en los congresos y los gobiernos. Un proceso que se autorreforzaba y que según algunos han datado de 1977 a 1997: el periodo de la transición.

Ese interregno tiene muchos protagonistas, desde don Jesús Reyes Heroles hasta Gilberto Rincón Gallardo, desde José Luis Lamadrid hasta Carlos Castillo Peraza o Porfirio Muñoz Ledo y no fue terso ni lineal; acusó retrocesos y fue permanentemente acicateado por la movilización social, la lucha política, la elaboración intelectual, pero tuvo la singularidad de desembocar siempre, en negociaciones electorales que dieron cauce a toda esa energía civil.

Lo que vino después es el tiempo de la democracia mexicana, con todos los problemas y conflictos de un país pobre, desigual, dueño de una cultura política más bien débil y cruzado por enormes problemas y rezagos.

Pero fue y es democracia: un sistema político en el que la transmisión del poder ocurre pacíficamente, muchas fuerzas políticas se expresan y pueblan los congresos, la división de poderes funciona, las libertades públicas se ensanchan y el poder se dispersa. Lo que importa subrayar es que todo esto ocurrió en México por primera vez en 200 años de historia como nación independiente. Y ya llevábamos tres alternancias en los primeros 21 años (de 1997 a 2018, del PRI al PAN, del PAN al PRI y del PRI a Morena).

Tengo la impresión de que estos dos procesos históricos (tanto la transición como en la democracia que produjo) ha sido muy mal entendidos y ahora también desdibujados para hacer de ellos una caricatura o un espantajo con el cual pelear a modo. Así, Claudia Sheinbaum por ejemplo, se permite afirmar que el proceso “fue un fracaso, para mucha gente, fue suponer que esos cambios iban a ser cambios profundos en el país. Y sí lo fueron, para desgracia de México, con la guerra contra el narcotráfico” (Reforma, 16 de julio de 2023. Extracto del libro “Claudia Sheinbaum. Presidenta”). La democratización es, según la ex jefa de gobierno, las políticas de sus gobernantes y no el marco que los mexicanos se dieron para competir y transmitir el poder. Un equívoco mayor.

Esa versión, propalada aquí y allá, borra de un plumazo lo mero fundamental de la historia política de su propia generación: el PRI dejó de ser hegemónico; de la mano de Cuauhtémoc Cárdenas la izquierda llego a gobernar la capital del país; las más diversas corrientes políticas desfilaron en los congresos; la presidencia de la república fue transmitida en paz mediante elecciones bien hechas. El partido en el que Sheinbaum milita se formó, recibió prerrogativas, tuvo diputados y al cabo, conquistó el poder político con las reglas que la democracia puso en acto. Ella misma, al ser electa jefa de gobierno en el 2018, se convirtió en la prueba viviente de que la democracia funciona.

Pero desdeñar tan a la ligera todo lo que dos generaciones construyeron y protagonizaron tiene una función política: que el público no se sienta identificado, no aprecie y por lo tanto, no este dispuesto a defender uno de los pocos episodios venturosos que ha admitido la sociedad y la historia mexicanas.

El cambio demográfico no ha sido aprovechado. Las reformas estructurales de la economía no trajeron sino estancamiento y concentración del ingreso. Lo que si cambio la fisonomía del país fue la transición a la democracia, y eso, es lo que quieren derribar sus principales beneficiarios. 

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