Opinión

El diluvio griego

El mito del diluvio universal es un relato muy extendido en las mitologías de muchos pueblos primitivos. Se piensa que el más antiguo de ellos es el diluvio sumerio que se encuentra narrado en el poema de Gilgamesh. En Persia, en Fenicia, en la India, en China, en Australia, los mexicas, los mayas y, por supuesto, los hebreos, entre otros, tenían sus propias narraciones sobre el tema. Generalmente, un dios inconforme por el comportamiento y el rumbo que habían tomado los seres creados por él mismo, decide acabar con todos ellos mediante una gran inundación.

En la mayoría de los casos, el dios decide salvar, entre los humanos, solo a una pareja -hombre y mujer- por considerar que son, entre toda la humanidad, las únicas personas íntegras que han resistido la tentación de la corrupción. Una vez que las aguas hayan logrado su cometido, la pareja sobreviviente tendría la tarea de poblar la tierra con su descendencia y crear así un nuevo tipo de humanidad.

Los griegos cuentan, en el mito de Deucalión y Pirra, su propia historia de la destrucción mediante una gran inundación.

Deucalión, hijo de Prometeo y una oceánide de nombre Hesíone, es considerado el primer mortal que apareció sobre la tierra. Los padres de Pirra, por su parte, fueron Epimeteo y Pandora. Se considera a Pirra la primera mujer que fue concebida por una pareja humana. La primera mujer en la mitología griega fue en realidad Pandora, pero ésta había sido creada por las artes de los dioses. Zeus encargó a Hefesto, el herrero, que creara a Pandora, amasando el barro y, una vez que se le insuflara vida, se le proporcionaría la caja de las desgracias y sería enviada a Epimeteo para que la hiciera su esposa. Pirra, pues, fue la primera mujer con padres mortales.

Deucalión y Pirra que vivían en una región de la Grecia central conocida como Lócride, fueron avisados por Prometeo de que Zeus se proponía causar una gran inundación para acabar con la raza humana, por lo que deberían construir una barca que los pusiera a salvo.

No está claro si el diluvio griego ocurrió en la época mitológica de la edad de bronce o en la de hierro, de las que habla Hesíodo en Los trabajos y los días. Lo cierto es que, de acuerdo con Ovidio, a Zeus le habían llegado rumores del nivel de degradación –“la infamia del tiempo”- al que había llegado la humanidad. Deseando que fueran mentiras, decidió recorrer la Tierra, bajo la figura de un hombre común, para comprobarlo por sí mismo.

La maldad que encontró Zeus en la Tierra fue superior a lo que había llegado a sus oídos. Ya no estaban presentes como valores humanos el pudor, la verdad, la buena fe. En su lugar reinaban el fraude, la traición, la violencia. Ni reyes ni ciudadanos tenían remedio. Incluso, el tirano de Arcadia de nombre Licaón, cuando se enteró de que aquel hombre común que vagaba por la tierra podría ser Zeus disfrazado, lo sometió a terribles pruebas, para comprobar si verdaderamente se trataba del dios todo poderoso.

La prueba más cruel tuvo lugar cuando Licaón ofreció a Zeus un banquete preparado con el cuerpo mutilado de un prisionero de guerra. En el momento en el que pusieron los suculentos platillos sobre la mesa, Zeus descubrió el engaño y la intención de Licaón de querer hacerlo comer carne humana. En ese preciso instante, Zeus destruyó la morada del tirano con un rayo y convirtió al insensato rey de Arcadia en un lobo.

Al regresar al Olimpo, Zeus convocó a la asamblea de los dioses para anunciarles la decisión de acabar con la raza humana. Relató con detalle la vileza y los crímenes que vio allá abajo. Algunos dioses preocupados, objetaron la decisión aduciendo que, si los humanos desaparecían, ya no tendrían los beneficios del sacrificio y demás ofrendas, y el trabajo pesado lo tendrían que hacer ellos mismos. Zeus los convenció diciendo que crearía una nueva raza distinta a la anterior.

Aprobado el único punto del orden del día de la asamblea, Zeus inició el proceso de destrucción. Intentó hacerlo primero con su rayo flamígero, pero temiendo que el fuego llegara hasta la alta morada divina, decidió hacerlo con agua.

Con la ayuda de su hermano, Poseidón, Zeus empezó rápidamente a propiciar el desbordamiento de los mares, ríos y lagunas. En poco tiempo, escribe Ovidio, ya no había diferencia alguna entre el mar y la tierra, todo era océano. “La inmensa libertad del mar había sumergido las colinas y unas olas jamás vistas batían las cumbres de las montañas”.

Solo el pico más alto del Monte Parnaso, que arañaba las nubes, se mantuvo seco durante la inundación y fue precisamente ahí donde la pequeña barca de Deucalión y Pirra encontró refugio.

Cuando la furia de las aguas amainó y regresaron a su anterior nivel, Deucalión y Pirra se encontraban solos en el mundo. Conscientes de que eran los dos únicos sobrevivientes se llenaron de temor y dudas, por lo que decidieron consultar al oráculo de la diosa Themis. La pregunta especifica que los atormentaba y que le hicieron al oráculo fue: ¿cómo podrían ellos dos volver a poblar el mundo y crear esa nueva raza prometida por Zeus?

La respuesta fue misteriosa y ambigua, como era costumbre en las sentencias de los oráculos: “Alejaos del templo, cubrid vuestras cabezas, desatad el cinturón de vuestros vestidos y arrojad detrás de vuestras espaldas, los huesos de vuestra gran madre.” Al escuchar estas palabras, Deucalión y Pirra quedaron confundidos; ahora tendrían que interpretarlas.

La interpretación literal que hizo Pirra le produjo enorme disgusto y consternación, porque le parecía una atrocidad desenterrar los huesos de su madre para irlos tirando por allí, sin más. Deucalión, en cambio, pensó que la diosa no era capaz de ordenar tamaña profanación y crimen, por lo que debía haber otra forma de descifrar el consejo. Nuestra gran madre es la Tierra y las piedras son sus huesos, dedujo Deucalión: lo que se nos pide es que arrojemos piedras sobre nuestras espaldas, concluyó.

Al iniciar la tarea, observaron que, de las piedras que lanzaba Deucalión hacia atrás surgían hombres de carne y hueso, y de las que arrojaba Pirra, aparecían mujeres. La nueva raza se creó con las piedras y de ahí su tremenda dureza, razona Ovidio.

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