Opinión

Divinas palabras

Cuando uno escucha, en plena semana mayor, palabras como las siguientes, incurre sin remedio en una asociación de ideas de reveladora conclusión:  el Mesías está entre nosotros y los fariseos quieren acabar con él.

“…últimamente (…) han desatado una campaña muy fuerte, no por eficaz, sino por escandalosa y calumniosa, en contra de Jesús…”

Eso lo afirmó el presidente de la República y en verdad os digo, en las esquinas y rincones donde aún anida la resonancia bíblica de la Semana Santa, cualquier invocación del nombre de Jesús (de Nazaret), produce una reacción casi automática.

Pero no, en esta queja no se trataba del nazareno, del pescador de hombres, ni tampoco del Hijo de Dios, no. Hablaba nuestro bienamado líder de Jesús Ramírez Cuevas, lo cual desinfla todo entusiasmo, sobre todo cuando se exageran méritos y circunstancias.

“…Quiero aquí expresar mi completa confianza y solidaridad a Jesús Ramírez, porque es un servidor público con convicciones. Lo conozco desde hace muchos años, él siempre ha estado luchando por causas justas desde hace años. Es una persona honesta, incorruptible, es constructor del movimiento de transformación.

“…Me ayudó muchísimo cuando precisamente había un bloqueo informativo, y teníamos nosotros que comunicarnos con la gente y lo hacíamos plaza por plaza. Visitamos todos los pueblos…”

Pero esa defensa, surgida en la homilía mañanera del martes, tras las observaciones de la aguerrida periodista sonorense, Reyna Haydeé Ramírez, abrió la puerta a otras afirmaciones presidenciales cuyo contenido no asombra, pero sí pone muchas cosas en claro, sobre todo en el campo de la adjudicación de responsabilidades. Más allá de repetir la actitud de Enrique Peña cuando en medio de la metralla opositora le dijo a la maestra Robles, no te preocupes Rosario, el presidente ha dejado dos cosas muy en claro: aquí mando yo y nadie me ve la cara. Nadie actúa por fuera de mi mandato.

“…nos ayuda mucho (el señor Jesús) en la transformación y que tampoco actúa por su cuenta para que se le quiera echar la culpa a él. No, aquí participamos todos, hay una dirección horizontal, colectiva, y yo soy el responsable porque soy el presidente del país…

“…ya ven la mala costumbre, ¿no?, de no hablar mal del presidente, costumbre que viene de lejos—: ‘El presidente es buena persona, el presidente es honrado, pero los que lo rodean, además, lo engañan, le mienten. El presidente no está enterado.

“No, yo soy bastante, bastante participativo, yo estoy muy pendiente de todo. Está muy difícil a estas alturas —¿no ven que ya estoy hasta chocheando? — me engañen. Está muy difícil que me quieran dorar la píldora, y además ya llevo muchos años en esto”.

Esta aclaración no solamente exculpa a un gabinete mediocre, vuelca los méritos y deméritos en las decisiones presidenciales mientras echa abajo cualquier asomo de personalidad entre los colaboradores. Es el requisito del cumplimiento ciego de una férrea disciplina. Es el ámbito donde puede fortalecerse el 90 por ciento de lealtad y sólo el 10 por ciento de capacidad.

“…Es muy difícil que me quieran dorar la píldora… ya llevo muchos años en esto.”

Eso explica además (como si hiciera falta explicarlo), por qué responsabilizó a Claudia Sheinbaum de la continuidad de su labor política y programática, ese pensamiento entre la utopía y la historia llamado IV Transformación de la Vida Pública.

COLOFÓN

Cuando el INE conmina al señor presidente a cumplir con la ley (juró hacerlo, aunque no lo haga), se queja de censura. Así acaba el martes su labor en la cátedra:

“…Asimismo, en tutela preventiva ordena al presidente de la República se abstenga, bajo cualquier modalidad o formato, de realizar manifestaciones, emitir comentarios, opiniones o señalamientos sobre temas electorales, ya sea de forma positiva o negativa’. O sea, ni siquiera puedo llamar a votar, que salgan a votar, no puedo, no puedo hacerlo.

“Atentamente: la Inquisición…”

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