El mito de Eco y Narciso es de tipo moral y conduce a muchas reflexiones relacionadas con el ego y su función en la formación de la personalidad. Puede ser útil, si se interpreta metafóricamente, en la educación de jóvenes y adolescentes. Sin lugar a dudas todas las personas cultivamos el ego en mayor o menor medida. Ni el budista más adelantado puede presumir que se ha liberado de su yugo. Se podría decir que es algo indispensable para sobrevivir en una sociedad que otorga un alto valor al individuo por encima del ser gregario. El ego se convierte en un problema, sin embargo, cuando impide o afecta la convivencia social.
Eco pertenecía a un grupo de ninfas que habitaban las montañas de la región de Acadia. El antiguo dios de los pastores, Pan, mitad hombre mitad cabra, solía acompañarlas en sus reuniones festivas. Eco desdeñaba las pretensiones amorosas del dios más feo. Un día fue forzada y violada por Pan y de esta relación nació Iinge.
En una versión del mito se cuenta que Pan, irritado por los rechazos de la ninfa, hizo que los pastores, enloquecidos, descuartizaran a Eco y esparcieran sus miembros en el campo. La Madre Tierra, compasiva, recogió y sepultó sus partes en diferentes lugares. Por haber quedada enterrada en fragmentos, la ninfa solamente atina a repetir desde el más allá las dos o tres palabras finales de cada frase que escucha. (Ángel Ma. Garibay).
El relato más conocido del mito de Eco nos dice que la diosa Hera la castigó por haberla engañado. La convirtió en un ser invisible y la condenó a repetir siempre las palabras de los demás, sin tener la capacidad de pronunciar las propias. El responsable fue Zeus, cuando le pidió a Eco que con mentiras distrajera a Hera, la diosa más celosa del Olimpo, mientras él, convertido en cisne, se casaba con Leda. Al ser interrogada por Hera, Eco adujo que había visto a Zeus disfrazado de pájaro carpintero. La diosa corrió al bosque, lejos de donde se consumaba la infidelidad. Hera se dio cuenta que había sido burlada porque todos los pájaros carpinteros que atrapó eran comunes y corrientes. Muy enojada profirió entonces la maldición que hacía que la ninfa tuviera un uso limitado del lenguaje. (Robert Graves).
Cuenta Ovidio en Las metamorfosis que Narciso, por su parte, era hijo de la náyade de cabellos azules Liríope y del río Cefiso. Cuando nació, su madre consultó al adivino Tiresias sobre su destino. Quería saber si su hijo viviría hasta la vejez. Tiresias vaticinó, lacónico, que viviría largos años “si no llega a conocerse”. Nadie supo interpretar en su momento el sentido de la profecía.
Narciso desde muy pequeño destacaba sobre los demás por su hermosura. Era deseado por los jóvenes; hombres y doncellas por igual. Dotado de un enorme orgullo, Narciso a todos rechazaba.
La propia Eco cuando lo vio por primera vez se apasionó por el joven y lo siguió a hurtadillas un largo tiempo. Narciso presintió que alguien estaba cerca y se estableció entonces el diálogo imposible entre ambos. Él preguntó: ¿Hay alguien aquí? Y ella respondió: ¿Hay alguien aquí? Ven, ven. ¿Por qué me huyes?, ¿por qué me huyes? Juntémonos aquí, juntémonos aquí. Narciso huyó cuando sintió los brazos de Eco sobre su cuello. La ninfa invisible, avergonzada por el desprecio, volvió a su morada en la montaña.
Un joven que también estaba profundamente enamorado, al ser despreciado por Narciso lo maldijo diciendo: “Ojalá llegues a amar como yo y que jamás goces del ser amado”.
En cierta ocasión Narciso, agotado por un largo y caluroso día de caza, se acercó a un tranquilo y transparente manantial para saciar su sed. Mientras se acerca a beber contempla extasiado la imagen reflejada en el agua de un gracioso rostro digno de Baco o Apolo. Al instante Narciso queda enamorado de su propia imagen y es presa del deseo de sí mismo. Intenta alcanzarla en vano con sus brazos y al querer besar su rostro, sus labios la disolvían. Narciso nunca pudo alejarse del lugar que le devolvía su reflejo y ahí mismo murió a muy temprana edad apesadumbrado por la carga del delirio y la frustración de no ser correspondido en el deseo por un cuerpo que era sólo agua.
La psicología ha acuñado el término de Trastorno de personalidad narcisista para referirse a una afección mental, en la que el individuo que la padece tiene un sentido exagerado del valor de su persona. Un egocentrismo exacerbado. Necesitan y reclaman demasiada atención. Estos individuos presentan una necesidad frecuente de recibir elogios y admiración de los demás. Son intolerantes a la crítica y muestran siempre un aire de superioridad moral. Están seguros de que nunca se equivocan por lo que son incapaces de reconocer errores, corregir y ofrecer disculpas. Manifiestan poca o nula empatía hacia otras personas y les es difícil relacionarse con ellas desde una perspectiva de igualdad. Se sienten amenazados por otros individuos que son eventualmente superiores en algún atributo personal que él valora: belleza, inteligencia, riqueza, poder. Hacia ellos desarrolla un celo enfermizo y hostilidades desmedidas.
En el ámbito de la política abundan las personalidades narcisistas. Los liderazgos probablemente no podrían existir si no hubiese individuos que valoran sus atributos por encima de los del rebaño. Es prácticamente inevitable que los líderes carismáticos estén afectados en algún grado por ese síndrome.
El estilo personal de gobernar de un desmesurado líder narcisista se convierte en un problema para la sociedad cuando la mayoría de la población es seducida por su imagen y hace eco de sus consignas y manías. Cuando reproduce, como caja de resonancia, sus delirios, celos y hostilidades. Cuando se renuncia a la crítica o a pronunciar ideas propias, el diálogo se torna imposible. Cuando el lenguaje se usa de manera limitada para imitar o emular su extravagancia. Detrás de un Narciso siempre habrá una Eco.
En los procesos electorales los ciudadanos elegimos más atraídos por las características personales de los candidatos -en la imagen que refleja la propaganda- y menos en los programas de gobierno que proponen. Sería deseable que en la disputa política del 2024 fuera a la inversa. Que se impusiera el contenido sobre la forma. Una utopía, lo sé.
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