El comité que otorga el Premio Nobel de Economía ha tenido a bien, en años recientes, ya no premiar tanto a economistas que elaboran sofisticados modelos matemáticos, y hacerlo más a quienes se encargan de escudriñar en la realidad, usando las matemáticas como herramientas auxiliares. Es el caso de la premiada en 2023, Claudia Goldin, quien ha trabajado sobre todo en el terreno de los mercados laborales, y en cuyos textos se puede ver -ella misma así se autodescribe- a una detective que va en pos de las pruebas.
A veces esas pruebas aparecen donde uno menos se lo espera, pero un buen detective las sabe encontrar.
Lo que más han difundido los medios de Goldin, al conocerse su premio, es una visión perogrullesca de la participación laboral de las mujeres a lo largo de los últimos 200 años. Obviamente, los trabajos de esta economista van mucho más allá. Van dos ejemplos.
Uno es su trabajo sobre las restricciones a la inmigración en Estados Unidos de 1921, que aborda el asunto desde 1890. Goldin lo analiza desde tres ángulos: uno la definición de los grupos que estaban a favor y en contra de las restricciones migratorias; otro es el de la discusión legislativa a lo largo de las tres décadas anteriores, donde se pueden ver diferencias regionales, que a su vez tienen que ver con razones demográficas y económicas; el tercero, el análisis de los mercados laborales segmentados durante la época. Resulta una historia fascinante.
En el ensayo, Goldin demuestra que la migración no hizo que disminuyera la tasa de crecimiento de los salarios generales, pero sí frenó los salarios para trabajadores no especializados sólo en algunos sectores de la economía (de hecho, creció la brecha entre salarios obreros). Explica también cómo -de manera similar, por ejemplo, a las posiciones actuales sobre migración-, el sentimiento antiinmigrante era más fuerte en regiones, a menudo rurales, donde los migrantes eran menos del 10 por ciento de la población, que en las ciudades grandes y pequeñas donde eran mucho más. Y explica cuáles eran los grupos a favor de la migración (el capital, la población de las localidades donde los migrantes se habían integrado y tenían peso político) y en contra (el sindicato AFL y los nativistas de estados predominantemente rurales). Luego desarrolla las razones del por qué la balanza se fue inclinando paulatinamente hacia la restricción de la migración (efectos laborales de la I Guerra Mundial, cambio generacional en estados que habían sido de reciente migración europea, etcétera).
Con la ayuda del tiempo, la historia económica sirve también para analizar similitudes y diferencias respecto a problemas similares el día de hoy. Y a hacerse preguntas relevantes: ¿qué mercados laborales están afectando los migrantes? ¿Cómo lo hacen? ¿Por qué las respuestas sociales ante el fenómeno son diferenciadas según la región? ¿Por qué también lo son las respuestas políticas? ¿Qué grupos sociales están a favor y cuáles en contra?
Otro de los ensayos importantes de Goldin tiene que ver con la píldora anticonceptiva. En particular, analizó sus efectos sobre el acceso a la educación, los mercados laborales y la evolución de la mujer en el trabajo como profesionista. La clave del detective es encontrar el momento justo en el que se puede hablar de efectos, sin caer en generalidades.
Lo que hace Goldin es estudiar cohortes diferenciadas a partir del acceso legal a los anticonceptivos orales (que no fue un asunto inmediato y automático, sino con diferencias legales, regionales y de costumbres). Y no intenta estudiar a toda la población, sino que se centra en las estudiantes universitarias y las recién graduadas, para entender los efectos en la población más informada.
Los resultados del estudio hablan de un cambio espectacular, con grandes diferencias entre las nacidas en 1950 y las nacidas en 1957. Los cambios no son solamente en la matriculación, sino sobre todo en otros dos aspectos: la edad de matrimonio (que también tiene efectos en los hombres) y el tipo de entrada y permanencia en el mercado laboral.
Esto a su vez llevaría a cambios todavía mayores: en una sola década se incrementó 26% la proporción de mujeres estudiantes universitarias y también cambió el tipo de carreras a las que se inscribían: casi toda la diferencia fue hacia disciplinas que entonces no se veían como “típicamente de mujeres”: más mujeres en economía y negocios, ciencias sociales, ciencias duras, ingenierías.
A partir de ahí, Goldin ha dedicado buena parte de sus esfuerzos a estudiar las transformaciones en los mercados laborales de las mujeres: un siglo en el que pasaron del dilema “familia o carrera” a las fases de “trabajo un tiempo, luego me dedico a la familia” o “primero tengo familia, después trabajo”, a la realidad de “carrera y familia”. Esto significa estudiar el papel en la economía de los llamados “trabajos flexibles” y la relación de éstos con la tecnología. El desarrollo de esta última apunta a mayor flexibilidad de los empleos y, por lo tanto, a mejores oportunidades para las mujeres, que siguen sufriendo una brecha salarial, principalmente por el hecho que, al tener hijos y normalmente encargarse de ellos, no tienen esa disponibilidad 24/7 que tanto gusta a algunos empleadores.
Es refrescante que se premie el trabajo de una vida dedicada a cosas que sí importan en la vida de las personas, y no a modelitos abstrusos.
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