Los libros de texto de la Nueva Escuela Mexicana (NEM) tienen una redacción confusa, son frecuentemente ininteligibles y se proponen objetivos extra-educativos como transformar, subvertir o revolucionar el orden social. La sola mención de esto desconcierta. En la Presentación de los libros de secundaria se afirma que la NEM es: “una escuela esperanzadora, revolucionaria de las conciencias que busca recomponer el tejido social y que se construye con base en los empeños colectivos los cuales recuperan lo propio, lo común, lo nuestro”.
Vaya usted a saber que quiere decir este galimatías. La NEM –se dice-- no quiere la socialización o adaptación de los alumnos a la realidad social actual --que es mercantil y privatizadora--, quiere cambiar esa realidad. Una y otra vez en los libros de texto repiten el estribillo de que la NEM será una agencia para impulsar el cambio social.
Se propone poner en práctica no una educación moderna sino una educación “revolucionaria”. Esto significa que la educación básica no cumplirá los propósitos que tradicionalmente le atribuimos los cuales se resumen en este enunciado: “formar integralmente a cada alumno para que (ulteriormente, una vez adulto) tenga un desempeño social satisfactorio, positivo o exitoso”. La ley agrega rasgos importantes. Dice (artículo 3º): la educación impulsará el desarrollo armonioso e integral de cada ser humano y será nacional, será universal, tendrá carácter laico, se fundará en la ciencia, luchará contra la ignorancia y sus efectos (las servidumbres, los fanatismos y los prejuicios). Se basará además en un enfoque de derechos humanos.
Ordenamientos desdeñados por la SEP. La NEM se sustenta en un currículum y unos libros de texto que se organizan en torno a problemas de la comunidad local (el barrio o la aldea que rodea a cada escuela). La educación que ahora se ofrece no es nacional ni universal sino “comunitaria” en el sentido estrecho, localista, del término, aunque la Constitución ordena lo contrario pues afirma que la educación “Será nacional, en cuanto –sin hostilidades ni exclusivismos– atenderá a la comprensión de nuestros problemas, al aprovechamiento de nuestros recursos, a la defensa de nuestra independencia política, al aseguramiento de nuestra independencia económica y a la continuidad y acrecentamiento de nuestra cultura.
Para conseguir sus metas, la NEM adoptó una pedagogía antiintelectual, pragmática –utilitaria—que desprecia el conocimiento per se y valora exclusiva o prioritariamente la actividad de los alumnos. Sus autores decidieron eliminar de golpe las asignaturas, de modo que la Lengua, la Historia, la Biología, la Física, las Matemáticas, el Civismo, la Ética, la Geografía, etc. desaparecieron de los planes de estudio. En lugar de las asignaturas, concibieron un currículum basado en proyectos, pero el método de proyectos de la NEM no cumple con los principios didácticos que usualmente se le atribuyen.
Los libros de texto tienen un desorden completo en su organización pedagógica. Hay una repulsa intencional a la organización lógica de contenidos. No hay un orden progresivo y secuencial de proyectos, no hay un encadenamiento lógico de temas ni existe progresión de aprendizajes de acuerdo a las etapas del desarrollo del alumno. Los libros de primero de primaria, por ejemplo, no se ocupan de desarrollar la habilidad de la lectura, sino que asumen –erróneamente-- que el pequeño ya sabe leer. En todos los proyectos se habla a los alumnos como si fueran adultos.
En la escuela no se atiende explícitamente el desarrollo de las habilidades básicas (leer, escribir, contar) pues se asume que en la realización de los proyectos el niño adquirirá esas habilidades. La experiencia docente muestra, sin embargo, que no se puede aprender bien a leer si no hay una enseñanza sistemática de la lectura. Los mismo ocurre con las matemáticas; lo mismo con las ciencias. Los profesores lo saben y deben estar sumamente preocupados por la existencia de estas lagunas formativas y por la imposibilidad que tienen de cubrirlas.
En todos los libros se percibe un marcado desprecio por el desarrollo intelectual de los alumnos --aunque tampoco se observa una intención de promover de forma sistemática la formación ética o moral, la educación emocional o la educación física del alumno. Se puede constatar un sesgo anti-individualista. Los autores profesan una repulsión dogmática contra el individuo; afirman que cualquier adquisición intelectual no es mérito de la persona sino logro de la colectividad. Esto los lleva a decidir que el alumno (individuo) no sea considerado el centro del proceso educativo: hay una obsesión compulsiva por hacer del grupo, la asamblea, o la comunidad escolar el sujeto verdadero del aprendizaje.
Este prejuicio afecta todo el proceso educativo, por ejemplo, una tarea esencial de la educación primaria es desarrollar la autonomía moral del alumno que se conquista según Piaget a partir de los 10 años de edad. Tarea que se omite. Por otro lado, el desarrollo de las habilidades sociales no es contemplado como una línea de acción pedagógica y se deja a la espontaneidad. Pero se promueve recurrentemente el asambleísmo y la toma de decisiones colectivas. También se registra un debilitamiento de las reglas escolares y de la autoridad del maestro. Al maestro se le coloca en el mismo plano que al alumno: ambos son aprendices y ambos participan en un plano de igualdad en la toma de decisiones.
Se afirma que en este modelo educativo el alumno es autor de su propio aprendizaje, pero esta dicho es falso. En estricto sentido, el actor principal en la realización de los proyectos es el maestro; el alumno, alejado del aprendizaje sistemático de asignaturas, es un amanuense que se ocupa de realizar actividades de acuerdo a las instrucciones de su docente. La carga de trabajo del docente se multiplica: debe encabezarlo todo, debe conservar el orden y la atención de los alumnos, debe aprender el aparato conceptual de la NEM, debe organizar todas las actividades de los proyectos, debe cumplir con sus (absurdas) cargas administrativas, etc. Debe hacer, en fin, todos los trabajos de Hércules.
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