La semana pasada, ante la triste noticia de la muerte del escritor Ignacio Solares, prometí que esta entrega al periódico La Crónica de hoy, trataría del espléndido escritor chihuahuense, asentado en la Ciudad de México, desde muy joven.
Leí con afán Novelista de lo imposible, libro en el que Solares conversa ampliamente con otro escritor, José Gordon. En esta charla, Nacho se refiere a sus inquietudes por lo sagrado, a sus experiencias espirituales. Resulta fascinante leer cómo un cristiano, Nacho, y un judío, Pepe Gordon, abordan esos temas. Finalmente toda búsqueda de la posible visión de dios es la misma en cualquier religión. El propio Gordon ha deambulado en esos caminos, pero no me queda claro si al final es agnóstico.
Ignacio fue un niño aquejado por la angustia y por las fobias aún de mayor. Lo resolvió mediante sus inquietudes del espíritu, de lo inasible, de la hipostasis entre la posibilidad de lo profano y de lo divino y, desde luego, mediante la lectura y la escritura.
“Vivía unas angustias brutales y eso creo que me impidió muchas cosas. Es algo que ha estado presente en mi vida. Se prolongó ya después de adulto. El problema es que cuando estás angustiado no puedes ver nada, vives en el terror, por eso me encantaba leer a Poe, porque era una manera de exorcizar esa ansiedad tan feroz. Por suerte ha disminuido”. (Novelista de los invisible, p.31)
Ignacio nació en Chihuahua y se educó con los jesuitas, y atravesó por problemas con el padre y escasez económica. Todo eso lo sublimó con la escritura, con la lectura atenta de Thomas Mann, Tolstoi, Dostoyevski, Hugo y Huxley.
Habiendo leído muy bien a Georges Bataille , Solares mezcla en algunos de sus libros el éxtasis sagrado con lo erótico. Por eso Salvador Elizondo, su tutor en El Centro Mexicano de Escritores, junto con Juan Rulfo, dijo de su novela Puerta del cielo, de 1976, que era como un sol a medianoche en el panorama de la literatura de esos días, según acota Gordon. “Luz en medio de lo sórdido, sol de medianoche”, especifica Solares.
Ignacio Solares escribió novela histórica, La noche de Ángeles de 1991, que trata al general Felipe Ángeles; Madero, el otro, 1989; El jefe máximo, 1992, sobre Elías Calles, donde revela que el muy antirreligioso Calles era afecto a las reuniones espiritistas. El mismo Solares fue testigo de varias séances y vio muy extrañas manifestaciones. En su haber hay varias novelas de otro corte, deambuló en la filosofía, el psicoanálisis, el periodismo, la dramaturgia, fungió como editor en varias revistas y suplementos. En sus cuentos anida lo fantástico y muchas veces también en su novelística. Escribió libros de ensayo como Imagen de Julio Cortázar. 2002, con prólogo de Gabriel García Márquez. Carlos Fuentes le prologó La invasión, 2005, retratos de personajes históricos, de episodios heroicos y vergonzosos. Recibió la Beca Guggenheim, el Premio Xavier Villaurrutia, el Premio Nacional de Literatura José Fuentes Mares, el Premio Mazatlán y el Premio de Ciencias y Artes en Lingüística y Literatura y fue creador Emérito del Sistema Nacional de Creadores de Arte.
Ahora que me entero de todos estos importantes galardones que Nacho recibió, que sé de las traducciones múltiples a su obra, me sorprende su pudor, su festejo constante a otros escritores. Era un hombre con extraordinario sentido del humor, a pesar de sus tormentas internas. En Delirio in tremens de 1979, libro de crónicas, registra los horrores de ese paroxismo alcohólico y en algún momento cita a alguien que cruzó el umbral de lo invisible y percibió a la divinidad, que es justamente la pesquisa, la inquietud constante del escritor chihuahuense. Su padre, que era alcohólico y que acudió a Alcohólicos Anónimos para dejar de beber, padeció un episodio de delirium tremens, “lo cual generó toda una tragedia en la casa”. Su infancia y su juventud no fueron por lo tanto fáciles. De adulto, Nacho Solares se tornó en un triunfador.
Por su inclinación al sentido del Mal y de la Luz Divina, le narra episodios deliciosos a José Gordon. Solares percibe en su obra la influencia del gran cineasta español Luis Buñuel. Juzga que si alguien tocó a fondo el Mal fue Buñuel. Gracias a su amistad con el narrador y ensayista Pepe de la Colina, con el crítico de cine Emilio García Riera y con el cineasta Alberto Isaac conoció a director de El ángel exterminador. Nacho lo visito en su casa en algunas ocasiones . Cito:
“Hablábamos de literatura. Buñuel leía muchísimo. En algún momento le pregunté cuál era su cuento predilecto y me dijo que El tribunal de Dios de Jean Cocteau, un relato de media página que dice que había un niña que tenía la obsesión de robarle cerezas al vecino y crece con esa fijación. Incluso cuando es mayor y vive sola , le sigue robando cerezas al vecino. Entonces, aparentemente, ese es su gran pecado –quizá el único pecado—y cuando llega al Cielo le dice el Señor: `Te salvó tu amor a las cerezas´. Buñuel me dijo que era su cuento predilecto y le contesté: `Qué curioso. También es el mío´.(…) entonces me dijo Buñuel una cosa que me estremeció y nunca se me olvidará: `Bueno, hombre, es curioso que sea nuestro cuento predilecto porque finalmente usted es creyente y yo soy ateo, pero los dos participamos de lo mismo que nos mueve y que tenemos siempre presente: el misterio. Yo con usted tengo un vaso comunicante: el misterio, es una esperanza y nos une.” (ps 138-9)
Espero, yo que soy un atea diletante, que ese misterio se haya resuelto para Buñuel y para Solares, y que ahora continúen con sus charlas sobre literatura, allá, no sé dónde, quizá en un lugar maravilloso como lo fue para Ignacio Solares la Sierra Tarahumara que visitó de niño con sus compañeros de la escuela, en la compañía de sus profesores jesuitas.
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