No crea el lector que la frase “la elección más grande de la historia” es un gancho para atraer la atención, nada de eso. Es que dentro de un par de semanas se realizará en el país un ejercicio democrático nunca antes visto. Se elegirán, en un solo día, más de 20 mil cargos. Es una cifra alucinante.
Ese día todos estaremos a prueba, la clase política, los organismos electorales, los cuerpos de seguridad, la prensa y los ciudadanos. Todos. El INE tiene experiencia y ha salido de otras pruebas con banderas desplegadas. El deseo compartido es que lo haga de nuevo y que el domingo 2 de junio en la noche, a la hora de dar a conocer el nuevo mapa político del país, también se extienda el reporte de sin novedad. Parece francamente complicado ante el clima de crispación imperante a lo largo y ancho del país y frente al hecho de que deambulan por ahí demasiados grupos armados que se mueven con desparpajo total, seguros de que seguirán impunes hagan lo que hagan.
Que los violentos no impongan condiciones es lo primero. Construir un sistema democrático con elecciones transparentes, legítimas, creíbles, es resultado de muchos años de lucha. Ya que estamos aquí no hay que permitir dar pasos atrás. Lo primero que requiere la democracia son demócratas, políticos que antepongan a su apetito de poder, que con frecuencia llega a la obsesión, el interés superior de la nación. ¿Lo harán?
El viejo régimen tocó piso en 1976. Acaso los ciudadanos más jóvenes no lo tengan presente, pero en las elecciones presidenciales de ese año hubo un solo candidato, José López Portillo, del PRI. Un solo nombre en la boleta, por lo que la legitimidad de su mandato arrancó herida de muerte. Un año después, en 1977, de la mano de Jesús Reyes Heroles, un hombre que no ha recibido el reconocimiento que merece, comenzaron a instrumentarse las primeras reformas que con el paso del tiempo y muchas otras acciones más, sobre todo la creación del INE ciudadano, dieron paso a la transición política en el año 2000 con el primer triunfo opositor en casi un siglo.
La democracia ha permitido que, desde ese año, me refiero al 2000, hasta ahora hayan ganado la presidencia partidos diferentes, como PAN, PRI y Morena, esto después de más de 70 años con un solo partido en Palacio Nacional. Contamos ahora con una estructura que permite la formación de gobiernos que reflejan la voluntad popular expresada en las urnas. Es un patrimonio colectivo que merece ser protegido. El 2 de junio casi 100 millones de mexicanos podrán elegir a sus representantes. Suele votar el 60 por ciento de los ciudadanos, por lo que se espera un 40 por ciento de abstencionismo. Ojalá sea menos.
Las señales apuntan a que Morena repetirá en Palacio Nacional y tendrá las fracciones mayoritarias, pero no la mayoría calificada, en el Congreso. Ganará las gubernaturas de Chiapas, Tabasco y Puebla de manera holgada. La oposición se quedará con las gubernaturas de Yucatán, Guanajuato, y Jalisco, las dos primeras con candidatos del PAN y Jalisco seguirá siendo del Partido Naranja. En Morelos adelanta en la recta final Lucy Meza que es opositora. En Veracruz Rocío Nahle aguanta como puede las acometidas de los Yunes y en la CDMX Clara Brugada sigue adelante, aunque por poco, sobre Taboada.
Pero lo importante, más allá del nombre de ganadores y perdedores, es que sean los ciudadanos los que decidan y que la democracia no retroceda. La elección más grande de la historia está a la vuelta de la esquina, de todos depende que el lunes 3 de junio podamos decir, con la satisfacción del deber cumplido, ¡Prueba superada!
Copyright © 2024 La Crónica de Hoy .