Opinión

Enemigos, rivales y contrarios

La representación del enemigo es un tema antiguo y extremadamente moderno, que se encuentra en permanente interacción con los temas de la guerra y la política. El enemigo, el rival o el contrario son alteridades inventadas en función de una contraposición entre diferentes identidades. El análisis del discurso sobre el enemigo se mueve a nivel de percepciones, representaciones y construcciones simbólicas. La configuración del enemigo se encuentra, evidentemente, vinculada a los diferentes contextos históricos y eventos trascendentales que se relacionan con las dinámicas internas de cada país. La figura del enemigo se reviste de trazos que con frecuencia construyen una alteridad ficticia, capaz de transferir todo el odio y el resentimiento sobre un enemigo real o imaginario. Representa el antagonismo entre la fe ciega y la herejía, proyectando una “demonización” del adversario. Estas políticas incluyen estrategias propagandísticas para retomar los mitos del pasado, las nuevas victimizaciones, el patriotismo y la “irrealidad” donde florecen las teorías conspiratorias.

En México la dialéctica amigo-enemigo actualmente ha permeado todas las dimensiones de la política. La insistente y profunda polarización ha dividido al universo político nacional en posiciones que ya son irreconciliables. La contraposición electoral que se observó en las elecciones de Coahuila y el Estado de México es solo una muestra de la profunda fractura existente. Esta división política pretende una separación entre “nosotros” y “ellos”, modificando la realidad compartida de los ciudadanos y distorsionando el lenguaje de los valores democráticos. Mientras la visión común de la realidad se resquebraja, al mismo tiempo se pretende naturalizar y profundizar la diferencia entre los grupos para que el miedo tome el lugar de la comprensión. Los resultados del proceso electoral que se celebró ayer domingo, muestran el nuevo imperio de la polarización política que se intensificará para alcanzar las elecciones presidenciales del 2024. La oposición debe asumir los nuevos escenarios.

La enemistad fue originariamente una cuestión religiosa, moral y natural, que en el momento actual, se manifiesta como una cuestión preponderantemente política. Nicolás Maquiavelo afirmaba que la contraposición entre los enemigos reales y los enemigos imaginarios permitía revelar la naturaleza absoluta del poder, orientada a construir nuevas hegemonías políticas, sociales o culturales. Más recientemente el jurista Carl Schmitt, reafirmó la alteridad política como una distinción entre amigos y enemigos, por lo que invitó a tomarlas en su sentido real y no alegórico, otorgando un rostro concreto al enemigo con quien no se dialoga, solamente se le combate. Se configura así la figura del “enemigo oficial” sobre el cual se desata una “guerra santa” alimentada por monoteísmos ideológicos contrapuestos. Se desarrolla así, un nuevo lenguaje cargado de odio, miedos, ultrajes y de rechazo permanente en relación con los enemigos. Es la radicalización de los lenguajes maniqueos. La denigración del vencido, en cuanto enemigo y amenaza omnipresente, es representativa siempre del discurso del vencedor.

El enemigo político es percibido como un rival interno y por lo tanto, “ilegítimo”. Es un adversario de los valores fundamentales de quien ostenta el poder con la fuerza de la nación en perpetua vigilancia. La confrontación con el enemigo ilustra el desencuentro entre partes diferenciadas que expresan visiones, valores y fines que son incompatibles. No es casualidad que la dicotomía esencial de la discrepancia sea la de orden-desorden, es decir, la contradicción entre “lo que nace y lo que se resiste a morir”. El siglo XXI se está convirtiendo en el siglo de las ideologías del enemigo, por lo que el “nosotros” y el “ellos” se transforma en un nuevo enfrentamiento entre los “pocos” y los “muchos”. El conflicto y el antagonismo serán el elemento distintivo de los tiempos que vendrán.

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