En la antigua ciudad griega de Siracusa ubicada en la isla de Sicilia, a principios del siglo IV a.C., gobernó un tirano de nombre Dionisio el Viejo. A este personaje la historia lo recuerda por haber enfrentado en diversas ocasiones la invasión del ejército cartaginés y luchar como aliado de Esparta contra Atenas en la Guerra del Peloponeso. Durante los 38 años que duró su tiranía llegó a acumular mucho poder y fue considerado el prototipo del tirano cruel. Incluso se le consideraba más siniestro que Falaris, otro tirano de Sicilia que acostumbraba quemar vivos a sus adversarios metiéndolos en un horno de bronce en forma de estatua de toro. (Carl Grimberg). A su muerte ocurrida en el 365 a.C. lo sucedió en el poder su hijo Dionisio el Joven.
En la actualidad su recuerdo se evoca no tanto por sus éxitos militares y políticos o por los excesos que lo hicieron tan odiado entre los griegos, sino por que su yerno, Dion, fue discípulo de Platón y por haber tenido en su corte a un aristócrata de nombre Damocles.
Dion fue de los alumnos más aventajados y fieles a las ideas del filósofo. A la muerte de su suegro convenció a Platón de poner en práctica sus ideas políticas relacionadas con la organización ideal del Estado, expresadas en La República. Para Platón el gobierno debería ser dirigido por los más educados para resolver los problemas de la sociedad. “La única forma válida de gobierno es aquella en que el poder está en manos de los filósofos”.
La corte de Siracusa bajo el mando de Dionisio el Joven aceptó poner en práctica el experimento de Platón, pero la cosa no prosperó demasiado. Desde el inicio las intrigas y las conspiraciones no se hicieron esperar. Los asesores del gobernante lo convencieron que detrás de todo estaba la intención de Dion de derrocarlo y apoderarse del gobierno, con la ayuda del admirado filósofo.
Dion fue expulsado de la Isla y con el tiempo regresó para derrocar a Dionisio, pero muy pronto fue asesinado. La muerte de su seguidor más comprometido truncó definitivamente el sueño de Platón de construir en el mundo terrenal, el gobierno “ideal”.
El otro hecho por el que a menudo se recuerda a los tiranos de Siracusa es por la anécdota contada por algunos escritores griegos y popularizada, en su momento, por Cicerón.
Se cuenta que Dionisio el Viejo acostumbraba realizar grandes festejos en su palacio a los que invitaba a los cortesanos de sus dominios. Entre las personas que nunca faltaban se encontraba un tipo conocido como Damocles. Se destacaba por ser el que más adulaba al tirano. Hasta las acciones más atroces e indignas eran halagadas por el esforzado cortesano.
En una ocasión Damocles, exaltado por su sentimiento de admiración, interrogó al tirano acerca de la dicha y la felicidad que se debe sentir al ser una persona tan poderosa y afortunada. Dionisio no contestó de inmediato. Para satisfacer la curiosidad de su invitado, hizo que sus ayudantes vistieran a Damocles con los atuendos más lujosos, lo sentaran en el trono chapado de oro, le sirvieran las mejores viandas y bebidas, y lo colmaran de atenciones.
Damocles empezaba a disfrutar aquella sensación de poder y placer cuando se percató que Dionisio había colocado, al mismo tiempo, por encima de su trono dorado y pendiendo de su cabeza, una pesada y filosa espada sostenida apenas por un delgado pelo de la cola de un caballo. Al sentimiento de grandeza Damocles agregó entonces la angustia y el temor a la muerte.
La respuesta de Dionisio al zalamero cortesano no pudo ser más precisa. Dionisio fue un gobernante que llegó a tener gran poder y riqueza, pero vivió angustiado por el miedo a la muerte, producto de la venganza cultivada por sus innumerables enemigos que había acumulado en el camino o por la traición de sus más cercanos.
La espada de Damocles ha llegado hasta nosotros como una metáfora que se usa para referirse a un peligro o riesgo que está a nada de hacerse realidad. La amenaza inminente con frecuencia es vista por casi todos, excepto por la probable víctima directa, quien distraída con frivolidades ignora su exposición fatal.
El cambio climático, las catástrofes naturales, pero también el terrorismo, las guerras, las pandemias, las crisis económicas, el crimen y la inseguridad son como espadas de Damocles que penden sobre la cabeza de muchos países y ciudadanos.
El ejercicio del poder abusivo y arbitrario es una especie de espada de Damocles para los gobernantes autoritarios. Tarde o temprano los ciudadanos cobran los agravios en las urnas si no es que en los tribunales como es el caso emblemático de Donald Trump.
William Shakespeare en la Escena I del Acto III, de su Enrique IV, hace decir al rey al despertar y en la soledad de su alcoba: ¿Puedes, ¡oh! parcial sueño, dar tu reposo en hora tan ruda al grumete aterido y, en la noche más serena y más tranquila, en medio de las comodidades y regalos del lujo, lo rehúsas a un rey!? ¡Reposad en paz, humildes felices! ¡Inquieta vive la cabeza que lleva una corona!
Copyright © 2023 La Crónica de Hoy .