Opinión

La Feria Internacional del libro de Guadalajara desde mi casa

Lamento no haber podido ir a la Feria Internacional del Libro de Guadalajara. Cuando fui directora de Literatura del INBA, hace años, acudía cada año, durante todos los días que duraba la FIL. Resultaba agotador, pero también divertido y estimulante escuchar a los escritores, a los editores, a los directivos de la Feria, que inició y ha mantenido Raúl Padilla López. Cada vez la ha hecho más grande, más internacional, más extraordinaria. En los últimos tiempos, mi queridísima Marisol Schulz Manaut, ha dirigido la organización de este magno encuentro, lo cual implica viajes constantes a muchas lugares del mundo, disciplina, lecturas y coordinar estrategias con el gran Raúl Padilla, a quien México le debe este encuentro que empezó en 1987. No creo equivocarme al decir que todas las otras ferias del libro en nuestro país surgieron bajo la influencia de la FIL de la Guadalajara y así se abrieron espacios culturales para celebrar la escritura, tanto literaria, como política, filosófica o científica y también para la crítica y el debate.

Además, La FIL de Guadalajara ha creado importantes premios que destacan la labor de los escritores. El Premio Fil de Literatura en Lenguas Romances, que en esta ocasión se le otorgó al escritor rumano Mircea Cartarescu, considerado el mejor poeta rumano contemporáneo, premio que antes se llamó Premio de Literatura Latinoamericano y del Caribe Juan Rulfo (1991) hasta que la Fundación Rulfo se molestó por alguna razón y retiró el nombre del prodigioso autor de Pedro Páramo. Habiendo (me agobia el gerundio) conocido a Juan Rulfo como becaria del Centro Mexicano de Escritores y, sobre todo, debido a que, por lo menos, por tres años, mi finado marido, Salvador de Lara, una amiga argentina muy querida, Graciela Carminatti, y yo vimos a Rulfo cada jueves en una tertulia maravillosa, sé qué él hubiera estado de acuerdo con todo. O, a lo mejor, le habría hecho ruido desde el principio un premio internacional que llevara su nombre. Era de una modestia increíble. Rulfo, en nuestras reuniones hablaba de infinidad de escritores, nos recomendaba libros, autores, hablaba con amor de su familia, pero nunca de él, el asombroso escritor que con dos libros significó a toda la literatura latinoamericana no decía ni pío sobre su obra. Alguna vez, sin embargo, nos contó de su novela in progress La Cordillera. Nos mantuvimos expectantes, silentes, como los siempre mudos peces, así lo diría Sor Juana, y hoy a estas alturas de mi vida, no me acuerdo de nada de lo que dijo. Lo debí haber escrito en mi diario. Disculpen la digresión, pero encontrarse con Juan Rulfo cada jueves era como pan de holocausto para los dioses que noni de chiste éramos. Debo agregar que siempre contábamos con un invitado (a) escritor (a), que el maestro Rulfo nos pedía que viniera. A veces pienso que alucino y que nada de eso ocurrió. Pero sé que sucedió. Lamento no haber grabado esas sesiones, pero Rulfo jamás lo hubiese permitido. La maravilla era la familiaridad con la que nos juntábamos, la libertad que sentía el Maestro, así, con m mayúscula.

Otros premios de la FIL son el Sor Juana Inés de la Cruz para escritoras, que este año le tocó a la estupenda Daniela Tarazona; homenajes que conllevan un premio, como el de periodismo cultural Fernando Benítez, que se lo lleva Pedro Valtierra y varios más. No olvidemos los pasillos de libros, la presencia de muchísimas editoriales, las mesas redondas, las pláticas para jóvenes, el mundo infinito de las publicaciones.

La FIL de Guadalajara es una fiesta del conocimiento, de la escritura y de la edición. Viva, pues, la FIL de Guadalajara por muchísimos años más.

Como dije en un principio, no asistí a este espectáculo libresco. Me han invitado cuando publico un libro, pero no he escrito nada nuevo desde el 2021. Más bien desde antes. La UNAM se encuentra a final de semestre, aún me quedan dos clases que confiscaron dos paros y amo tanto la FIL como le temo. Si no hay invitación prefiero el encierro, la lectura en mi habitación y no en la cama de un hotel, aunque si me dijeran que fuera, iría volando.

Para Andrés Manuel López Obrador, la Feria del libro de Guadalajara “es un foro del conservadurismo”. Según él, “ahí van los intelectuales orgánicos a hablar mal de nosotros” (léase la Cuatroté). Según Gramsci cada base económica o de producción genera especialistas del conocimiento y son parte del sistema en el que se producen. Por lo tanto, creo yo, los intelectuales orgánicos serían los afines a la Cuarta Transformación. Ustedes me corregirán, si es que me leen, pero el asunto radica en que cualquier crítica al gobierno, AMLO la vuelve espuria. Sólo él, en su inconmensurable conocimiento del país, del “pueblo” y de los asuntos de la gobernabilidad resultan verdaderos.

No quería referirme a su contramarcha, que recogió el sentir del pueblo acarreado, por miles, como se ha constatado en fotografías y vídeos, y de los verdaderos seguidores de la Cuatroté, que son muchos (así como muchos no lo somos), pero, no olvidemos que los politólogos, no pocos periodistas y académicos opinan libremente. Aquellos cercanos a AMLO, no, en tanto que precisan replicar lo que dice el presidente.

Una nota interesante es la publicada el 29 de noviembre en El Universal, donde Porfirio Muñoz Ledo, otrora seguidor de Andrés Manuel López Obrador se refiere al presidente como el füher de Tabasco, quién revela “una enfermedad, una debilidad, una patología mental que consiste en compensar con algo que se llama realización simbólica. Busca siempre porque tiene temor de los de arriba. Es un hombre que típicamente teme a los de arriba y aprieta a los de abajo”. El punto más relevante estriba en que Muñoz Ledo conmina a los mexicanos para que le perdamos el miedo que infunde el presidente con sus constantes invectivas a todo aquel que no se le rinda.

En fin, yo quería referirme a la FIL sobre la que leo en la prensa, a la que le dedico mi nostalgia por no estar en ella, en la que estaría pululando por los pasillos, conversando y aprendiendo de otros escritores.

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