Opinión

El final del chavismo

El proceso electoral en Venezuela mostró un fenómeno político inédito en la región, representado por la profunda disociación entre el gobierno y sus bases sociales de apoyo. La líder María Corina Machado, promotora de la Plataforma Unitaria Democrática y triunfadora de las elecciones primarias organizadas por la oposición, logró conectar directamente con los grandes sectores sociales de ese país que se encuentran gravemente afectados por las erráticas políticas gubernamentales impuestas a lo largo de 25 años. Corina Machado conquistó definitivamente el consenso y la base social que anteriormente poseía el régimen chavista. Imposibilitada para ser candidata presidencial por decisión arbitraria del gobierno, transmitió su enorme legitimidad a Edmundo González Urrutia quien fue designado candidato sustituto por parte de la oposición. En las votaciones destacó la enorme participación de los ciudadanos que alcanzó porcentajes cercanos al 70%, demostrando civilidad y entusiasmo para ejercer su voto.

Esta gran concurrencia a las urnas fue el aspecto más relevante de la jornada electoral. El padrón de Venezuela para este proceso se integró por 21´392,464 ciudadanos habilitados para votar en 30,026 casillas. Ellos tuvieron en la boleta a diez candidatos presidenciales, algunos de los cuales fueron impuestos por el oficialismo para confundir a los electores y dividir el voto. Después de once años Maduro se empeñó en la reelección para un tercer mandato a pesar de haber sido quien condujo al colapso económico del país y a la mayor expulsión de venezolanos que se tenga memoria. El éxodo masivo ha sido calculado en cerca de 8 millones de refugiados y migrantes esparcidos alrededor del mundo. De ellos, 4.5 millones se encontraban en condiciones legales para votar pero la burocracia del régimen solamente autorizó a 69,211 personas para sufragar desde el extranjero. El proceso electoral venezolano fue absolutamente arbitrario e injusto además de que estuvo plagado de artimañas.

Frente al uso discrecional de los recursos públicos por parte del oficialismo, la oposición logró recorrer ampliamente el país construyendo una enorme base social a pesar del hostigamiento constante de los colectivos chavistas. La imposición de “trampas legalizadas” por parte del madurismo incluyó la “inhabilitación” de numerosos candidatos opositores, el encarcelamiento de varios coordinadores de la campaña de Corina Machado, así como la detención arbitraria de más de un centenar de personas que apoyaron con transporte, hospedaje, tarimas o sonido. La persecución gubernamental alcanzó a la prensa y a los observadores internacionales. A muchos personajes se les impidió el acceso a Venezuela. Sin embargo y a pesar del bloqueo oficialista, fueron impresionantes los cierres de campaña que convocaron a decenas de miles de personas a lo largo y ancho del país, en contraste con los exiguos mítines de Maduro quien días antes de la jornada electoral amenazó con “un baño de sangre” si no obtenía el triunfo. Recordemos que su llegada al poder en 2013 aconteció después de la muerte por cáncer de Hugo Chávez quien lo había designado como su sucesor. No es casualidad que estas elecciones fueran convocadas para el 28 de julio justo cuando el caudillo habría cumplido 70 años.

No obstante, la realidad evidencia que el carisma no se hereda. Bajo una enorme polarización política construida a lo largo de un cuarto de siglo y con una creciente pobreza que afecta al 52% de la población -obligada a sobrevivir con tres dólares mensuales con una inflación del 50%- la gente manifestó su rechazo al régimen. La catástrofe venezolana se debió en buena medida a la fragmentación de su oposición política. Actualmente unificada, esa oposición ha encarnando la enorme voluntad expresada en las urnas por una ciudadanía que rechaza al chavismo en cuanto fallido experimento social y político. Ahora la sociedad civil deberá fortalecer la democracia e impulsar la reconciliación nacional.