Quizá sea por las fiestas de fin de año. Posiblemente esa cursilería llamada “el espíritu navideño” se ha metido en el corazón de muchos mexicanos, incluyendo al señor presidente de la República, cuya espalda debe estar fatigada no por la escoliosis, sino por el enorme peso de la nación sobre sus hombros, pero nunca lo había yo visto tan feliz de plena dicha, de toda felicidad como en estos días cuando con eléctrica emoción (la luz es nuestra), celebra el encendido de los foquitos decembrinos en el adorno de algunas casas acapulqueñas, según pudo constatar en su recorridos desde el helicóptero a cuyas aspas era refractario cuando comenzaron sus afanes en beneficio de México, siempre México.
--De acuerdo a (con) los tiempos, considero que ya el 24 va a ser mejor, la Navidad; el 31, mejor. Cuando les digo que el 24 va a ser mejor es porque ayer, que sobrevolé en la noche Acapulco, ya hay en muchas casas los foquitos de Navidad y me dio mucho gusto eso, el regreso a la normalidad; y el 31 va a estar mucho mejor, en una de esas el 31 ya van a estar terminando algunas viviendas y, sin duda, en marzo al 100, del año próximo; en marzo vamos a terminar…”
Y uno, fiel a la imaginación de tantos libros mágicos y recuerdos infantiles, se imagina el rostro conmovido del señor presidente en una noche cálida sobre la bellísima bahía, con la frente apoyada en la ventanilla del helicóptero, conmovido quizá hasta la médula porque ya hay foquitos.
Alegría por las cosas simples, felicidad por la dicha ajena, sentimientos nobles cuyo origen sólo puede estar en la intrínseca bondad de un hombre cuya alma vibra en sincronía con los dolores y dichas de su pueblo.
Así –permítaseme un recuerdo de infancia--, nos conmovíamos en la tierna edad con el espectáculo de la Catedral iluminada y los arbolitos de la Alameda, y mi difunta madre (quien de Dios goce, dirían mis tías), nos llevaba azorados por las ventanillas del tranvía La Rosa-Zócalo, para ver la iluminación. Felicidad decembrina.
Pero me refería a la condición. Actual de nuestro presidente a quien yo veo feliz, feliz, aunque tanta alegría no le retire sus frecuentes mohines en contra de los conservadores y demás sabandijas malas de malolandia.
Pero hoy prefiero rendirme ante su sonrisa bondadosa y alegre, en el Palacio Nacional durante la entrega de los premios del Deporte, en una ceremonia en compañía de su señora esposa (una dama de primera, pero no una primera dama).
Y ella nos dijo algo muy importante sobre el movimiento (el deporte) y el pensamiento (la filosofía):
“…Y el pensar no es solamente las grandes cosas filosóficas, que sí hay que pensarlas.
“Pienso en esta explicación orgánica de alimentación, movimiento y pensamiento que todos nosotros debemos pensar, primero, que somos capaces de lograr lo que nos proponemos, que somos capaces de lograr nuestros sueños, que somos capaces de hacer lo imposible; y si no lo logramos, caminar hacia eso que para otros es imposible…
“Creo que cuando nos creemos esa capacidad, caminamos entonces, y el movimiento nuevamente empieza a funcionar y necesitáramos comer. Caminar hacia qué, entonces pasa por aquí el propósito, para qué estamos.
“Y ya que está nuestra linda bandera aquí, funcionarios del gobierno, nuestro presidente, yo creo que movernos hacia la dignificación de México, hacia enorgullecer a nuestro país, es un gran movimiento, una gran acción.
“México no es cualquier país, tampoco los demás, pero moverse con miras al enaltecimiento de nuestra patria creo que es un gran motivo para caminar, para correr, para andar, saltar, patinar, rodar, el movimiento; comer para el movimiento y el pensamiento…”
Y como cereza del pastel, la pose con el enorme pelotero Arozerna y todos felices con la “Randyseñal” de brazos cruzados sobre el orgulloso pecho.
ERUVIEL
Se le presenta a la nación una pandilla de tránsfugas bajo el atractivo membrete de “Alianza progresista”. Quieren progresar. No abaratemos la palabra traidor. Cada quien sabe cuánto valen sus treinta monedas. ¿Embajadas, curules o escaños; chambitas, encarguitos, migajitas?
Pero dentro de esa manga de conversos ya bendecidos por el Mesías tertramorfósico, hay uno particularmente proclive a la blandura de criterio. No es veleidoso; es oportunista. Se llama, Eruviel Ávila y como líquido viscoso adopta cualquier forma, según el recipiente.
Su actual condición –después de dos elecciones exitosas en Ecatepec--, se inició con una amenaza.
Cuando se dirimía el sucesor de Enrique Peña Nieto en el gobierno del estado de México, para lanzarlo a una segura campaña presidencial cuya desembocadura eran Los Pinos, como fue, había un problema: la silla del gobierno estaba prácticamente reservada para Alfredo del Mazo Maza, como funestamente sucedió dos periodos después, pero Eruviel la disputó.
Hizo creer en su victoria si se iba al Partido de la Revolución Democrática, en una versión recargada del “monrealazo”. Y el PRI tuvo miedo. Se la pospusieron a Alfredo (más miedo) y se la dieron a él.
Enrique Peña persuadió a Del Mazo para hacerse temporalmente a un lado y dejar el gobierno en manos de Ávila, a cambio de su permanencia en el Partido Revolucionario Institucional. Después, llegó al Senado, protegido y cobijado por el fuero legislativo.
Hoy –siempre escurridizo, insustancial y doble cara--, ya no amaga con irse a cambio de una candidatura; hoy se va a buscar en Morena, cualquier cosa. Nada le darán mejor de los tiempos del PRI; sumiso ante la mujer a la cual en su tiempo descalificó y llamó incapaz.
Allá ella si lo olvida, porque como nos han hecho recordar diversas publicaciones, cuando estaba en la campaña de José Antonio Meade, llamaba a Sheinbaum mujer incompetente y ahora la consagra como única salvadora de la patria.
En alguna de las dos ocasiones mentía. O en las dos.
El resto de los integrantes de la dicha “Alianza progresista”, sólo busca un maquillaje para ocultar la verdadera intención: brincar de un barco a punto del naufragio.
Ninguno de ellos conseguirá con la displicente señora Sheinbaun, --quien recibió la noticia del arribo de sus nuevos súbditos con todo menos con entusiasmo--, algo superior a sus posiciones anteriores.
Pero la persistencia en el juego, la continuidad en el ámbito político y la posibilidad de llegar a puestos de confort y remuneración o maniobra (e inmunidad, no lo olvidemos), para no mermar sus amplios caudales, es suficiente para saltar de un lado a otro.
Ninguno de ellos ha traicionados sus convicciones. Nunca las tuvieron, como tampoco las hay en su nuevo acomodo.
Jamás hicieron un voto de fidelidad. Eso no existe en la política. No forjemos ilusiones, ni nos llamemos a sorpresa.
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