Opinión

Fuerzas modernizadoras (2)

En la pasada columna nos referimos al problema filosófico que plantea la disyuntiva entre izquierdas y derechas, que tras la preponderancia de la doctrina renovada del mercado libre (neoliberalismo) y la derrota del llamado socialismo real ocurrido en las últimas décadas puso en el cesto de la basura la validez de las ideas de izquierda -las radicales y las moderadas- si bien no en el de la historia como sostuvieron ciertos teóricos.

El consumo, el mercado, la innovación, la superación y la competencia, por mencionar solamente algunas de las propuestas en boga durante tantos años, hicieron ver los postulados de izquierda no sólo como algo anquilosado sino sobre todo peligroso.

Ante la desaparición del socialismo real quién querría ser igual en un sistema en el que se premia la individualidad. Los más destacados serían la punta de lanza, aunque se omita mencionar que los privilegios, y no las cualidades y las aptitudes, ponen a las personas a competir en condiciones claramente dispares; en el fondo no hacen sino prolongar una estructura de privilegios concentrados en unas cuantas manos en la que amplias mayorías trabajan para superarse sobre la base de la quimera del éxito individual recompensado; otros ni siquiera pueden ambicionarlo claramente, imbuidos en la sobrevivencia extrema de la pobreza. Extrema es la desigualdad que se reproduce así, sin correas conductoras, pues la libertad del mercado sirve para muchas cosas, pero sobre todo para que no estén atadas las manos de los dueños del poder político y económico.

Desde un punto de vista más amplio, el desprestigio de las ideas de izquierda en el mundo, pero particularmente en México, sirvieron para justificar toda suerte de atrasos y peligros, empezando con la libertad y acabando con la igualdad. Los que se plantearon el cambio social -equivocados o no al recurrir al uso de la violencia- fue relativamente sencillo desactivar sus propuesta, sometiéndolos a la etiqueta de delincuentes o disruptores del orden social; los que optaron por la vía política de las instituciones, bastó con ponerles de mala manera la realidad -tergiversada- de las realidades comunistas para desprestigiar su lucha, su organización, sus objetivos y su vigencia: si acaso emisarios del pasado. ¿Qué importa el cambio social si al final existen cuantiosos recursos para mantener el orden social, uno en el que solamente los mejores son acreedores a lo mejor?

Cuando los miembros del tercer Estado tomaron su lugar a la izquierda del rey hace más de doscientos años, probablemente nunca imaginaron que la ocupación de su sitio sería un acto fundacional de un ideario que se decantaría con el tiempo. Con todas las dificultades encima, las ideas de izquierda mantienen la sustancia de su origen. La igualdad sigue siendo una aspiración, la fraternidad un ideal y la libertad un bien preciado constantemente bajo acecho de los poderosos.

En ese marco contencioso de las ideas, cabe insistir en que las ideas de izquierda han dado lugar al surgimiento de fuerzas modernizadoras en diversas partes del orbe. En línea con lo propuesto por Donald Sassoon (Cien años de Socialismo, Edhasa, Barcelona,1996), anotamos que a lo largo del siglo XX, el socialismo y el comunismo dieron cabida a fuerzas de modernización en los ámbitos económico y social sobre todo, y posteriormente en lo político con su aprendizaje del valor de la democracia.

No son los únicos ejemplos posibles y si bien en distintos periodos, Chile y México son dos ejemplos posibles de esa simbiosis de izquierdas y democracia fuera del teatro de operaciones occidental. Donald Sasson argumenta que no deja de ser paradójico que el socialismo nació en sociedades industrializadas o en vías de industrialización -en Europa occidental-, entre obreros especializados y no entre el “lumpenproletariado”. Subraya que nació dentro del propio capitalismo, entre la enorme riqueza que iban creando los trabajadores. (pp.23-24)

Cabe recordar que en el congreso de 1889 en París, en el que se buscó reemplazar la Primera Internacional ante su fracaso en 1876 para convertir en realidad los ideales de la libertad, la igualdad y la fraternidad, proponiendo que la riqueza social y el poder económico no fueran privilegio de unos pocos, se postularon como principios programáticos la extensión de la democracia, la evolución pacífica hacia la toma del poder político, la regulación del mercado laboral y el fin de la discriminación sexual, así como otras formas de desigualdad.

Seguiremos. 

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