Opinión

Una de las grandes novelas políticas cubanas: El siglo de las luces de Alejo Carpentier

Escribía la vez pasada sobre algunas novelas políticas y el tema da para tratar de muchos libros. Extraigo de mi librero de literatura hispanoamericana, El siglo de las Luces de Alejo Carpentier, publicado en 1962. La historia tiene por marco histórico la Revolución Francesa, pero ocurre en el Caribe y no presenta a tres jóvenes, dos hermanos Sofía y Carlos y un primo de ellos, Esteban, que tendrán un encuentro significativo con el singular Victor Hugues. Pero vayamos por partes. Alrededor de 1790, un rico comerciante criollo deja en la orfandad a sus hijos y a su ya huérfano sobrino. Los primeros días del duelo son difíciles para los adolescentes. Carlos lamenta que la muerte del padre lo privará de lo que amaba y torcerá sus propósitos. Ahora deberá encargarse de los negocios familiares. Él, que no sabía de números. Comienza a fantasear que un día, sin decir agua va, escapará. El pobre Esteban sufre ataques asmáticos. Entretanto, Sofía se dice que no regresará al convento. La verdad es que los hermanos sienten de pronto una brizna de libertad. Así que su reclusión y la de su primo se vuelve una festejo, leyendo libros a su antojo, al margen del mundo.

El siglo de las luces

El siglo de las luces

Un día llega Victor Hughes, un marsellés que vive en Saint-Dominique, lo que luego será Haití, y quiere hacer tratos con el padre de Carlos y de Sofia, ignorando que el hombre ha muerto. Hughes se desencata cuando se entera. Sofía lo mira y piensa que:“El personaje tenía empaque propio, pero, de primer intento, lo mismo podía suscitar la simpatía que la aversión” (El siglo de las luces, Seix Barral, Biblioteca Formentor, Barcelona 1976, p. 31).

El caso es que Hughes es un conversador, que ha acumulado entretenidas historias, un muy buen compañero de juegos y divierte así a los tres jóvenes. Como buen francés que ha vivido en su país el conocimiento que se abre a todas las disciplinas durante el movimiento de la Ilustración, le lleva a Esteban al doctor Ogé, un mulato y amigo suyo, y alivia las alergias y el asma de Esteban. Pero no todo es miel sobre hojuelas. Hughes y su amigo Ogé deben huir de Cuba, porque su presencia disgusta a las autoridades de Cuba porque son francmasones y extranjeros.

“Dos días transcurrieron en hablar de revoluciones, asombrándose Sofía de los apasionante que le resultaba el nuevo tema de conversación. Hablar de revoluciones, imaginar revoluciones, situarse mentalmente en el seno de una revolución, es hacerse un poco dueño del mundo. Quienes hablan de una revolución se ven llevados a hacerla. Es tan evidente que tal o cual priviligeio debe ser abolido, que se procede a abolirlo, es tan cierto que tal opresión es odiosa, que se dictan medidas contra ella, es tan claro que tal personaje es un miserable, que se le condena a muerte por unanimidad. Y, una vez saneado el terreno, se procede a edificar la Ciudad del Futuro ( p. 72)

Las ideas revolucionarias prosperan. El mundo reducido de entonces se entera de la fuga del rey francés y su captura en Varennes (1791) .

Antes de eso, ha ocurrido la revuelta de los negros en Saint- Domingue. Poco después, Víctor y Esteban se van a Europa, a la Francia de la revolución.

Los personajes de Carpentier son transformados por los sucesos en Francia. Y la lectura, desde luego, intriga y fascina al lector. Debo haber leído El siglo de las luces tres veces en mi vida y mi libro está lleno de anotaciones y de subrayados. Alejo Carpentier, en el año en que la publica, 1962, se regocijaba, supongo, del triunfo de la revolución cubana (1953-1959). Cuba era libre, sin la dictadura de Fulgencio Batista y sin la injerencia de Estados Unidos. En la isla caribeña surgía el hombre nuevo y muchos países admiraban la gesta llevada a cabo por Fidel Castro y sus guerrilleros, entre ellos Ernesto Guevara. Los países latinoamericanos se estremecían, unos de gusto y otros de disgusto. Pero, volvamos a la novela de Carpentier.

Según el autor de El siglo de las luces, Victor Hughes fue un personaje real, enviado al Caribe a difundir las enseñanzas de la Revolución francesa. Con el tiempo, volvió a Francia y regresó al Caribe oficialmente investido de poderes. Al cabo se convirtió en un déspota. En la novela de Carpentier, Esteban atestiguará la transformación de Hughes, mientras Sofía ha estado aguardando románticamente al personaje que irrumpió de pronto en sus vidas.

En esta maravillosa novela, Alejo Carpentier es mucho más crítico de los grandes cambios revolucionarios que en La consagración de la primavera (1978). Victor Hughes, en su regreso a America, lleva como equipaje a la guillotina, decidido a esclavizar a los negros que liberó años atrás al llegar al Nuevo Mundo. Sofía se siente traicionada por el hombre que creyó un libertario.

“Es muy triste empezar esa historia con el restablecimiento de la esclavitud”, dijo Sofía. “Lo siento. Pero yo soy un político. Y si restablecer la esclavitud es una necesidad política, debo inclinarme ante esa necesidad”… Seguía la disputa a las mismas ideas, irritaciones, impaciencias, despechos de la mujer ante la claudicaciones que rebajaban estaturas…” (ps 331-332).

Finalmente, Sofía permanece fiel a sus ideales y muere luchando en España contra los invasores franceses.

Carlos, el hermano de Sofía, se desdibuja un poco. Engorda, sin anhelos grandiosos como los de su hermana y su primo Esteban. Esteban es el personaje que atraviesa toda la novela, el intelectual, que se entusiasma con las ideas y se desilusiona con los hechos. En referencia a la Revolución Cubana, a la que tengo presente ahora por Alejo Carpentier, a muchos nos ocurrió lo mismo que a Esteban, nos ilusionamos cada quien en su momento y, yo, hoy por hoy, abjuro de mi pasado de canciones de trova y esperanza por la Cuba revolucionaria, que también ha bajado la guillotina sobre su gente.

Lo importante, esta vez, es sugerirle a los lectores del diario “Crónica de hoy” la lectura o la relectura de una de las grandes novelas políticas latinoamericanas, El siglo de las luces de Alejo Carpentier.

¡Ah, no olviden nunca la guillotina!

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