Los ciclos en la historia son, prácticamente, impredecibles, son, generalmente, construidos a posteriori. Después de las elecciones presidenciales del año 2000 muchos dieron por muerto al Partido Revolucionario Institucional. Resulta que el muerto no se murió, lleva veintidós años en un proceso de desgaste y con un episodio de resurrección plena, recuperó la presidencia de la República del 2012 al 2018.
La coyuntura inmediata de las elecciones en Coahuila y el Edomex, el año próximo, obligan a reflexionar sobre la viabilidad de la existencia del PRI. Para ello, es relevante realizar un recuento sobre la su funcionalidad sistémica. Debemos iniciar con el análisis de sus predecesores, porque es indispensable para observar su evolución.
El Partido Nacional Revolucionario (PNR) surge para atender la crisis política desatada por el asesinato de Álvaro Obregón en 1928, siendo ya presidente electo; quien era el gran caudillo, el único con la autoridad política suficiente como para meter en cintura a los múltiples caudillos menores, que a su vez tenían sus propios cotos de poder, derivado de su participación en la Revolución.
La forma de atender la crisis fue buscando integrar a caudillos locales y regionales al nuevo partido y definir reglas consensuadas para la designación de los candidatos a puestos de elección popular. Tarea compleja, algún autor afirma existían alrededor de mil partidos en el país de todos colores y de todas las dimensiones. A la fundación del PNR sólo llegaron alrededor de 300.
El PNR cumplió su función sistémica de contribuir a la estabilidad política, pero con una característica de ser un partido controlado por un caudillo, el Jefe Máximo: Plutarco Elías Calles, lo cual nos lleva a que todavía no pudiera ser caracterizado, plenamente, como partido de Estado. Sirvió para instrumentar la candidatura presidencial de Pascual Ortiz Rubio logrando disciplinar a los caudillos militares que se sentían con méritos suficientes para aspirar a la presidencia y enfrentó la candidatura independiente de José Vasconcelos, la cual fue cruelmente reprimida.
En esta coyuntura el hecho esencial fue la confrontación entre el presidente Ortiz Rubio y el Jefe Máximo, el partido participó activamente a favor de este último. Sin apoyo político de la alianza de caudillos que se concretó en la organización partidaria al final de cuentas el presidente fue empujado a renunciar. En esta etapa fue nombrado presidente del partido el general Lázaro Cárdenas, con la idea que sirviera de mediador entre el presidente y los callistas recalcitrantes miembros del partido.
Al final de cuentas el general Cárdenas renunció a la presidencia del PNR y poco después Ortiz Rubio lo hizo a la presidencia de la República. Sin duda alguna esta experiencia del general fue útil para, posteriormente, reformar radicalmente la estructura partidaria. Con su frágil institucionalidad el partido fue importante para la elaboración del Plan Sexenal, que fue esencial, no sólo para la campaña electoral en 1934, sino como respaldo legitimador de la acción gubernamental reformista desplegada por el general. Aunque la congruencia de Cárdenas con el ese Plan fue uno de los factores del distanciamiento y conflicto con el Jefe Máximo.
La transformación de PNR en Partido de la Revolución Mexicana (30 de marzo de 1938) no fue un simple cambio de nombre, sino fue una transformación profunda en dos sentidos, el partido dejó de servir a los intereses de un caudillo, pasó a ser un instrumento de la presidencia y dejó de ser un partido de caudillos para transformarse en uno de organizaciones, un partido corporativo con cuatro sectores: obrero, campesino, popular y militar. Ese cambio era indispensable, para aprovechar el respaldo al general Cárdenas de las organizaciones obreras y campesinas que lo apoyaron desde su temprana aspiración a la candidatura presidencial y para limitar la influencia de los caudillos locales y regionales, que no se extinguió hasta muy entrado el siglo XX.
Además, en la coyuntura compleja derivada de la expropiación petrolera era indispensable acumular la mayor fuerza política posible para enfrentar las presiones de las compañías afectadas y de sus gobiernos. Otra consecuencia fue que sirvió para barrer los últimos reductos callistas.
La función estructural de las organizaciones en su articulación con el PRM era dual, de apoyo, no necesariamente incondicional, a cambio de políticas que las beneficiaran y la creación de instituciones que se encaminaran en la construcción de un Estado de Bienestar. Como fueron, por ejemplo. la Ley Federal del Trabajo, el Seguro Social o el Banco de Crédito Ejidal. En el PRM se da una confluencia de intereses entre los sectores de trabajadores y la élite política posrevolucionaria, que lleva a la colaboración que tiene como fin obtener beneficios mutuos.
La desaparición del Sector Militar (diciembre 1940) y la creación de la Confederación de Organizaciones Populares (1943) dibujaba ya un rumbo de cambio, que culminaría con la creación del PRI y la candidatura de Miguel Alemán a la presidencia de la República que se dieron simultáneamente en la asamblea partidaria (enero de 1946). En las etapas del PNR y PRM se dan pasos en el rumbo de la construcción de un partido hegemónico, pero el paso esencial se da en la transformación del PRM en PRI (1946).
Con la llegada de Miguel Alemán al poder se inicia el fin del arreglo fundacional del PRM, la colaboración de las organizaciones se va transformando en subordinación. El momento icónico fue el “charrazo” en el Sindicato Ferrocarrilero (1948) y otros como la huelga minera de Nueva Rosita, Coahuila (1950) o la brutal represión contra los trabajadores ferrocarrileros (1959).
Como maquinaria electoral el PRI inició su carrera sin mayores contratiempos. El último sobresalto, de esta etapa, fue en la elección de 1952 donde la clase política se dividió. A partir de ahí se inició la consolidación del Sistema de Partido Hegemónico, aparejada con lel sistema presidencialista. No se puede comprender integralmente la conformación del Sistema Político Mexicano sin considerar el desarrollo e imbricación de ambos procesos.
Fue hasta 1988, que la clase política posrevolucionaria tuvo que enfrentar una nueva escisión. Este suceso, visto en retrospectiva, fue el preludio de la decadencia de la hegemonía priísta, después vinieron la pérdida de la mayoría en la Cámara de Diputados (1997) y de la presidencia de la República (2000). En el año 2000 el PRI gobernaba 19 entidades. Para 2006 disminuyó en número de estados que gobernaba a 17. Recuperar la presidencia en 2012 fue una oxigenación masiva y presidía, 18 entidades; en 2018, 12 y en 2022, 3 (uno en coalición).
La decadencia es innegable. Las causas se encuentran en el paulatino abandono de la construcción del Estado de Bienestar, que, aunque fuera autoritario permitió a ciertos sectores populares tener mejoría o, a tener esperanza de lograrla. Como otros partidos el priísmo no encuentra la manera de enarbolar banderas que sean atractivas a la sociedad. A la actual dirigencia la más lúcida ocurrencia fue declarar al partido socialdemócrata. Cuando la socialdemocracia en el mundo está marcada por su tendencia derechista y ahora la europea con ánimos bélicos y espíritu neocolonial. Además, autoproclamarse socialdemócrata no le dice nada a una sociedad golpeada históricamente por la pobreza, ahora la pandemia y una crisis económica que mina sus esperanzas de tener una mejor vida.
El viejo partido de Estado es parte de la historia del país. Indiscutiblemente en buena parte de ella se desarrolló en una dualidad. Por un lado, constructor de un modelo de desarrollo autónomo con un Estado de Bienestar y por el otro el rostro antidemocrático y represor, con episodios propios de las dictaduras más duras. Desde que se plegó a los dogmas neoliberales fue desgastándose su legitimidad social. Las elecciones del año próximo pueden ser el fin de la decadencia y el inicio de su extinción.
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