Opinión

Hermes y el comercio

El dios griego Hermes (Mercurio para los latinos), a pesar de ser una divinidad ancestral, fue, junto con Dioniso, uno de los últimos en incorporarse al directorio del Olimpo. Robin Hard nos dice que su nombre deriva probablemente de la palabra griega herma, que significa montón de piedras o mojón, cuya utilidad era servir como señal para fijar los límites de una propiedad, orientar la ruta de un camino y delimitar el espacio de una localidad para indicar el inicio de su frontera.

Hermes y el comercio

Hermes y el comercio

Con el tiempo, a este montón de piedras, la superstición popular le fue otorgando poderes mágicos y pronto ese objeto pétreo adquirió una figura antropomórfica. En Atenas se esculpieron una buena cantidad de piedras rectangulares que se colocaban en calles y plazas. Estas esculturas, que tenían en su extremo superior una cabeza con barba y en su parte media un falo erecto, fueron conocidas como Hermes.

La mitología, nos dice Hard, le otorgó a Hermes diversos atributos relacionados con los viajes y los caminos. Su figura clásica era la de un viajero ataviado con un sombrero de ala ancha, un bastón, conocido como caduceo (una vara en la que se enroscan dos serpientes), y sandalias con alas.

Como dios, Hermes era el mensajero del Olimpo, protector de los caminos y de las personas que los transitaban. Por esta razón se convirtió en el dios de los comerciantes que llevaban sus mercancías de un lugar a otro, pero también de los ladrones que hacían sus fortunas asaltando las rutas comerciales o robando el ganado que era conducido a establos lejanos. Hermes protegía por igual las riquezas de los negociantes que se habían vuelto prósperos con actividades comerciales lícitas o ilícitas.

El mito de Hermes cuenta que sus padres fueron Zeus y una pléyade de nombre Maya. Su nacimiento en el monte Cilene ocurrió de manera sorprendente. Se dice que apenas su madre dio a luz, el bebé creció de tal forma que el mismo día de su nacimiento salió en busca de aventuras. Se dirigió al establo donde Apolo guardaba su apreciado ganado y lo robó. Temiendo ser descubierto, ató unas ramas a las patas traseras de los animales para ocultar sus huellas.

Apolo tardó algún tiempo en descubrir al ladrón. Hermes sacaba a pastar al ganado mientras se sentaba a tocar un instrumento musical inventado por él mismo, a partir de una concha de tortuga a la que tensó unas cuerdas hechas con tripas de vaca. La maravillosa música que salía de la lira llamó la atención de los habitantes de la región, quienes informaron a Apolo de la existencia de aquel pastor.

Al ser descubierto el hurto, Hermes fue llevado por Apolo a juicio ante la corte del Olimpo presidida por Zeus. Se declaró culpable pero no fue condenado porque, acusado y acusador llegaron a un acuerdo: Apolo accedería a que el ganado robado permaneciera en manos de Hermes, a cambio de que le cediera la propiedad de su maravillosa lira.

Hermes después inventó, con algunos carrizos de diferentes longitudes, unidos por una cuerda, la llamada flauta de Pan o zampoña. Apolo, aficionado a la música, quiso poseer también aquel instrumento de viento, e intercambió con Hermes su caduceo de oro por la flauta.

A Zeus le hacía mucha gracia la elocuencia, el ingenio y la persuasión de Hermes, por lo que lo nombró su mensajero y le estableció como deberes los de acordar tratados, promocionar el comercio y mantener la libertad de movimiento de los viajeros en cualquier camino del mundo (Robert Graves). El conocimiento que tenía de las lenguas y la cultura de los habitantes que vivían más allá de los límites territoriales lo hicieron el dios de los intérpretes (hermeneus) y traductores de los extranjeros; de ahí deriva, dice Hard, el término clásico de hermenéutica.

Hermes tuvo muchos hijos, algunos de ellos famosos, como “Equión, el mensajero de los argonautas, Autólico, el ladrón, y Dafnis, inventor de la poesía bucólica”. Pero sin duda, uno de los más importantes fue el hijo que concibió con Afrodita: Hermafrodito, una divinidad bisexual.

Hermes aparece en innumerables mitos, en su mayoría, cumpliendo la misión de llevar mensajes de Zeus a diversos personajes en diferentes lugares. Aquí solo algunos: es enviado a la isla de Calipso para decirle a la hechicera Circe que debe dejar partir a Odiseo y sus compañeros, a quienes había hecho sus prisioneros; Zeus envía a Hermes a transportar a Hera, Atenea y Afrodita al monte Ida para ser juzgadas por su belleza y para advertir a Paris que debe cumplir con su deber de juez; Hermes acompaña a Príamo al campamento griego para persuadir a Aquiles de entregar el cadáver retenido del héroe troyano Héctor; intenta persuadir, sin éxito, a Egisto para que desista de enamorar a Clitemnestra, esposa del rey Agamenón; ayuda a Perseo en su misión de derrotar a Medusa.

En la época clásica, señala Hard, Hermes también asume la responsabilidad de guiar, junto con el barquero Caronte, el alma de los muertos en el camino que recorren hasta el inframundo.

El filósofo estoico griego Epicteto (según J. Campbell) señala que el caduceo de oro de Hermes tenía propiedades mágicas para convertir todo lo malo en bueno y toda la materia en oro. Estos atributos tardíos influyeron probablemente en las doctrinas gnósticas paganas que se recogían en los textos conocidos como el Corpus Hermeneuticum y, también, en el desarrollo de la alquimia, cuyos practicantes tenían como guía a Hermes Trismegisto, el supuesto inspirador de los textos “herméticos”, en los que se enseñaba una filosofía que relacionaba el mundo material con el espiritual.

Como se puede observar en el mito de Hermes, los pueblos antiguos, especialmente los ubicados alrededor del mar Egeo y el Mediterráneo, eran proclives a ir y venir más allá de sus fronteras y a practicar el intercambio comercial con comunidades lejanas. Sabían que las actividades comerciales podían incrementar sus riquezas, tanto de manera legítima como abusiva, de ahí que, al reconocer sus beneficios, también eran conscientes de la necesidad de regular los intercambios mediante los pactos comerciales.

En la actualidad, escuchamos planteamientos trasnochados de dirigentes políticos que plantean la negación de los beneficios que tienen para la población el comercio exterior, negando implícitamente los tratados comerciales vigentes, y promoviendo un estado idílico de sustitución de importaciones, en el que solo se beneficiaría, como se ha visto en el pasado, a los productores locales, en detrimento de los consumidores.

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