Opinión

Ideas fosilizadas

Fue Arnold Toynbee el que introdujo el concepto de la existencia de sociedades fosilizadas o detenidas. En su formidable trabajo sobre el estudio de las civilizaciones, publicado con el título Estudio de la Historia, señala que la mayoría de los pueblos se desarrollaron a partir de la “incitación” que les presentaba el medio ambiente en el que habitaban y los desafíos internos y externos a los que se enfrentaban. La respuesta que dieron a los problemas que amenazaba su supervivencia hizo que se movieran a estadios superiores de los originales en su remota formación.

Ideas fosilizadas

Ideas fosilizadas

Las civilizaciones nacieron, se transformaron, se expandieron y fusionaron mediante este proceso global de desafío-respuesta. “De esta manera Toynbee distingue entre sociedades primitivas y civilizaciones. Las primeras son estáticas, permanecen aferradas al pasado y no evolucionan. Las segundas, en cambio, son dinámicas, y han surgido precisamente porque supieron responder en un momento dado de forma creadora a un desafío que tenían ante sí.” (D.C.Somervell).

Toynbee distingue seis civilizaciones originarias que se formaron de manera autónoma, es decir, que no proceden unas de otras. La egipcia, la sumeria, la minoica, la china, la maya y la andina. También identifica poco más de veinte civilizaciones filiales o herederas de alguna de las originarias. Otros autores señalan que en realidad existió una civilización originaria, la sumeria-babilónica, y que, de ahí, mediante el proceso de difusión asociado a las migraciones, la guerra y el comercio, se expandieron por el planeta. Joseph Campbell, por ejemplo, al estudiar los mitos y su evolución, concluye que hubo una civilización originaria: la sumeria, en Mesopotamia, a la cual denomina como región mitogenética: el lugar donde surgieron y luego se difundieron por el orbe los primeros conocimientos y las primeras ideas mitológicas.

Las sociedades detenidas en su evolución o desarrollo fueron aquellas que lograron vencer los retos que les planteaba la sobrevivencia primaria, pero que se quedaron detenidas en un nivel en el que aseguran su sustento material y espiritual, pero que no van más allá de él. Son las que en términos marxistas y desde la perspectiva económica podrían llamarse sociedades con un sistema de “reproducción simple”, sin acumulación de capital. De las sociedades petrificadas que menciona Toynbee: la polinesia, esquimal, nómada, osmanlí, espartana, solo los esquimales existen en la actualidad en esa condición.

De la misma manera en que se fosilizaron algunas comunidades humanas, se puede decir que muchas ideas arcaicas han permanecido inmutables en la cultura occidental a lo largo de milenios, condicionando la actitud y el comportamiento de millones de personas.

La lista es larga e incluye a los cuerpos dogmáticos y litúrgicos de las religiones milenarias, pero solo me referiré a dos de ellas, por su importancia en la política: la idea de que el universo se debate en una lucha antagónica entre las fuerzas del bien y las del mal; la otra, tiene que ver con la devoción o culto al héroe.

La primera idea fue desarrollada por primera vez, tal vez, por la religión persa conocida como zoroastrismo. Algunos autores afirman que de ahí pasó al judaísmo, al cristianismo y, finalmente, al islam. “Según la versión de Zaratustra de la historia del mundo, en la creación, que fue obra de un dios de pura luz (y bondad) se introdujo el principio del mal, por naturaleza independiente y opuesto al primero, lo que desencadenó una batalla cósmica que acabará con la victoria total de la luz: el proceso terminará con el Reino de la Justicia sobre la Tierra” (J Campbell. Las máscaras de Dios. Mitología oriental).

La segunda, la de la veneración al héroe es, quizás, más antigua y ha estado presente en todos los pueblos y culturas. Existen infinidad de relatos mitológicos en los que se cuentan las hazañas de seres excepcionalmente dotados para luchar contra grandes enemigos y adversidades, en batallas épicas de las cuales resultan siempre victoriosos. El propio Campbell los analiza en su libro El Héroe de las mil caras, en el que describe las diferentes etapas -el viaje- por las que transita la narrativa heroica.

Los héroes son los que guían a sus pueblos por el sendero de la victoria. Es una especie de figura paterna o patriarcal en la que se deposita toda la esperanza y de la cual se pretende obtener la protección frente a cualquier amenaza. A estas personas excepcionales se les atribuye la creación de una civilización, la fundación de una ciudad o de un pueblo, la conquista de territorios inhóspitos, la creación de una religión, la eliminación de un enemigo que causa los males de la comunidad.

El profeta Maní en el siglo III d.C. fue uno de los promotores más exitosos del zoroastrismo. Su cosmología dualista plantea que las personas se debaten en un conflicto entre las fuerzas de la luz, la bondad y lo espiritual, y aquellas que representan la oscuridad, lo malo y lo material. A la propensión o sesgo de ver todo en términos de blanco y negro, bueno y malo, se le conoce como maniqueísmo.

Cada persona suele tener, más o menos, una idea relativamente diferente de lo que es bueno o malo. Esta valoración depende de la formación del individuo, su educación, la ética aprendida, la filiación a una fe religiosa, la cultura, la idiosincrasia y otras tantas cosas. Lo mismo sucede desde la perspectiva de los grupos sociales y su visión moral.

El sesgo maniqueo impide apreciar la variedad y la diversidad de los diferentes tipos de personas, grupos, pensamientos y variaciones en las valoraciones éticas que existen en medio de esos dos extremos irreductibles. El andamiaje jurídico e institucional que se construye en un régimen democrático pretende, entre otras cosas, armonizar la convivencia entre distintas visiones éticas, religiosas, ideológicas, políticas, morales que el pensamiento maniqueo no reconoce.

Cuando en la política se han combinado con éxito estas dos ideas fosilizadas: la del héroe o líder carismático que guiará a sus seguidores a la victoria final y que la lucha política se da en una arena en la que se dirimen las fuerzas del bien y del mal; más aún, cuando los líderes políticos, mediante la propaganda y el discurso demagógico, han alcanzado la fusión simbólica de las figuras del héroe, el bien y el “pueblo”, en un ente indivisible, en el que no se distingue uno del otro, y donde el objetivo es derrotar al enemigo irreconciliable, los resultados han sido casi siempre catastróficos y no es necesario siquiera mencionar los más terribles ejemplos históricos al respecto, por conocidos y atroces.

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