Opinión

La iglesia del yo

El evento para celebrar el quinto aniversario de la victoria electoral de Andrés Manuel López Obrador, y su marcado acento personalista, me recordaron algunas partes de un extraordinario texto que escribió el teólogo Vito Mancuso en La Stampa, a propósito de la muerte de un político que dejó huella, Silvio Berlusconi.

Escribe Mancuso: Berlusconi “con sus antenas personales… supo coger el deseo profundo de nuestro tiempo, reconoció su alma ligera y se puso a cazarla ejercitando todas las artes de su sonriente y persistente seducción”.

“Se transformó de esa manera en una especie de sumo sacerdote de la nueva religión que desde hacía tiempo había tomado el lugar de la antigua religión de Dios y su sustitución con la religión del Yo”.

“Dios, antes, podía entenderse de distintas maneras: en el sentido clásico del catolicismo y de las otras religiones; en el sentido socialista o comunista de la sociedad futura sin clases y por fin justa, en el sentido liberal y republicano de un Estado ético, como el que celebró Hegel, en el sentido de la recta e incorruptible conciencia individual de la filosofía moral de Kant, y de otras maneras todavía: todas acomunadas por la convicción de que existiese algo más importante que el Yo, de frente a lo que el Yo debía detenerse y ponerse a su servicio.”

En otras palabras, “la emoción vital según la cual hay algo más importante que yo, que mi poder, que mi placer (y no importa si este ‘algo’ es el Dios único, los Dioses, la Urbe, la Polis, el Estado, la Ciencia, el Arte u otra cosa)”.

“El berlusconismo, en cuento religión del Yo, proclama exactamente lo contrario: no hay nada más importante que yo”.

“¿Pero, qué cosa significa la muerte de la ética? Significa el dominio de la vulgaridad, no entendida como uso de lenguaje inconveniente, sino en el sentido etimológico que reenvía al vulgo, la plebe; es decir, al populismo como procedimiento que mide todo con base en aplausos, como aplausómetro permanente que transforma a los ciudadanos de seres pensantes en espectadores que baten las manos. Es decir, no es justo lo que es justo, sino lo que recibe más aplausos. He aquí la muerte de la ética, la degeneración de la democracia en oclocracia.”

Diferencias, las hay. En particular, López Obrador -a diferencia del italiano- se cubre con un barniz de justiciero social que fue necesario para su acceso al poder. Sin embargo, en la medida en que fue avanzando su sexenio, ese barniz se fue difuminando en otro, más teñido de nacionalismo y, sobre todo, en la exclusión activa de una parte de la población, bajo el paradójico argumento de que quienes no lo veneran “son egoístas”.

Otra más, a diferencia de Berlusconi, AMLO no hace apología del dinero y la riqueza. Todo lo contrario: se relame desde Palacio en elogios de la pobreza y discursos sobre la austeridad y la pobreza franciscana de su gobierno. Pero, como el italiano (cito de nuevo a Mancuso), piensa que “todos tiene un precio y bastan olfato y dinero para obtenerlos… ¿Quién (según la doctrina del berlusconismo) no desea ser comprado?”.

Finalmente, hay paralelismos en cuanto a la capacidad seductora de los personajes. Vuelvo a citar “reduce todo a espectáculo, a divertimento, a simpatía falsa e impudorosamente superficial, a seducción. Seducción que debe ser entendida en el sentido etimológico de se-ducción: es decir, reconducción a sí mismo de todas las cosas, según la religión del Yo, de la cual no será fácil liberar y purificar a nuestra pobre patria”.

Raúl Trejo, aniversario y justo homenaje

Tengo el privilegio de ser amigo de Raúl Trejo Delarbre desde hace más de medio siglo. Desde entonces, cuando era adolescente, dos cosas lo caracterizaban: una vocación muy definida por la comunicación y el periodismo, y una profunda convicción moral, de compromiso con la justicia y con la verdad. Además de ello, en lo personal, Raúl siempre ha tenido una generosidad a toda prueba.

A lo largo de las décadas, Trejo ha cumplido al menos tres tareas de gran relevancia para el país. Como luchador por la democracia, iniciando desde la izquierda sindical y pasando por la partidista. Como académico, docente reconocido por sus alumnos, e investigador, autor de una enorme cantidad de textos y libros que hoy son referencia necesaria para entender la evolución de los medios de comunicación en México y el mundo. Como periodista en distintos medios, ya sea como colaborador de opinión que como jefe de redacción o director de suplementos y revistas. En todas ellas lo ha hecho sin ceder un ápice en sus convicciones, pero siempre apoyándose en argumentos difícilmente rebatibles.

Hago sólo una selección de memoria de algunos de los libros que pueblan el “estante Raúl Trejo de mi biblioteca”. La Prensa Marginal, el primero, que habla sobre la prensa de la izquierda política, sindical y social en los tiempos en los que la libertad de expresión estaba sumamente acotada; la serie sobre poderes fácticos que empezó con los libros sobre Televisa, El Quinto Poder, Las Redes de Televisa, así como Mediocracia sin Mediaciones. Fue pionero en español en el análisis del impacto de internet sobre medios y nuevas formas de comunicación, con La Nueva Alfombra Mágica y Viviendo en el Aleph, en un tema sobre el cual ha seguido elaborando. Tiene varios sobre ética y medios, sobre la relación entre el poder político y la prensa, sobre historia del movimiento obrero, sobre asuntos de coyuntura política… y en todos domina lo que es el título de otro de sus libros: un Alegato por la Deliberación Pública, un bien necesario que se está perdiendo, como se pierde también el periodismo tradicional, situación que Trejo disecciona en su reciente Adiós a los Medios. Finalmente, hay varios libros y textos importantes suyos sobre el populismo: el más reciente, Posverdad, Populismo, Pandemia. De veras, toda una biblioteca.

Y en la prensa cotidiana destaco algunos hechos. Raúl empezó a escribir columnas de opinión en diarios nacionales cuando tenía poco más de 20 años (fue en El Sol de México, cuando lo dirigía Benjamín Wong), fue convocante y fundador de La Jornada, donde escribió cotidianamente varios años, dirigió -entre otros- el suplemento Política, durante los años más fructíferos de El Nacional, fundó y dirigió en su primera época la revista etcétera, fue columnista de Crónica en su fundación y -salvo un interregno- ésta ha sido su casa editorial por mucho tiempo. Sus artículos destacan por la claridad, por un cierto afán didáctico, pero, sobre todo, porque siempre están sustentados en datos. Trejo no vuela, ni tira dardos al aire.

Es para mí motivo de orgullo que escriba aquí. Todavía más lo es, que sea mi amigo.

Este lunes fue cumpleaños de Raúl, un número redondo. Para homenajearlo, amigos y colegas hemos colaborado para un libro colectivo, que lo describe desde muchos ángulos. Raúl Trejo Delarbre, 70 años, una celebración. De seguro nos quedamos cortos.

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