Opinión

La ignorancia también es poder

Foto del expresidente de México, Vicente Fox
Foto del expresidente de México, Vicente Fox Foto del expresidente de México, Vicente Fox (La Crónica de Hoy)

De entre los ignorantes surgen los sabios, es decir, aquellos que quieren saber, pero también los necios: los que creen saber, y los cínicos: los que saben el daño que hacen pero no les importa, porque ignoran cuánto dependen de aquellos a los que dañan.

Los primeros son los menos en el mundo; los segundos, la mayoría; los terceros, más de los que desearíamos, porque en este rango están quienes atentan contra la vida o el patrimonio de sus semejantes. La ignorancia, decía Honorato de Balzac, es la madre de todos los crímenes.

Ignorantes somos todos. Sólo debemos elegir en que categoría ubicarnos, tomando en cuenta que, como ya se dijo, los más estamos, generalmente sin saberlo, en la segunda, que se convierte por tanto en la más perniciosa. Ya decía Antonio Machado: “De cada diez cabezas una piensa y nueve embisten”.

Superarla es lo que realmente cambiará el mundo. Difícil tarea, porque el ignorante común ignora su propia ignorancia. Solo que hoy es más necesario que nunca, porque nos encontramos ante una disyuntiva: continuamos destruyendo el planeta con nuestra ciega confianza en el progreso material como fuente de bienestar, o lo cuidamos liberándolo de la opresión humana y conviviendo armónicamente con él. La imbecilidad o la verdadera inteligencia.

Sobre la segunda opción, diremos que involucra un cambio activo de conciencia, que no es otra cosa que abrir el corazón para abrir la mente. Comprenderemos entonces nuestra interdependencia con los otros y con la naturaleza. Se trata de querer saber, ni hoy ni mañana, sino siempre.

Saber con el corazón nos mueve a actuar para el bien. La mente es sólo su asistente. Cuando aquél está cerrado o endurecido por el odio, el miedo, el resentimiento, la envidia etc., el pensamiento se distorsiona, elige zonas de confort para que nos sintamos seguros y pone una sólida barrera contra el conocimiento.

Siempre habrá algo que ignoremos. Lo importante es lo que debemos saber: ¿quiénes somos? Decía el filósofo alemán Martin Heidegger que “ninguna época ha sabido tantas y tan diversas cosas sobre el hombre como la nuestra. Pero en verdad, nunca se ha sabido menos qué es el hombre”.

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De todo lo que ignoramos, lo que no sabemos sobre nosotros mismos es lo que está provocando todas las catástrofes del mundo. En nuestra ignorancia nos vemos separados de los demás y de la naturaleza. Nos sentimos así constantemente amenazados, por otras razas, otras culturas, otras formas de ser y de ver el mundo, incluso entre vecinos.

Nos empecinamos entonces en ser lo que creemos ser y, desde esa trinchera, convirtiendo todo lo que nos es extraño en la representación del mal o del error, lo combatimos con arrogancia, necedad, agresividad y violencia en el extremo.

De este miedo enorme que nos provoca la ignorancia es de donde surgen los populistas y sus votantes; los xenófobos, los homófobos y todos los ófobos. Desde esta noche de la mente tomamos las peores decisiones.

Nos autoengañamos dándole calidad de verdad inmutable a nuestras creencias y no vemos nada que las contradiga aunque nos tropecemos con ello. Ni la víctima ni el victimario verán lo bueno, pues necesitan justificar sus opciones de vida.

El ciudadano y el político, tanto el que confía como el que no, se negarán a saber, lo malo o lo bueno, según el caso, que sucede a su alrededor y en el ejercicio de gobierno, porque necesitan seguir creyendo lo que creen.

La ilusoria seguridad y la malentendida felicidad que nos da la ignorancia son preferibles, porque no sabemos enfrentar la incertidumbre externa desde la certeza del corazón, sabiendo que todo lo que demos y  hagamos retornará multiplicado. Esto ya no es cuestión de fe, sino de física cuántica. La espiritualidad ya es ciencia.

Desafortunadamente, la ignorancia es tan poderosa como el conocimiento. Aun peor, es un cómodo sustituto de éste.

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