Opinión

Imágenes religiosas en la disputa política

El uso de las imágenes religiosas para intentar atraer las simpatías del electorado se ha ido convirtiendo en la actualidad en una actitud frecuente entre algunos políticos mexicanos. Desde la Reforma juarista de 1857, en la que se estableció legalmente la separación de la iglesia y el Estado, la conducta pública de los políticos generalmente atendía al principio de laicidad. Después de la Guerra Cristera de los años veinte y sus brotes esporádicos de los treintas se estableció un consenso más o menos amplio para mantener alejada a la religión de los asuntos del Estado y para mantener la política al margen de la religión.

Existieron partidos políticos con un corte fundamentalmente religioso que tuvieron una vida marginal y efímera. En el Partido Acción Nacional existieron siempre grupos que intentaron desafiar la laicidad, pero no fue hasta la campaña política del año 2000 que dieron un paso adelante. El candidato presidencial Vicente Fox cabalgó con un estandarte de la Virgen de Guadalupe en septiembre de 1999, emulando al cura Hidalgo. Hay que recordar que por esos años (1996) las apariciones de la virgen habían sido puestas en duda por el abad de la Basílica, Guillermo Schulenburg, causando gran indignación entre los devotos. Así mismo, Juan Diego había sido beatificado en 1990 y el proceso de su canonización estaba en marcha en el Vaticano. Fue hasta julio de 2002 cuando el Papa Juan Pablo II le otorgó el estatus de santo, de manera que el contexto en el que el candidato del PAN rompía con la ley y con la convención de no mezclar la religión con la política le podría ser muy redituable electoralmente. Esta imprudencia estratégica del candidato Fox recibió amplias críticas, no sólo de sus opositores políticos, sino de amplios sectores sociales. La Secretaría de Gobernación emitió un comunicado, sin mayores consecuencias legales. le señalaba al candidato su falta de respeto al hacer uso de ese símbolo religioso.

El presidente de la república también ha sido un político con poco respeto a las leyes que establecen la laicidad de la república y a las formas cuando trata asuntos religiosos desde sus tareas como jefe de Estado.

Como candidato a la presidencia en el 2018 el actual presidente también abusó de la utilización de las imágenes religiosas. Por ejemplo: dos días después del segundo debate presidencial realizado el 20 de mayo, en un acto político en el estado de Jalisco, mostró una estampita del Sagrado Corazón de Jesús, diciendo que era quien lo había protegido de sus adversarios en el debate. “Detente enemigo que el corazón de Jesús está conmigo”, agregó. Recordamos que ya como presidente volvió a utilizarla, recomendando a los ciudadanos que se hicieran de una estampita y repitieran el mismo conjuro para ahuyentar los contagios del coronavirus.

El presidente de la Junta de Coordinación Política del senado de la república frecuentemente declara que es ferviente devoto del Santo Niño de Atocha. Ahora también sabemos que acude regularmente -el día 28 de cada mes- a dar gracias a San Judas Tadeo. El senador nos informó que acudió al Templo de San Hipólito, donde se encuentra el santo de su devoción, para agradecerle el apoyo brindado en el proceso en el que se eligió al nuevo presidente del senado y que le fue exitoso. La devoción del senador Monreal por el Santo niño de Atocha es mundialmente conocida. En una visita que el embajador de los Estados Unidos hizo al recinto del senado, en octubre del año pasado, Ken Salazar al culminar su visita exclamó: “¡Qué viva el Santo Niño de Atocha!”. Este mismo mes de septiembre el embajador visitó el pueblo natal del senador Monreal, Plateros, Zacatecas, lugar en el que se encuentra el templo del santo.

La jefa de gobierno de la Ciudad de México ha decidido que a ella se le asocie con la Virgen de Guadalupe. En un acto público el pasado mes de junio, se presentó con una vistosa imagen de la Virgen bordada en su falda.

Hay muchos más, pero estos son sólo unos ejemplos de cómo algo que suscitaba escándalo hace dos décadas, ahora es moneda de uso corriente. El aprovechamiento de las imágenes se ha convertido en un elemento de la mercadotecnia electoral y la búsqueda de la identificación de los candidatos con los electores.

El valerse de la religión y sus imágenes no es exclusivo de los políticos mexicanos. Algunos candidatos presidenciales de los Estados Unidos que buscan afanosamente el voto latino no han perdido la oportunidad de aparecer retratados con la guadalupana, o le han manifestado su veneración. En Francia, cuna de la Ilustración y la laicidad, el Frente Nacional, una agrupación de ultraderecha lidereado por Marie Le Pen, se ha apropiado de la figura de la Santa Juana de Arco para usarla en su propaganda política. Por ser una heroína de la historia francesa esta santa también es disputada por prácticamente todo el espectro político.

La constitución vigente mantiene en sus artículos 40 y 130 los principios de laicidad, que definen la naturaleza de la república, junto con los democráticos, representativos y federalistas. La Ley de Asociaciones Religiosas establece que el estado no puede otorgar preferencia ni tampoco estar en contra de religión o iglesia alguna. La Ley General de Instituciones y Procedimientos Electorales señala como obligaciones de los candidatos: “Abstenerse de utilizar símbolos religiosos, así como expresiones, alusiones o fundamentaciones de carácter religioso en su propaganda”.

Sin embargo, la normalización del incumplimiento de las reglas escritas pareciera ser la práctica de quienes han sido favorecidos por el voto mayoritario y buscan refrendarlo. Bernardo Barranco y Roberto Blancarte han documentado ampliamente la actuación del gobierno actual en este sentido, en su libro AMLO y la Religión (El Estado laico bajo amenaza). Editorial Grijalbo. La religión, dicen los autores, ha recuperado protagonismo en la vida política mexicana y existen indicios de favoritismo para algunas agrupaciones religiosas. Ojalá los ímpetus por obtener el voto ciudadano no lleve a los protagonistas a derribar las barreras de contención que nos hemos dado en materia de laicidad.

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