Opinión

Indignados en Disneylandia

Así como adoloridos y enojados saltamos cuando el dentista toca un nervio en el maxilar, así reaccionan algunos políticos mexicanos cuando la lengua despreciativa del gringo nos fustiga con el látigo de sus ofensas. El caso del senador Kennedy y la comida para gato, es el más reciente motivo de queja y coraje.

Pero como suele suceder con tantas otras cosas de la mexicanidad, no ocurre nada. Chillidos, amenazas de no permitir lo ya ocurrido (eso es gremial, no vamos a permitir ofensas, dicen los grillitos, en respuesta a las ofensas ya proferidas) y después, nada absolutamente nada.

Los vuelos para Orlando, en el complemento educativo de los niños clasemedieros, y sus padres aspiracionistas, siguen repletos; los nietos de la 4-T nacen y viven (temporalmente) en Houston. Vámonos todos a Florida. Puestos a competir en nuestro amor o en nuestro odio, Mickey Mouse le sigue ganando a DeSantis, el maltratador de los migrantes sean mexicanos o no. Basta y sobra con el color de la piel.

“¡Ay, infeliz México mío! /Mientras con raro desvarío/ vas de una en otra convulsión/del lado opuesto de tu río/te está mirando, hostil y frío/ el ojo claro del sajón” escribió el poeta Amado Nervo.

Donald Trump ha enriquecido el catálogo de los insultos en contra de los mexicanos y los centroamericanos.

Los salvadoreños y hondureños No viven en países reales; habitan en “shit holes”. O sea, retretes rústicos, agujeros de mierda. Los mexicanos no, nada más somos violadores, ladrones y asesinos. Gracias por sacarnos del agujero mesoamericano, Mr. Trump.

Y ante sus ofensas nuestros políticos (al menos el más importante de ellos, el actual presidente), se han desvivido en atenciones y halagos, llegando al extremo de agradecer el trato siempre respetuoso con el cual nos ha dispensado tan ilustre caballero al de cuyos intereses antiinmigrantes, pusimos nuestras fuerzas de seguridad para taponar la frontera tal y como nos instruyó a manotazos en la mesa.

--¿De dónde viene esta extraña versión del Síndrome de Estocolmo por la cual, los mexicanos odiamos y admiramos, envidamos e imitamos a los gringos y queremos tener una casa en San Antonio un departamento en Miami o un leonero en San Diego? No lo se. Edmundo O ‘Gorman lo inscribe en el trauma de nuestra historia.

Un poco de eso nos sucede con España. En ambos casos el complejo de inferioridad se exhibe como rechazo y emulación.

Las manifestaciones del racismo americano, pues eso es y no otra cosa, se expresan en toda su cultura. Stephen Crane, uno de sus más grandes autores, analizado por Paul Auster no fue ajeno a esas manifestaciones de desprecio durante sus temporadas en México, contenidas en sus cuentos.

Dice Auster sobre el racismo:

“…cómo consideraba a los que percibía como diferentes a él, lo que abarca no sólo a los negros (lo negro está muy bien con tal de que no lo sea demasiado), sino también a los indios norteamericanos, a los indios asiáticos, a los chinos, mexicanos y a todos los inmigrantes blancos de Europa que no eran protestantes anglohablantes, en particular los que más abundaban en la Nueva York de la década de 1890: irlandeses, italianos y judíos…

Vale la pena este párrafo:

“…El invierno pasado viví en el sur de México el tiempo suficiente para que la cara se me volviera del color de la acera de ladrillo. En mi persona no había nada norteamericano, salvo un enorme revólver Smith & Wesson, y sólo me veía con indios sospechosos de rellenar los tamales con carne de perro…”

Tamales de perro o alimento para gatos, las cosas no han cambiado. Los mexicanos y su forma de asimilar las ofensas y responder a ellas – más allá de la bravata patriotera--, tampoco.

En los “spots” radiofónicos de Delfina Gómez se prueba su talento: “vamos de la mano con ya sabes quién”. Doña Clona bis.

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