La política monetaria seguida por el Banco de México ha sido hasta ahora ineficaz para controlar la inflación. Desde mediados de 2021 hasta la fecha ha aumentado en diez ocasiones la tasa de interés. Pasó de un nivel de 4.0 a 8.5 por ciento. Es casi seguro que el día de mañana jueves se anuncie un nuevo incremento de 75 puntos base, en sintonía con el movimiento que la Reserva Federal hizo hace unos días, para quedar en 9.25. En apenas quince meses el incremento de la tasa habrá sido de 130 por ciento. Por su parte, el dato de inflación conocido para la primera quincena de septiembre llegó a 8.76 por ciento anual, el cual, comparado con el nivel de 3.5 por ciento registrado en el mes de enero del año pasado, representa un aumento de 150 por ciento.
El Banxico decidió también aumentar el diferencial de tasas entre las pagadas en el país vecino y las que se ofrecen en México. A principios del 2021 ese diferencial fue de 3.75 puntos y se amplió hasta 6 puntos. La intención de casi duplicar el premio para los inversionistas de portafolio por mantener su dinero en pesos, busca preservar la estabilidad del tipo de cambio y evitar presiones inflacionarias provenientes de una eventual depreciación de la moneda. El tipo de cambio se ha mantenido efectivamente estable – con pequeños movimientos alrededor de los 20 pesos por dólar- pero no está claro qué tanto se debe a la política monetaria y cuánto a la entrada de remesas, al incremento de las exportaciones de mercancías y a la inversión extranjera que ha decidido recientemente y de manera tímida relocalizar sus plantas en territorio nacional. En cualquier caso, el tipo de cambio estable tampoco ha ayudado hasta ahora a disminuir el incremento de los precios.
La política monetaria no ha logrado abatir la inflación, pero sí ha tenido algunos efectos negativos en otros aspectos de la economía y las finanzas. Uno muy importante es que ha incrementado el monto del gasto que el gobierno federal destina para el pago del servicio de la deuda. El gobierno ha presupuestado para el ejercicio fiscal del próximo año, por primera vez, una cantidad superior al billón de pesos para el pago de intereses, equivalente al 3.4 por ciento del PIB. La presión que el aumento de tasas ha generado sobre las finanzas públicas es considerable y puede estar ayudando a alejar el logro del objetivo de mantener el equilibrio fiscal, tan anhelado por el gobierno y vigilado celosamente por las calificadoras de deuda soberana.
En la práctica el aumento de tasas se traduce también en la transferencia de valor desde la esfera productiva, el gobierno y los deudores particulares hacia los intermediarios financieros bancarios y los tenedores de bonos de deuda.
El encarecimiento del crédito no tiene un efecto uniforme entre los sectores productivos. Afecta más al sector formal de la economía y especialmente a las empresas que dependen del crédito bancario para su operación o para que sus clientes adquieran sus productos, aunque hay que señalar que el sistema bancario mexicano es uno de los que menor penetración tiene entre la población. Estimaciones del Banco Mundial señalan que en México sólo el 43 por ciento de los adultos tienen una cuenta bancaria contra el 69 por ciento promedio en el mundo. Sólo tres de cada diez mexicanos tienen acceso al crédito. El bajo nivel de acceso de los mexicanos al sistema bancario tal vez sea una de las causas de la ineficacia de la política monetaria. El estímulo monetario es limitado porque se trasmite a través de un sistema financiero con poco alcance entre la población.
La política monetaria ha sido ineficiente para controlar la inflación porque existen, así mismo, aspectos que determinan el aumento de los precios que no son sensibles al estímulo de las tasas. Los productos que más han influido recientemente en el incremento de los precios al consumidor han sido los alimentos (frutas y verduras, principalmente). En estos mercados existen estructuras de intermediación entre el productor y el consumidor final -algunas de ellas informales- que encarecen considerablemente el precio y para las cuales los estímulos monetarios las tienen sin cuidado.
La inseguridad pública y la violencia son también aspectos que contribuyen a la presión inflacionaria por el lado de los costos y gastos de las empresas y para los cuales la política monetaria no tiene ningún efecto. Diversos estudios han intentado medir el grado de afectación que el crimen ha causado a la economía. Desde diferentes metodologías coinciden en que el daño es grave.
Las decisiones del Banxico no han sido acompañadas por políticas públicas que estén alineadas con el objetivo de controlar la inflación, salvo el manejo del subsidio a las gasolinas, que efectivamente logró contener en alguna medida la presión, a un costo fiscal y regresivo muy alto. El gobierno mexicano ha sido omiso, desde el inicio de la pandemia y hasta el momento, en el manejo de otros instrumentos de política fiscal y de gasto para ayudar a las empresas.
No obstante que Banxico no ha logrado su objetivo seguirá aumentando las tasas de interés, estrechamente vinculado ahora a los movimientos que en lo subsecuente realice la Reserva Federal, porque quiere “mandar la señal correcta” a los mercados financieros que es una institución comprometida con el objetivo de controlar la inflación y que comparte con ellos la sabiduría convencional de que, en cualquier caso y momento, la inflación se origina por un exceso de dinero en circulación.
En una entrega anterior (Crítica de la ortodoxia monetaria. Crónica, 10/04/22) abordé el origen académico de esta idea y cómo se había intentado aplicar sin éxito, pero con un alto costo en términos de producción y empleo, en la crisis de finales de los años setentas y principios de los ochentas en Estados Unidos bajo la conducción de Paul Volcker, presidente de la FED. La razón del fracaso en ese momento era que se contaba con un diagnóstico equivocado respecto al origen de la inflación.
¿Estará el Banco Central mexicano cometiendo el mismo error?
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