Llevamos más de un año en el que han sucedido dos cosas al mismo tiempo: por una parte, las autoridades del banco central han subido una y otra vez las tasas de interés de referencia en busca de mantener controlada la inflación, y, por otra, el aumento en los precios es cada vez más acelerado.
No es que una cosa haya propiciado la otra (correlación no es causalidad). Es, simplemente, que las medidas ortodoxas para combatir la inflación no funcionan como antes (si es que alguna vez funcionaron). No lo hacen por dos razones: una es que la inflación en economías internacionalmente integradas es, ya, un fenómeno global, y no se puede curar con la medicina tradicional, que era una receta para naciones; otra, que las razones detrás de esa inflación no están en un exceso de demanda de bienes y servicios, sino en la ruptura de cadenas de valor en el doble contexto de la crisis por la pandemia de coronavirus y la invasión rusa a Ucrania.
En otras palabras, en el asunto del combate a la inflación, estamos tratando al COVID como si fuera un resfriado común. O peor, con Ivermectrina.
En el caso mexicano, lo reitero, el primer impulso inflacionario vino de la intención de varios operadores económicos de resarcirse rápidamente, vía precios, de las pérdidas sufridas durante el confinamiento, al no tener ningún apoyo externo, gubernamental. Ese impulso, que distorsiona los precios relativos (los de una mercancía frente otra y los de los salarios frente a todos) sólo se puede frenar mediante un acuerdo social de distribución (distribución del ingreso y precios a fin de cuentas son la misma cosa), que ha sido tímidamente sugerido desde la Presidencia, pero sobre el que nunca ha habido acciones concretas.
Ahora ese impulso se ve acelerado por la persistencia de una inflación reptante en Estados Unidos y por las perspectivas preocupantes respecto de los precios de combustibles y alimentos derivados de la invasión de Putin.
Hay evidencias, como la evolución de la tasa de interés de largo plazo en Estados Unidos, de que este repunte inflacionario es temporal, de que no se tratará de un shock. También, a pesar del rebrote de contagios de coronavirus en todo el mundo, la menor letalidad hace que las cadenas de suministro sigan reparándose, salvo algún posible exceso anticovid de las autoridades chinas. Y es claro que no existe la suficiente demanda como para permitir un alza sostenida en los precios.
Sin embargo, el mero hecho de que los precios ahora estén subiendo con velocidad no vista en años ha generado una suerte de pánico inflacionario, que se presenta en primer lugar entre las autoridades monetarias de casi todo el mundo. Ha habido una suerte de carrera alcista en las tasas de interés de referencia, sobre todo a partir de que la Fed estadunidense lo hizo.
El resultado real de esa carrera no se ve por el lado de la inflación, que sigue tan campante, sino por el de los tipos de cambio. El resultado ha sido una corrida general hacia el dólar y que quienes, como México, ha hecho ajustes constantes al alza, han tenido pérdidas en el tipo de cambio menores que quienes se han tardado en hacerlo, como la Unión Europea y Japón. El peso ha sufrido menos que otras divisas debido a ello.
Mantener el tipo de cambio estable frente al dólar sirve para paliar un poco el golpe inflacionario externo: nada más nos pega en las importaciones, o deudas en dólares, por el lado de la inflación estadunidense; no se le agrega una devaluación. Y evita una sangría de capitales. En ese sentido, la estrategia de Banxico funciona.
En donde no funciona es en cambiar las expectativas y los movimientos de los agentes locales. Que suba el precio de la comida corrida, la pipa de agua o el corte de pelo no está relacionado ni con las tasas de interés ni con el precio del dólar y ni siquiera con la demanda. Está relacionado con que la dueña de la fonda, el pipero y el barbero tienen la expectativa de que los precios seguirán subiendo y se quieren cubrir… o vieron que alguno de sus insumos aumentó de precio y se cubren de posibles aumentos en los otros insumos. El efecto espiral es capaz de abarcar, por supuesto, a los salarios, que por ahora son sólo demandas en sordina por aumentos para capotear la inflación, pero pueden convertirse en más.
¿Cuál es el resultado previsible? Que la mayor parte de las economías mundiales, en el afán de controlar con los mecanismos de siempre (tasas de interés, recortes al gasto) una inflación que en realidad no da signos de ser de largo plazo, terminen frenando de más las economías: que haya estancamiento económico (y nos dirán que previnieron la estanflación). Que en México la inflación siga por un rato más que en otros lados, por la ausencia de un mecanismo político de control, mientras que la economía se estanque por debajo de los niveles anteriores a la pandemia, con bajas tasas de empleo.
En el camino, comprobaremos que, así como no hay crédito más caro que el que no existe, tampoco hay producto más caro que la oferta que se le aparece a un desempleado sin dinero.
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