Opinión

La Inteligencia Artificial y otras cositas

Desde hace décadas lidiamos con máquinas extraordinarias que nos han resuelto o complicado la vida. La primera computadora que tuvimos en casa jamás me permitió escribir nada. Cualquier intento se convertía en una llamada al ingeniero especialista. Después de un tiempo muy corto, no recuerdo cuánto, volví a enchufar mi máquina eléctrica de escribir, en la que tecleé mi libro Cómo acercarse a la literatura y que salió a principios de la década de los noventa, justo cuando mi marido, mi hijo y yo nos encontrábamos a punto de irnos a vivir a Washington, D.C por un tiempo. No recuerdo si cargué con la máquina eléctrica de escribir. El motivo de la mudanza era que Salvador tenía una representación diplomática. Así pues, cuando arribamos a la capital de los Estados Unidos, nuestro niño acudió a la escuela pública, yo me desempeñé cómo investigadora visitante en la Universidad de Georgetown, gracias a la invitación del doctor Enrico Mario Santí y mi marido sededicó a su trabajo. No puedo acordarme qué tipo de computadora conseguimos en un principio, pero escribía en ella muy en paz. De esa compu salió La portada del Sargento Pimienta, cuentos que me publico Cal y Arena.

Hubo en aquellos años otra novedad. Se trataba de un teléfono portátil, con una antena. No era pequeño, sólo cabía en una bolsa grande y espaciosa. A mí me salvó de un intenso ataque de pánico, cuando conduje sola al Kennedy Center para disfrutar de la ópera La hija del regimiento de Donizetti. Salvador había llegado a casa muy cansado, nadie más me pudo acompañar y mis ansias operísticas han sido siempre intensas, porque me llevan a mi padre y a otro mundo. Me aventuré por las avenidas, pero me extravié en el camino. Era yo casi recién llegada en aquella ciudad. De pronto, me encontré en un puente, en la noche, enfilada hacia una selva oscura, como el Dante. Me orillé, puse las intermitentes y llamé a Salvador, quien desde ese punto me dirigió hacia la senda que me conduciría de regreso. Me perdí La hija del regimiento.

Eso ocurrió en nuestra primera casa en D.C. Cuando nos cambiamos a un segundo domicilio, nuestro queridísimo amigo Jesús Silva Herzog Márquez, que también se dedicaba a una misión en la embajada de México, antes de que su padre fuera el embajador ante la Unión Americana , me pasó su Mac. El y su mujer habían adquirido una nueva. El trabajo frente a la pantalla me resultó todavía más fácil. De allí enviaba artículos al diario El Nacional y a Notimex y pergeñé mi novela Ya sabes mi paradero, frente a una ventana que veía a los árboles. Sebastián, nuestro hijo, llevaba clases de computación en la escuela y yo misma comencé a tomar algunas en una academia para adultos.

En ese entonces, probablemente 1993-4, compramos un objeto que me parecía tan extraordinario como mi Mac, un reluciente y ruidoso Fax. Mi amiga Luz Fernández de Alba, desde La Haya, y yo nos escribíamos casi a diario. Era un placer oír el sonido de la máquina, que expulsaba papeles unidos, donde venían las nuevas anécdotas de Luci y su marido, José Carreño Carlón, embajador en Holanda. Al poco tiempo, todo el mundo tenía un Fax . Las computadoras se habían abierto al océano de la internet, donde al principio navegábamos con enorme prudencia y desconocimiento. Nos hallábamos en un nuevo mundo.

En nuestra tercera y última mudanza en Washington, sucedió algo espectacular: el correo en la red. Una voz grabada nos anunciaba en la computadora “You´ve got mail”. Eso fue algo muy poderoso e intrigante.

Supongo que todo esto les ha de haber sucedido a muchos. Las máquinas inteligentes nos dieron otra vida. Los celulares, los mensajes por Whatsup, Google, las “dichosas redes” nos revelan vías insospechadas. Hoy, las máquinas artificiales contienen herramientas más potentes y multifacéticas. El ChatGPT se ha diseñado para realizar un universo de actividades. Rastrea por uno información en las redes, chatea, escribe como ser pensante y aprende como si fuera un ser humano dotado de gran inteligencia. Entiendo que puede redactar un ensayo y que, por lo tanto, en muchos países, las universidades poseen la forma de advertirlo y saber si un alumno escribió o no su trabajo o si lo produjo el Chat GPT. La ministra Esquivel Mossa debe estar encantada. Esto es el mundo ideal para cualquier afecto a los plagios de tesis, de fragmentos de libros como en el caso del Fiscal General de la República, Alejandro Gertz Manero, acreditado con miembro del Sistema Nacional Investigadores, nivel III, gracias a las gestiones de la doctora María Elena Álvarez–Bullya, directora general del recién inventado Conahcyt, un menjunje derivado del Conacyt, que desnudo a la ”ciencia neoliberal”, como si la ciencia no fuera por sí misma el avance constante del conocimiento, donde no cabe ninguna ideología. ¿Cómo pensar en un astrónomo neoliberal que estudia los hoyos negros del cosmos? Lo único que puede existir es uno o muchos astrónomos que observan esa región finita del espacio concentrado tan elevada como para producir un campo gravitatorio del que ni siquiera la luz puede escapar de él. ¿En esa observación intervendría el neoliberalismo? El primer pangenoma humano, decía hoy El País, revela 120 millones de letras más en el ADN. ¿Eso acusa una actitud política o económica de algún tipo? Lo dudo o, más bien, lo niego aunque no pueda imaginarme ni entender el pangenoma en su totalidad.

Pero yo me refería a los prodigios de la IA (inteligencia artificial) y también a sus bemoles, tanto así que muchos de los que han trabajado en los algoritmos planteados para crear máquinas inteligentes temen que terminemos los seres humanos sirviendo a las máquinas inteligentes y no al revés. La ciencia ficción lo ha planteado desde hace años y esa posibilidad podría resultar terrorífica.

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