El fantasma del comunismo que recorre la política mexicana, no existe más. Definitivamente ya pasó. Murió junto con los teóricos de la dictadura del proletariado quienes se imaginaron la posibilidad de construir una sociedad de masas absolutamente igualitaria. La caída del Muro de Berlín en noviembre de 1989, marcó el fracaso de una tipología de sistemas políticos que cancelaron las libertades, el pluralismo y la participación ciudadana en los asuntos públicos. Sin embargo, la derrota del comunismo no significó, de ninguna manera, el triunfo definitivo de la democracia occidental y sus valores. Ella no es, todavía, la última verdad de la historia, ni el mejor de los mundos posibles. Lo peor de todo para México, es que los diferentes actores de la izquierda realmente existente, nunca realizaron una autocrítica respecto al significado del fracaso de la utopía política más grande de la historia, para mejorar sus ofertas políticas o sus concepciones ideológicas. Simplemente, cambiaron de sombrero y siguieron como si nada.
Como resultado hoy tenemos una izquierda a la moda. En el pasado, la izquierda era sinónimo de búsqueda de justicia y seguridad social, de resistencia y revuelta contra de las crecientes desigualdades, de compromiso en favor de la progresividad de los derechos y libertades, así como de acciones para promover políticas públicas que brinden oportunidades a los vulnerados de la sociedad. Ser de izquierda significaba perseguir el objetivo de proteger a las personas de la pobreza, la humillación y la explotación, para abrirles nuevas posibilidades de formación y ascenso social para hacer su vida más fácil. Quien era de izquierda creía en la capacidad de la política para plasmar un modelo de sociedad alternativo al interior del Estado democrático, para corregir los efectos del libre mercado sobre las personas. Existía la certeza de que los partidos de izquierda –sin importar si eran socialdemócratas, socialistas, comunistas o simplemente liberales de izquierda- no representaban a las élites sino a los más desprotegidos.
Hace tiempo la izquierda era todo esto, en efecto. Pero no lo es más. Las cosas cambiaron radicalmente para dar vida a un nuevo Frankenstein. Si en el pasado el centro de los intereses de quien se definía de izquierda eran los problemas sociales y económicos, actualmente, el imaginario público de la izquierda se encuentra dominado por una izquierda a la moda que coloca como eje de su política no los problemas cotidianos de las personas, sino más bien, cuestiones que se refieren a su permanencia a toda costa en el círculo del poder, sin importar ideales o programas. Los representantes de esta izquierda neoliberal se manifiestan en favor de la globalización, se preocupan por el clima, los migrantes y las minorías sexuales, pero no se definen como socialistas y ni siquiera como socialdemócratas, sino simplemente como progresistas. Aunque postulan la sociedad abierta y tolerante, la izquierda a la moda -que también es partidocrática- muestra en relación con opiniones distintas a las suyas una increíble intolerancia, que no envidia en nada a la intolerancia de la extrema derecha. La izquierda a la moda es fluctuante en cuanto a sus principios e identidades.
Reformar radicalmente el mundo continúa siendo la tarea principal de la izquierda social y democrática. Una tarea imposible, no obstante, para las actuales izquierdas sino asumen plenamente el significado de la caída del comunismo, de su lógica y de sus inevitables consecuencias. La izquierda después del comunismo que se requiere en México debe ser radicalmente reformista, empoderando a los ciudadanos y dotándolos de nuevas capacidades, titularidades y derechos. Debe impulsar un nuevo constitucionalismo para reconocer, acoger e institucionalizar los reclamos materiales y espirituales de dignidad, igualdad, libertad, justicia, tolerancia y solidaridad.
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