Opinión

El jardín de las Hespérides

En la mitología griega, las Hespérides era un grupo de ninfas que, como otros grupos de figuras mitológicas femeninas, se presentaban en triada. Sus nombres: Hesperaretusa, la ninfa de la tarde; Eritia, la del rojo del cielo en el ocaso; y, Egle, la claridad del día.

El jardín de las Hespérides

El jardín de las Hespérides

En algunos mitos se señala que las Hespérides eran hijas de la Noche y Érebo, la oscuridad. En otros se dice que eran hijas del titán Atlas y también se afirma que sus padres fueron Forcis y Ceto, dos personajes mitológicos del mundo marino cuya descendencia tenía generalmente aspecto monstruoso, lo que es poco probable porque a las Hespérides se les representa con hermosas figuras.

Las Hespérides vivían en un bosque ubicado en el monte Atlas, en los límites occidentales del mundo conocido, y su trabajo consistía en cuidar el jardín que los dioses olímpicos habían construido en ese lugar. Lo hacían de manera divertida, bailando y cantando con sus delicadas y armoniosas voces.

Entre los árboles más preciados del jardín, al que las ninfas se dedicaban a cuidar día y noche, estaba un manzano del que nacían frutos de oro. Se dice que este árbol fue un regalo de bodas que la diosa madre Tierra, Gea, hizo a Hera cuando contrajo nupcias con Zeus. Hera había quedado tan agradecida e impresionada por el maravilloso obsequio que lo colocó en un lugar privilegiado del jardín y pidió a las Hespérides que lo cuidaran, evitaran que intrusos y curiosos se acercaran a él e impidieran el hurto de sus manzanas doradas.

En el tronco del árbol se encontraba siempre enroscada una serpiente de nombre Ladón -algunos afirman que era un feroz dragón- que ayudaba a persuadir a los ladrones de permanecer alejados. Hay quien piensa que Hera desconfiaba de la honestidad y la firmeza de carácter de las Hespérides y por esa razón había pedido a Ladón que permaneciera vigilante.

Las Hespérides no cuentan con abundantes relatos míticos y su conocimiento ha llegado hasta nuestros días, en gran medida, gracias a que forman parte del elenco del undécimo trabajo que el rey Euristeo encargó a Heracles.

Cuando Heracles recibió la orden de recoger algunas manzanas de oro del jardín de las Hespérides, tuvo antes que averiguar en dónde se encontraba ubicado ese misterioso lugar, cómo llegar hasta allí y si debía tener alguna precaución especial para realizar su tarea. Con tal fin, visitó a las ninfas del río Erídano, quienes le aconsejaron que para obtener las pistas que lo ayudaran a realizar el trabajo, debía entrevistarse con Nereo, una divinidad marina que tenía atributos oraculares.

Nereo le indicó la larga trayectoria que debía seguir para llegar a su destino y le aconsejó que no arrancase las manzanas personalmente. Le recomendó utilizar para tal fin al titán Atlas que, en esa época, estaba ocupado sosteniendo al mundo sobre sus hombros.

Atlas accedió gustoso a la petición de Heracles, pues haría cualquier cosa por librarse por un momento de la pesada carga que llevaba sobre sí, desde el inicio de los tiempos. Antes, pidió a Heracles que diera muerte a la terrible serpiente que custodiaba el huerto, pues Atlas le tenía pavor.

Algunos relatos cuentan que fueron las propias Hespérides las que cortaron tres manzanas de oro y se las obsequiaron al generoso y sufrido personaje. Atlas quiso entregar personalmente las manzanas a Euristeo, pues el momentáneo respiro y el sentimiento de libertad que experimentaba le hicieron creer que podía dejar al héroe griego en su lugar y que podía recorrer la tierra sin restricción alguna. Heracles, al darse cuenta de las intenciones de Atlas y ante la terrible idea de quedar sosteniendo el mundo por toda la eternidad, le dijo con malicia al titán que le parecía muy bien su idea, solo que antes debía cargar de nuevo el enorme globo para poder acomodarse unas almohadillas sobre su espalda que le hicieran más llevadera la carga.

Atlas ingenuamente accedió y, engañado, se quedó para siempre como estaba antes de la llegada de Heracles, hincado sobre una rodilla y viendo cómo el tramposo se alejaba de su presencia.

Se dice que cuando Heracles entregó las manzanas de oro a Euristeo, dando cumplimiento así a su undécimo trabajo, éste se las dio al héroe para que las conservara. Pero Heracles sabía que esas manzanas nunca debieron salir de la propiedad de la diosa, por lo que se las regresó a Hera.

En otra de las hazañas de Heracles, las Hespérides aparecen como dadoras de abundancia y riquezas. En el mito de la lucha entre Heracles y el dios de los ríos y las aguas, Aqueloo, se cuenta que Aqueloo tenía la facultad de transformarse en diferentes tipos de animales para hacerse escurridizo e inalcanzable ante la incesante persecución del enfurecido Heracles. Cuando el dios adquirió la figura de un toro y lo embistió, el héroe lo jaló de los cuernos con tal fuerza que logró arrancarle el cuerno derecho.

Este cuerno fue rellenado por las Hespérides con frutos de oro y es el que ahora se conoce como cornucopia o cuerno de la abundancia. Algunos dicen que la Cornucopia se formó en realidad con el relleno de un cuerno de la cabra Amaltea, que fue quien amamantó a Heracles al nacer.

El oro ha sido siempre el símbolo por excelencia de la riqueza. El fetichismo que la humanidad ha desarrollado por este metal deriva, probablemente, de sus características intrínsecas, nos dice Peter L. Bernstein. Es químicamente inerte, lo que hace que su brillo sea perpetuo. Es extremadamente denso por lo que un volumen de apenas .028 metros cúbicos pesa media tonelada. Es extremadamente maleable: una onza (28.4 gramos) puede estirarse para convertirla en un alambre de 80 kilómetros de longitud. “Su resistencia tenaz a la oxidación, -escribe Bernstein- su anómala densidad y su maleabilidad inmediata, esos atributos naturales y simples explican todo lo que hay tras el romance del oro”.

El jardín de las Hespérides nos recuerda el relato bíblico del jardín del Edén y ambos probablemente derivan de la mitología sumerio-babilónica más antigua, pues encontramos presente un lugar equivalente en el antiguo Poema de Gilgamesh. En mitologías posteriores, como la nórdica, un enorme dragón conocido como Midgard cuida al árbol de la vida o el árbol que sostiene al mundo, Yggdrasil.

El árbol de la vida eterna o del conocimiento del bien y del mal, la existencia de un huerto o lugar paradisíaco, el simbolismo de la serpiente o el dragón que custodia un árbol o un valioso tesoro, la existencia del deseo irrefrenable hacía lo prohibido, son temas recurrentes en los mitos de todos los tiempos y están presentes en el mundo simbólico de innumerables culturas.

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