Opinión

De jesuitas asesinados y beisbol

Vivimos una época de surrealismo gubernamental.

En relación con el absurdo asesinato de dos sacerdotes jesuitas, Javier Campos y César Mora, así como el guía de turistas Pedro Palma, el presidente espetó: “¿O el señor (El Chueco) acaba de empezar su carrera delictiva? No, seguramente fue tolerado. Y esto lo saben bien los que viven en Urique, Creel, Batopilas. Saben bien cómo se fue creando toda esta organización y el contubernio con las autoridades.”

Efectivamente, doña Icela, El Chueco empezó a delinquir hace varios años. En 2017 fue detenido por presuntamente asesinar a un turista estadounidense, pero logró escapar. O bien la policía es muy taruga o se puso a modo.

También es muy probable que fuera tolerado antes, pero con toda seguridad lo ha sido en la actualidad bajo el gobierno de la 4T. Además de matar a los jesuitas, otros delitos presuntamente cometidos por El Chueco son federales. Lo saben los lugareños, lo sabe el gobierno estatal y, supongo doña Icela, que lo sabe el gobierno federal. Vamos, lo sabe hasta The Washington Post, según lo difunde en tres artículos:

“Un sacerdote jesuita que trabaja en la región desde 1970, Javier Ávila, comentó que los dos jesuitas victimados conocían a su asesino (El Chueco), porque es un jefe local. (…) Las bandas también compiten por el control de la venta de alcohol, la extorsión y el secuestro,” informa Mark Stevenson.

“En los años recientes, la zona indígena rarámuri ha sido consumida por la violencia, involucrando a narcos dedicados al cultivo de la amapola para producir heroína y la tala ilegal de bosques,” indica Mary Beth Sheridan.

Esta zona de Chihuahua forma parte del El Triángulo Dorado; la forma geométrica se refiere a la colindancia con Durango y Sinaloa. Lo de ser dorado es por el cultivo de enervantes y lo difícil de su acceso. Recientemente fue rebautizado por el presidente como El Triángulo de la Gente Buena, pero por lo que vemos, la única gente buena que hay en el mentado Triángulo, son los rarámuris.

“Cientos de familias indígenas han sido forzadas a abandonar sus hogares en la región; son parte de la crisis de desplazados provocada por la creciente toma de control territorial por parte del crimen organizado,” informa Sheridan en TWP.

Es cierto, los cárteles no paran en su conquista por espacios de cultivo y de tránsito, para lo cual pelean metro por metro. La zona se la disputan La Línea y Los Salazar, brazos locales de los cárteles de Juárez y de Sinaloa, respectivamente.

María Verza, también de TWP, reporta: “El Reverendo Pedro Humberto Arriaga, superior en una misión al sur de México, afirma que la última vez que habló con Campos, éste le alertó sobre ‘la seriedad de la situación. (...) Las cosas están escalando fuera de control con más y más criminales moviéndose por el área.’”

El asesinato de los sacerdotes jesuitas ha cimbrado a todos los sectores de la población, pero solo es el último de una larga lista. Como bien dice Stevenson, “las montañas han sido escenario de asesinatos de líderes indígenas, ambientalistas, defensores de los derechos humanos y un periodista.”

Yo quiero recordarle a Andrés Manuel López Obrador que cuando tomó posesión prometió acabar con la crisis de inseguridad en seis meses; luego dijo que en un año. Evidentemente ha fracasado, pues a la mitad de su administración, ya vamos por los 122 mil homicidios dolosos.

Mientras concluyo estas líneas, me entero de que Andrés Manuel se fue ayer a jugar besibol con el equipo del IMSS. Se ve muy sonriente en las fotos…  

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