Opinión

José Carreño Carlón y El Nacional

Entre el 27 de mayo de 1929 y el 30 de septiembre de 1998 -por espacio de 69 años y 25,024 ediciones ininterrumpidas- circuló en el país el periódico El Nacional, un medio público cuyas aportaciones a la historia del periodismo, a la historia misma del país, y al paisaje político e intelectual mexicano, no han sido hasta ahora del todo valoradas ni ponderadas desde una perspectiva crítica y exhaustiva. Fue mucho más que el órgano oficial y el brazo propagandístico de los gobiernos en turno en la era hegemónica del PRI, si bien nació en el mismo año de la creación del PNR y desapareció dos años antes de que el PRI perdiera una elección presidencial.

A lo largo de una historia de claroscuros y altibajos, fue sí una caja de resonancia del nacionalismo revolucionario del régimen, un legitimador acrítico de sus acciones y de sus narrativas autoritarias, pero jugó también un contrapeso efectivo y necesario en la oferta periodística del país (sus coberturas de la expropiación petrolera, del asesinato de Trotsky en Coyoacán, y de la Segunda Guerra Mundial, son tan sólo tres ejemplos de su mejor periodismo); estimuló el debate nacional sumando en sus páginas a un gigantesco padrón de colaboradores que abarca prácticamente a todos los protagonistas de la vida intelectual del país en el siglo XX -De Alfonso Reyes a Octavio Paz, de José Vasconcelos a Carlos Fuentes, la lista es inagotable-; y en sus mejores etapas fue menos un desangelado periódico oficialista que un medio público de comunicación del Estado mexicano - en el sentido más amplio y profundo de la expresión- al servicio de la sociedad, de la memoria colectiva y de la vida pública del país.

Un diario que a lo largo de un siglo alentó la circulación de las ideas y el diálogo intergeneracional, pudo compendiar en la última edición de 1998 una minina selección de textos publicados en sus páginas por algunos de sus más notables colaboradores. Entre ellos, además de los ya citados, Jesús Silva Herzog, Andrés Molina Enríquez, Narciso Bassols, Agustín Yáñez, Samuel Ramos, Martín Luis Guzmán, Jesús Reyes Heroles, Renato Leduc, Julio Torri, José Revueltas, Rubén Bonifaz Nuño, Juan Rulfo, Luis Cardoza y Aragón, José Gorostiza, José Emilio Pacheco, Carlos Monsiváis y Jorge Ibargüengoitia.

2.

El periodo comprendido entre el 6 de diciembre de 1988 y el 6 de abril de 1992 representa uno de los momentos más vigorosos y notables de El Nacional como un medio de Estado abierto a la pluralidad y atento a las pulsaciones de su tiempo. Es la etapa en la que José Carreño Carlón ocupó la Dirección General del periódico y en poco tiempo logró convertirlo en el medio de referencia que había dejado de ser por décadas.

Al hacer en esta entrega un mínimo recuento de la etapa de Carreño Carlón al frente de El Nacional, me sumo a los diversos y merecidos homenajes que ha recibido en estos días el periodista, académico, político y diplomático mexicano, que en el verano de 1990 tuvo la generosidad de recibirme en su oficina y de aceptar mis primeras colaboraciones en la sección “La Ciudad” del periódico -a cargo del ya fallecido Paulino Sabugal- cuando yo tenía 22 años y era un estudiante de historia de la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM.

Tras asumir la dirección Carreño Carlón le encargó al talentoso diseñador gráfico Luis Almeida la nueva imagen del periódico en formato tabloide, y este cambio de forma -que lo fue también de fondo- fue apenas el comienzo de una etapa vertiginosa del periódico en el que diversificó su plantilla de editorialistas y columnistas -el gran Juan María Alponte entre ellos-, renovó y relanzó su principal suplemento cultural (Dominical), creo un nuevo suplemento especializado en libros (Lectura), una revista mensual de literatura (Textual), otros suplementos temáticos -recuerdo vagamente uno de asuntos jurídicos y otro de temas agrarios-, e incluso creó un sello editorial propio: una colección variopinta de libros con autores y temas de actualidad, y otros títulos que hacían un repaso del periódico como testigo de la historia nacional, estos últimos a cargo de Raúl Trejo Delarbre.

Fueron el propio Trejo Delarbre y Fernando Solana Olivares los codirectores del suplemento Dominical en cuya primera entrega de mayo de 1990 apareció en portada una jovencísima Alejandra Guzmán, e incluía un cuento inédito de Carlos Fuentes. El economista Arturo Cantú -nuestro gran experto en Gorostiza- dirigió el suplemento Lectura, con Alberto Román como editor. Una publicación sabatina especializada en libros cuya segunda etapa -en el último año de vida del periódico- tuve yo mismo el privilegio de dirigir. A partir de mayo de 1989 Juan José Reyes y Fernando García Ramírez dirigieron las entregas mensuales de la revista Textual, cuyo secretario de redacción era Aurelio Major. La nómina de colaboradores de estas tres publicaciones es un paseo por la creación intelectual y artística del país en el cierre del siglo XX.

De los más de 30 libros que El Nacional publicó en esa etapa destaco cuatro: los reportajes del diario sobre el asesinato de Trotsky, con prólogo de José Woldenberg; una selección de artículos publicados en El Nacional por Alfonso Reyes, a cargo de Fernando García Ramírez; una selección de historias policiacas de sus reporteros de nota roja con prólogo de Sergio González Rodríguez; y un libro de ensayos de José Joaquín Blanco sobre literatura mexicana.

En tan sólo cuatro años Carreño Carlón convirtió un viejo periódico oficialista que vivía de sus remotas glorias pasadas en una lectura de referencia y en un punto de encuentro de varias generaciones de periodistas y escritores mexicanos. A su salida, por cierto, nuestro director Francisco Báez ocupó temporalmente la dirección del diario.

3.

En el libro Medios, democracia, fines (UNAM-NOTIMEX, 1990) se incluye un texto de Carreño Carlón en el que señalaba el riesgo que le representaba a la vida pública del país un ecosistema mediático “impermeable a los reclamos de la sociedad”, y por lo tanto “la necesidad de que los medios formen parte activa, intencionada, de la democratización general que reclama el país”. Sus afirmaciones resultan rabiosamente vigentes, como lo es también su legado a la historia del periodismo en México y de su vida cultural. 

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