Opinión

Juegos Olímpicos y educación

Cuando la CONADE felicitó en la Copa de Doha a Osmar Olvera por sus medallas, él contestó

–Gracias, nada más me hace falta la beca desde hace un año.

Osmar Olvera, doble medallista olímpico en París 2024

Osmar Olvera, doble medallista olímpico en París 2024

Mexsport

En cada edición de los Juegos Olímpicos (tal vez con la excepción de los que se dieron en la Ciudad de México en 1968 y en la cual ganamos 9 medallas) los mexicanos experimentamos sentimientos menos de euforia, pero más de frustración: rara vez ganamos y no nos cansamos de decir ¡ya merito!

Los comentaristas deportivos se han dedicado a elogiar, ya no los triunfos, sino el mérito moral de la simple participación y del esfuerzo personal invertido por cada deportista. En muchos casos, llegaron a París con recursos propios. “La sola participación es un triunfo”.

Somos un país mediocre en esta materia. Pero no, esta afirmación no es un fatalismo insuperable. Las causas son humanas: los gobiernos, y de manera notable el gobierno de la 4T, nunca han dado suficiente importancia al deporte y a la educación física. La política de austeridad de AMLO castigó severamente el presupuesto de la educación física y el apoyo profesional a los deportistas. Son conocidas, por ejemplo, las querellas y escándalos en que se visto envuelta la deportista Ana Guevara, titular de la CONADE que, antes de apoyar a sus colegas, optó por aceptar dócilmente las restricciones financieras que le impuso su jefe --aunque esto implicó cometer injusticias con sus colegas.

En materia educativa prevale un manifiesto desprecio por la educación física y el deporte (EFD). Es cierto que existe una Ley General de Cultura Física y Deporte, que establece objetivos deseables (“fomentar el óptimo, equitativo y ordenado desarrollo de la cultura física y el deporte en todas sus manifestaciones y expresiones. Elevar, por medio de la activación física, la cultura física y el deporte, el nivel de vida social y cultural de los habitantes en las entidades federativas, los Municipios y las demarcaciones territoriales de la Ciudad de México”). Pero esta norma es fantasmal.

Los maestros de esta materia son numerosos en México, pero ninguna autoridad reconoce la importancia de su labor. La Nueva Escuela Mexicana despreció rotundamente la educación física como una dimensión crucial de la personalidad que la educación básica debe construir. No hay metas educativas. No existe un Programa Nacional de Educación Física que oriente los esfuerzos que realizan las 244 mil escuelas que existen y tampoco existen consejos o posiciones directivas en la SEP que se ocupen de esa materia.

Al observar la relevancia que se otorga a la educación física escolar en otros países --por ejemplo, en Estados Unidos-- deberíamos seguir su ejemplo. EUA es una nación vecina y con un sistema educativo relativamente conocido por nosotros. ¿Por qué no recoger --y explotar— esa experiencia?

Las escuelas avanzadas (creativas e innovadoras) del mundo conceden importancia central a la actividad física, al juego y al deporte. ¿Por qué no replicar esas experiencias? Esto no es una simple ocurrencia, es, debe ser, un imperativo nacional: ¿Acaso no estamos entre las primeras naciones con el índice de obesidad más alto del planeta?

El problema que tratamos es cultural y es educativo. Podemos invocar que fuimos colonizados por España y su tradición de conservadurismo religioso, que nos opusimos por largo tiempo a la modernización y, finalmente, que evolucionamos hacia un modelo de desarrollo desigual con amplias franjas de población pobre urbana y rural.

En el marco de este modelo los mexicanos edificamos un sistema educativo masivo y débil es sus estructuras. Por añadidura, hemos tenido un liderazgo educativo que se ha guiado más por intereses políticos que educativos. En el fondo todo esto explica las condiciones lamentables que sufre la educación en general y la educación física en particular.

Quien recuerde sus años de escuela debe tener presentes sus experiencias en la asignatura educación física. Era frecuente que esa materia fuera dirigida por una persona negligente, no profesional, que gastaba el tiempo del alumnado en ejercicios inocuos o juegos irrelevantes y se olvidaba de impulsar la disciplina, la perseverancia, el autocontrol y el trabajo cooperativo. Muchas veces los maestros habían llegado ahí por “recomendaciones” de alguna autoridad o por ser “protegidos” del sindicato. La clase de deportes era, muchas veces, un segundo recreo o una hora de actividades de juego y relajamiento.

¿No tendría México otro perfil deportivo si su sistema educativo funcionaria con eficacia, con objetivos precisos a lograr, con encuentros deportivos intra y extraescolares, con estímulos para los triunfadores, etc.?

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