Samuel García logró algo inusitado. Tener la precampaña presidencial más breve de la historia de México, la más aparentemente exitosa y la más desastrosa y contraproducente de fondo. Todo al mismo tiempo.
En el camino, se comprobó también que Dante Delgado es un ajedrecista político peculiar: tiene muy buena idea de cómo atacar el tablero, pero no se percata de que los adversarios pueden hacer movidas que lo descoloquen y terminen poniéndolo en jaque.
En pocos días, se vio como una estrategia política basada casi exclusivamente en la mercadotecnia podía ser efectivamente disruptiva. La pareja Samuel-Mariana, sonriente y a bordo de su Tesla, apelaba a la modernidad, al futuro, a lo nuevo, a lo divertido. No importa que no hubiera nada de fondo (de hecho, Samuel cometía casi un dislate diario): el contenedor lo era todo, aunque el contenido fuera puro aire.
En el páramo de la política mexicana, eso bastó para que la improbable candidatura subiera en preferencias potenciales (y no estamos hablando de la encuesta patito que ya colocaba a Samuel en segundo lugar), que provocara seria preocupación en el Frente y, de paso, tumbara la cuenta de Vicente Fox en X (antes Twitter). Samuel parecía capaz de jalar mucho voto joven y de gente poco politizada, además del pequeño electorado natural de Movimiento Ciudadano (opositores contrarios a los viejos partidos y votantes desencantados de AMLO).
El éxito aparente descansaba sobre pies de barro. Y es que Samuel García no había amarrado su salida legal de la gubernatura de Nuevo León, en una circunstancia de pleito casado con el congreso local dominado por el PRI y el PAN. En vez de buscar acuerdos racionales entre ambas partes, cada una de ellas decidió abusar de los procedimientos jurisdiccionales: García, para darle la vuelta y pasar por encima de la constitución local; el congreso de Nuevo León, para hacerle la vida y la candidatura imposible al precandidato. La diferencia, que los movimientos jurídicos de Samuel fueron torpes e ilegales, y las chicanas de los congresistas, tras un par de tropiezos, terminaron por no serlo.
Lo que no hubo, en ningún caso, fue fair play. García no quiso reconocer los límites impuestos por la ley, y los congresistas del PRI y el PAN no tomaron en cuenta la decisión de los neoleoneses en las urnas, que habían votado por un gobierno dividido.
En ese sentido, el precandidato de Movimiento Ciudadano hizo lo que criticaba de dientes para afuera: vieja política. Y los diputados de los partidos tradicionales se comportaron exactamente como lo que le critican a la bancada morenista a nivel federal: aprovechar la mayoría para agandallar.
Se impuso, pues, la lógica de la polarización. No hay diálogo, negociar es traicionar, o todo o nada. El retroceso democrático. López Obrador ha hecho escuela. Y eso le augura más éxitos a su movimiento. Nada qué festejar para los demócratas.
Hay quien, desde el Frente y sus áreas de simpatía, festina lo sucedido. Tal vez sea celebrable que se hayan evidenciado a tiempo la torpeza y la inmadurez de Samuel García (sí, Colosio tenía razón). Pero me parece que lo que les causa gusto es la idea de que va a haber un traspaso automático de votos hacia Xóchitl Gálvez: que los votos que le quitaba Samuel a la hidalguense ya no se los va a quitar.
No opino igual. Aunque, efectivamente, una parte de los probables votantes de García terminará yéndose con Gálvez, otra parte regresará al redil, nada más con que Sheinbaum les hable tantito de pluralidad y otra más -nada despreciable- regresará al abstencionismo de donde venía. Eso, en términos estrictamente de votos. La idea de que MC le quita preferencias sólo al Frente es un mito genial.
En el proceso, el pleito entre Movimiento Ciudadano y el Frente tiene fuertes ecos de lo sucedido hace seis años entre los bloques que impulsaban a Meade, por un lado, y a Anaya, por el otro. En la lucha descarnada por el segundo lugar, dejaron ir impune a quien encabezaba las preferencias, y una distancia que era de pocos puntos porcentuales pasó a ser de más de 30 y con mayoría absoluta.
Por lo que se ve en el futuro inmediato, con la acumulación de afrentas, ambos bloques van a gastar una cantidad considerable de energía en atacarse mutuamente. Eso tal vez se entienda del golpeado y resentido MC, pero ni muerta la candidatura de Samuel, el Frente ha volteado hacia el adversario relevante. Prefieren pegarle al “esquirol” que al original. Claudia baila sola.
Movimiento Ciudadano tendrá que buscar un nuevo candidato presidencial. Competirá con dos hándicaps en contra: el haber perdido a su precandidato único y el arrancar con más retraso. Sumemos el problema que no podrá repetir tal cual su mercadotecnia electoral. Además, tendrá que salvar una nueva discusión con las posiciones del influyente grupo jalisciense dentro del partido, que fue siempre proclive a una alianza con el Frente. Su misión, salvar Jalisco y avanzar en otros lados. ¿Podrá Dante, ahora sí, anticipar las jugadas con claridad? El caso es que, en esta coyuntura, pasó de ser el gran disruptor a ser el gran perdedor.
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