Los libros de texto no siempre fueron gratuitos. Fue en el mandato del presidente López Mateos cuando se tomó la decisión de distribuirlos de forma universal y sin costo para todas las niñas y niños. La decisión tuvo como base la ideología dominante en el régimen, y se buscaba reafirmar el discurso de la justicia social vinculado al imaginario de la Revolución Mexicana como origen de un Estado de bienestar en constante ampliación; revolución que, a decir del recientemente fallecido profesor Adolfo Gili, debía leerse como una revolución interrumpida.
En tanto que el Estado mexicano es el rector de la educación en México, los libros de texto han sido uno de los principales instrumentos para el ejercicio de esa rectoría; y sin duda, históricamente se han dado debates y batallas muy relevantes en torno a cuáles son los contenidos, la visión y las estratégicas pedagógicas que transportan y que guían los aprendizajes, adquisición y transmisión de saberes.
No es novedad pues, que en cada modificación estructural de la arquitectura (en el sentido griego del término arché), y de los contenidos específicos de estos materiales, se hayan incorporado elementos ideológicos, éticos y de visión política; lo que sí es novedad, y es lo que está en juego en nuestros días, es que los libros, por lo que se conoce públicamente de ellos, han sido concebidos como instrumentos de adoctrinamiento, en contra de lo que explícitamente señala el artículo 3º de nuestra Carta Magna, la cual establece que la educación debe basarse en la ciencia, ser objetiva, y librar a las personas de los prejuicios y los dogmatismos, en la búsqueda permanente del mejoramiento espiritual del pueblo.
Por eso no deja de resultar paradójico, que la batalla legal para impedir la distribución y entrega de la nueva versión de los materiales que ha diseñado la SEP esté siendo encabezada por la Unión Nacional de Padres de Familia, una de las organizaciones más conservadoras y de pensamiento sectario que puede haber en nuestro país.
Y por ello mismo sorprende también el incomprensible silencio del Sindicato Nacional de Trabajadores de la Educación, donde pareciera que, para su dirigencia, la prioridad es no incomodar al poder, olvidándose de que, si bien es cierto que se trata de una organización de carácter gremial, lo que se decida en la SEP en torno a qué y cómo habrá de enseñarse en las escuelas públicas, es nada menos que la principal materia de trabajo con la que las y los maestros de México deben cumplir con su responsabilidad de enseñar.
¿De verdad no tienen qué decir nada los dirigentes de las secciones sindicales en el plano federal? ¿El silencio es la marca de la casa de las secciones sindicales de maestras y maestros en lo local? ¿Qué no enseñaba Paulo Freire que la educación y su carácter liberador debe defenderse con todo y que las y los educadores deben tener una vocación siempre crítica frente al poder, en todas sus dimensiones y niveles?
El hecho de que la SEP haya reservado por cinco años la información relativa a cómo y por qué se decidieron los contenidos de los libros de texto gratuito, resulta ominoso para toda la población; pero debería serlo en primer lugar para las y los trabajadores de la educación, quienes no sólo no han sido consultados de manera adecuada en esta materia, y por sobre quienes pasaron, en un acto de ninguneo como pocas se ha visto en la historia política del país.
Sorprende igualmente percibir una especie de adormilamiento de las bases del magisterio, que han sido ejemplo de lucha combativa por las libertades y los derechos en nuestro país, y que a la fecha no se conozca, ya no se diga un reclamo, sino al menos un llamado a su dirigencia nacional para que explique su “prudencia”, “pasividad” y silencio frente a los atropellos de que están siendo objeto tanto sus agremiados como las niñas y niños de México, al estar expuestos a una crisis educativa como no hemos tenido en décadas.
Así como en el Sector Salud el manejo de la emergencia sanitaria fue catastrófico, lo que se hizo, y, sobre todo, lo que se dejó de hacer en el ámbito educativo, entra en el ámbito de la calamidad. El llamado “apagón educativo” en México fue uno de los más extendidos del mundo; y no hubo una estrategia seria y responsable para la recuperación de saberes y aprendizajes en el regreso a clases presenciales. Y frente a ello, la actitud de la dirigencia nacional del que todavía es uno de los principales sindicatos de América Latina (por el número de sus agremiados), fue igualmente la de la complacencia y la pasividad.
Preocupa, y en serio, que estemos ante y una nueva versión de charrismo sindical, acomodaticio al poder, y que esté dispuesto a dar la espalda al mandato constitucional de proteger a toda costa el principio del Interés Superior de la Niñez, en aras de mantener una relación que proteja privilegios y posiciones en la dirigencia, a costa de las posibilidades presentes y futuras para el desarrollo nacional.
No es justo para las y los maestros del país, que a menos de un mes de que inicie el ciclo escolar no tengan en sus manos los instrumentos que requieren para seguir siendo la base de la pirámide educativa de nuestro país. Y no es justo en ese mismo sentido, que su dirigencia los abandone, por quién sabe qué razones.
Investigador del PUED-UNAM
Copyright © 2023 La Crónica de Hoy .