Opinión

Lula, su dizque chómpiras, la democracia y el Consejo Consultivo del CNDH

La manifestación triunfalista de que casi toda América Latina es no ya una marea rosa sino un tsunami rojo, de izquierda pura y dura, después de los comicios en Brasil, es incorrecta. Para empezar, tendríamos que definir qué es izquierda latinoamericana, si eso existe, y qué es la izquierda a finales de 2022. Y esto último no seré yo la que lo analice. Luiz Inácio Lula da Silva pertenece al PT brasileño, un partido progresista y uno de los más grandes del país y que surgió en la década de los setenta. Su líder ha sido Lula de Silva, quien ya fue presidente. Los petistas, como se les llama a los miembros del PT, se rigen bajo la centro izquierda. No son marxistas, como declaró en la televisión Lula da Silva en 1989 en un debate con su adversario Fernando Collor. Aún así el PT mantuvo relaciones amistosas con países comunistas de aquella época, con Cuba, por ejemplo, y con la Venezuela de Hugo Chávez. Si bien el PT se organizó con intelectuales marxistas, también se rigió por propuesta sindicales, más aterrizadas en las necesidades de los trabajadores brasileños, cuyos intereses corporativistas se han ajustado a la economía capitalista.

Más allá de las vinculaciones con otras naciones latinoamericanas como Cuba y Venezuela, los años de Lula en la presidencia de Brasil fueron buenos (2003-2010). Se disfrutó de prosperidad económica, libró la crisis mundial del 2008, terminó con la pobreza de millones de personas, reduciendo así la desigualdad de un enorme país con 190 millones de habitantes en aquel tiempo. Este obrero metalúrgico de origen, durante los ocho años en que fue el primer mandatario brasileño, llevó a cabo reformas y cambios importantes, con los que triplicó el PIB per cápita, de acuerdo con el Banco Mundial e hizo de Brasil una potencia mundial y la sexta economía más importante. Es decir, nada que ver con los no logros de Andrés Manuel López Obrador.

Sin embargo, a pesar de haber sacado de la pobreza a 30 millones de personas en menos de una década, de haber tenido un 80% de aprobación en su país, del reconocimiento internacional por su participación en los debates sobre el cambio climático, en 2016 Lula fue acusado de corrupción y el 12 de julio de 2017 se le encarceló. Lo sentenciaron a nueve años tras las rejas. Había padecido un cáncer de garganta por fumador y, a pesar de la enfermedad y de la cárcel , resurgió. Al juez Moro, que lo había refundido en prisión, y que fungió como ministro con Jair Bolsonaro, se le consignó incompetente en el caso de Lula y se inició una investigación en su contra. Lula salió libre, después de que un juez de la Corte Suprema anuló las sentencia contra él, y este mismo año Lula Da Silva presentó nuevamente su candidatura a la presidencia.

Hoy sabemos que Lula da Silva ganó por un pequeño margen de 50.9% frente al presidente Bolsonaro, que obtuvo 49.1%. Este es un retrato del mundo actual, por un lado, la “izquierda” progresista de Lula y, por otro, la derecha de Bolsonaro, un militar que azuza los movimientos que piden una intervención de la milicia para impedir que el vencedor asuma el poder y el vencedor haga felices a millones que lo reciben esperanzados con conocimiento de causa. Como escribió hoy Héctor Aguilar Camín en su artículo diario del Milenio: Lo que llevó al triunfo a Lula en las pasadas elecciones fue una coalición amplia de fuerzas democráticas. Las fuerzas de izquierda no hubieran bastado. Lula pudo convocar a una gran coalición que puso aparte a sus ideologías y sus agravios para centrar los esfuerzos en la derrota de la amenaza mayor: la autocracia bolsonarista.

López Obrador, que ni picha ni cacha ni deja batear, asumido como de izquierdas, “Primero los pobres” es su lema, aunque bajo su mandato haya aumentado la pobreza. De acuerdo con el Inegi, para este 2022, un 13.9% en el ámbito rural y un 12.8% en el urbano se hunden en la miseria. La CEPAL, la Comisión Económica para América Latina y el Caribe, suma más de 2.5 millones en pobreza dentro de nuestra nación y ubica a México como el quinto país más pobre de la región. Nada que ver con los resultados beneficiosos de Lula durante sus primeros años como presidente de Brasil. Lo curioso es que AMLO fue el primero o uno de los primeros en felicitar por teléfono a Lula tras su nuevo triunfo. Habló con él casi como si fueran chómpiras , es decir, amigos del alma.

Todo es muy raro, diría mi amigo Gil Gamés, que también escribe en Milenio. Me paso a otro diario, El Universal, en el que José Carreño Carlón equipara al presidente de México más con Bolsonaro que con Lula da Silva. Y es cierto, no nos hagamos, la embestida contra el Instituto Nacional Electoral, que desde hace más de dos décadas garantiza la transparencia en la elecciones, es un ataque de índole dictatorial. MoReNa quiere llevar la batuta de los comicios en 2024, sin que medie un organismo autónomo y confiable, para ganar.

¿Así funciona una izquierda moderna, propositiva y honesta, que sabe vencer y sabe perder en aras de la pluralidad y de la democracia? Aquí sería forzoso describir a las izquierdas del siglo XXI, a lo que se espera de ellas. Quizá, el meollo del asunto radique más en el ímpetu democrático de los partidos y de los gobernantes que deben procurar un diálogo con los ciudadanos para conseguir objetivos comunes, en los que prospere lo mejor para todos. Pero, según se ve, el partido político de Andrés Manuel López Obrador no está dispuesto a conceder ni un ápice a los que no son los suyos. Hasta el Consejo Nacional de los Derechos Humanos, presidido por Rosario Piedra Ibarra, se manifestó en contra del INE para acompañar al señor presidente en sus decisiones. El Consejo Consultivo de ese órgano, órgano que no ha hecho nada en lo que va del sexenio por los mexicanos, rechazó la recomendación de Rosario Piedra sobre la “transformación del INE” que plantea la Cuatroté. El Consejo Consultivo (¡bravo!) reivindica el derecho del pueblo a la democracia. Sus siete integrantes se pronunciaron a favor de que el instituto electoral “asuma su responsabilidad de fortalecer su independencia de cualquier grupo partidista, económico o social y su identificación y empatía con el pueblo de México” (Crónica de hoy, nota de Eloísa Domínguez).

Ese Consejo Consultivo de la CNDH y el INE entienden muy bien de qué se trata la democracia.

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