Hoy, 22 de febrero, vi la Mañanera. Debo confesar que cabeceé pero estuve muy atenta hacia el final, después de la larga perorata garcilunizada, como dice Loret de Mola, en relación a los conservadores y derechistas que atentan contra la transformación del país que él, Andrés Manuel López Obrador, ha puesto en marcha para el bien de todos los mexicanos (sic). Nadie entiende de qué se trata la famosa transformación. Él, AMLO, la define, más o menos, como una revolución pacífica. Lo que muchos vemos es la destrucción de programas necesarios, como el de apoyo a las mujeres maltratadas y la escuela pública de tiempo completo que permitía a las madres trabajar, en un México donde los hombres hacen mutis de las relaciones matrimoniales o, que es lo mismo, de la vida en común exista un matrimonio formalizado o no. Muchos hombres se desentienden de los hijos habidos y las madres necesitan tiempo para trabajar y llevar el sustento a casa. Todos lo demás, que ha recibido las embestidas de la Cuatroté, ya lo conocen: la criminal falta de medicinas, como las quimios para niños y para pacientes mentales. La desestructuración del Seguro Popular para convertirlo en INSABI resultó un fiasco. El presidente promete un sistema de salud como en Dinamarca, pero nadie ve claro. Ni hablamos del incremento de la población en pobreza extrema, del estado del CONACYT y las ocurrencias de su directora, de las múltiples no licitaciones para infraestructura, del dinero que se inyecta a la refinería Dos Bocas y al Tren Maya, que excede todo lo planeado, de lo que se invierte en obras que lleva a cabo (sic) un cónsul “honorario” nicaragüense, nombrado por el dictador Daniel Ortega, Elías Gerardo Valdés Cabrera, quien, de acuerdo con una investigación de Latinus ha recibido 130 contratos, entre 2019 y 2020, que suman más de 3 mil millones de pesos. Por citar una erogación más. No se diga lo que le pagamos a Díaz Canel por lo médicos que no necesitamos pero que nos manda desde Cuba, por la vacuna Abdala y por quien sabe qué más.
Pero volvamos a la Mañanera donde el presidente citó un poemínimo de Efraín Huerta y otro muy cortito de Ernesto Cardenal que enunció mal, se corrigió y que, igual que el de Efraín Huerta no venía al caso. Luego hizo que se leyera una felicitación que recibió del poeta nicaragüense cuando asumió la presidencia de la república mexicana en 2018 y acto seguido él leyó una carta que le envió a Daniel Ortega, a principios de año, para saludarlo y decirle que México recibiría con gusto a una mujer que había solicitado venir a vivir a México.
Después anunció a los mexicanos que México daría asilo a los nicaragüenses que habían perdido su nacionalidad y habían sido desterrados. Esto lo tenía hablado con el Canciller Marcelo Ebrard. Comentó que nadie pierde nunca su nacionalidad, pero se cuidó de decir nada inconveniente contra el dictador Daniel Ortega, otrora héroe sandinista que luchó para terminar con el somozismo. Así las contradicciones, Ortega ha implantado, junto con su mujer, Rosario Murillo, vicepresidente de Nicaragua, una brutal tiranía, en la que la que se persigue a los críticos del régimen, se los encarcela o, como los que desterró hace unos días, se les quita la nacionalidad, los bienes que puedan poseer y les impide llevarse a sus mascotas, como le sucedió a la reconocida escritora Gioconda Belli, quien en un programa de televisión española, rompió su pasaporte. “…en Nicaragua, --dijo cuando le preguntó Ramiro Pellet Lastra del periódico argentino La Nación por qué lo había hecho— contestó que en Nicaragua “hay seis millones de habitantes y la mayoría no tiene pasaporte. El régimen, ellos, “están convirtiendo la nacionalidad en una cosa que ellos tienen la potestad de quitar o no, cuando esta prohibido por la Constitución, prohibido por la Declaración Universal de los Derechos Humanos. Entonces yo hice ese gesto para decir que ese pasaporte no soy yo.” Para Gioconda Belli, los verdaderos traidores a la patria no son los que critican a Daniel Ortega , a su esposa y a sus lugartenientes sino ellos, el dictador y los suyos.
El mismo presidente Andrés Manuel López Obrador expresó que la nacionalidad no se termina por decreto y de ahí que quiera recibir a los nicaragüenses expulsados por la dictadura. Recordemos que él se ha instituido a sí mismo como Benemérito de las Américas. Pero mucho se cuida de calificar mal al gobierno de Daniel Ortega y Rosario Murillo. Su Mañanera insiste, por otro lado, en tachar a los que nos concentraremos en el Zócalo el próximo domingo 26 “como corruptos, derechistas, conservadores, oligarcas etcétera.”. Claudia Sheibaum, la jefa de gobierno capitalino, tildó la reunión de apoyo al INE y a la democracia como “…una marcha para volver al pasado”.
Volver al pasado sería que se aceptara el Plan B, en el que, con tal de decidir en la votación de los comicios del año 2024, el presidente López Obrador y su allegados han creado un Frankestein. En primer lugar, el gobierno será el que determine quiénes votarán en el exterior. En segundo, se mostrará los datos de los electores, cuando el INE celosamente los resguarda. Tercero, los legisladores harán a un lado a la cabeza ejecutiva del INE y violarán de esta manera la constitución del Instituto Nacional Electoral. Cuarto, que el Órgano de Interno de Control , afín al gobierno, se encargue de la coordinación de las actividades de los órganos ejecutivos y técnicos del Instituto, o sea, destaza al Instituto, porque se inmiscuirá en tareas operativas y determinará cómo deben organizarse los equipos de trabajo. La quinta, como explicó Ciro Murayama en El Reforma del 21 de febrero, es la más grave, porque intenta terminar con la estructura ejecutiva del INE, sin personal calificado, como establece la Constitución. “Mutilan – explica el doctor Murayama-- la estructura operativa básica, lo que impedirá organizar elecciones auténticas.”
Esto sería un viaje al pasado y un golpe certero de guadaña al Instituto Nacional Electoral, un estacazo tiránico al organismo que cobija la democracia en nuestro país. Un regreso al tiempo de los “dinosaurios”
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