Las manifestaciones que tuvieron lugar en, por lo menos, sesenta ciudades de la república, Estados Unidos y Europa, el domingo pasado fueron una clara demostración de rechazo contra la iniciativa de reforma electoral del presidente Andrés Manuel López Obrador y su partido Morena. La gente se unión en torno a la consigna #ElINENoSeToca.
Y es que la propuesta de AMLO contempla transformar al Instituto Nacional Electoral, que hoy es un órgano autónomo, en Instituto Nacional de Elecciones y Consultas cuya adscripción, deliberadamente, queda en el aire; pero, se sabe, volvería a depender de la Secretaría de Gobernación como en la época en que tuvo vigencia de Comisión Federal Electoral. Desde allí se fraguaron infinidad de fraudes electorales, el más descarado de los cuales fue el de 1988, cuando encabezaba esa dependencia de la administración pública federal, Manuel Bartlett, y le arrebató el triunfo al Ing. Cuauhtémoc Cárdenas para darle la victoria a Carlos Salinas de Gortari. De ese tamaño es la regresión que intenta llevar a cabo el actual titular del Poder Ejecutivo.
Los primeros sorprendidos por la respuesta al llamado a protestar contra la arbitrariedad de López Obrador, fuimos los propios organizadores de la marcha: nunca nos imaginamos que hubiese una participación multitudinaria como la que se dio: solamente en la ciudad de México se calcula que hubo entre 600 mil y 800 mil participantes. Algunas otras agrupaciones convocantes se quedaron cortas: dijeron que habían sido 200 mil. Basta con ver los videos que se tomaron desde lo alto de edificios ubicados en Paseo de la Reforma, para corroborar que esa cifra choca con la realidad. Ya no hablemos del ridículo que hizo el Secretario General de Gobierno de la CDMX, Martí Batres quien se aventó la puntada de decir que fueron entre 10 mil y 12 mil personas. Ante el ridículo hecho por Batres, la Jefa de Gobierno Claudia Sheinbaum tuvo que salir a dar la cara y aceptar que hubo un error en la estimación del número de personas que asistieron a la marcha: en realidad, según sus cálculos fueron más de 60 mil. Misma cifra que presentó el presidente López Obrador en la mañanera del lunes, para burlarse de los organizadores y asistentes: “con eso no llenan ni la mitad del Zócalo.”
De manera soez, López Obrador dijo, en esa misma mañanera del lunes, que la marcha había sido un “strip-tease” del conservadurismo. Me parece que a Andrés López Obrador le está pasando lo mismo que a Gustavo Díaz Ordaz: no entiende el mensaje de las manifestaciones en su contra; se empecina en negar lo que está ocurriendo; solo lo que considera verdadero tiene cabida en su mente. Ambos mandatarios perdieron el sentido de realidad.
De las muchas manifestaciones en las que he participado, ninguna se parece a esta que se llevó a cabo el domingo 13 de noviembre de 2022. A la edad de 15 años me tocó el ’68: éramos jóvenes que protestábamos contra un régimen autoritario, represivo e insensible. Para nosotros el Régimen de la Revolución sustentado en el presidencialismo omnímodo y la hegemonía del partido oficial, resultaba insostenible. Debía haber cambios que dieran paso a una verdadera y propia competencia entre partidos; aceptar la pluralidad que tocaba a la puerta; liberarnos del rígido corset cultural de una sociedad mojigata; abrir el país al mundo y a las nuevas expresiones literarias, musicales, cinematográficas, etcétera.
Luego vino el sindicalismo independiente que trató de salirse de los cánones impuestos por las centrales oficiales. Había que establecer un sindicalismo verdaderamente democrático fuera del domino del charrismo sindical y sus líderes venales como Fidel Velázquez, Blas Chumacero, Paco Pérez Ríos. En ese sentido la figura señera del sindicalismo independiente fue Rafael Galván
¿Cómo no recordar la Gran Marcha Blanca, convocada para el 27 de junio de 2004 por varias organizaciones de la sociedad civil? Cientos de miles de personas acudimos vestidas de blanco para protestar contra la inseguridad. López Obrador, siendo Jefe de Gobierno, descalificó esa marcha.
Pues bien, la manifestación del domingo pasado es distinta de las anteriores por una razón: las protestas que la precedieron fueron segmentadas, es decir, provenían de sectores sociales específicos, estudiantes, obreros, organizaciones sociales. La del 13 de noviembre, en cambio fue horizontal, es decir, de ciudadanos. No importó la filiación política, el nivel de estudios, la procedencia socio-económica, el lugar de residencia. Nada. Lo único que importó fue la defensa del INE y la democracia.
Norberto Bobbio, se quejaba de que el ascenso de Berlusconi había dejado en claro que, pese a todo los esfuerzos, la democracia en Italia no se había vuelto una costumbre. Si hoy pudiera hablar con mi maestro, le diría que, al contrario de lo que pasó en Italia, en México la democracia sí se convirtió en una costumbre, es decir, que arraigó en la conciencia de las personas y, ante el intento de revertirla, la ciudadanía reaccionó de manera impresionante. La transición a la democracia construyó ciudadanía.
Efectivamente, la manifestación del domingo 13 de noviembre de 2022 marca un hito: el despertar de la ciudadanía.
A López Obrador se le cayó el estribillo populista que habla del “pueblo”; ahora salió a relucir la palabra que define a la democracia, la ciudadanía. No la masa manipulable, sino las personas que razonan y cuestionan a sus gobernantes.
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