Opinión

"Va por México": la forma y el fondo

El renacimiento de la alianza electoral “Va por México” plantea el importante dilema del tipo de oposición que actualmente requiere nuestro proceso de avances e involuciones políticas hacia la democracia. Ello obliga a reflexionar sobre el camino que se debe seguir para configurar una nueva mayoría social y política en la disputa por el poder. El diagnóstico sobre el estado que guarda nuestro sistema democrático a partir de las últimas elecciones presidenciales, plantea la imperiosa necesidad de integrar una alternativa opositora con candidatos ciudadanos para el proceso electoral de 2024. Es verdad que México se encuentra urgido de una oposición democrática digna de ese nombre y que resulta útil una alternativa opositora frente a la deriva autoritaria que padecemos. El tema que urge clarificar entonces, es el tipo de oposición requerida para hacer avanzar a nuestra democracia.

Muchos consideran urgente y necesaria la unidad incondicional de todas las fuerzas opositoras. Abandonando los criterios básicos de los objetivos por alcanzar, concentran toda su atención en los medios para construir una mayoría. Que la oposición se agrupe solamente a partir de cálculos políticos sustentados en la necesidad de sumar fuerzas, empobrece a la política y devalúa a la democracia. El pragmatismo que sustenta la retórica de la “unidad a toda costa” es preocupante desde la perspectiva ciudadana porque privilegia los medios sobre los fines. El discurso que postula la unidad incondicional opositora choca contra la realidad. Los partidos que la integran sostienen repetidamente querer la unidad pero al momento de las definiciones se repliegan únicamente sobre sí mismos, como se pudo observar recientemente cuando se anunció la continuidad de dicha alianza electoral. Privilegiando la unidad irrestricta, se olvidaron los objetivos de la inclusión y del pluralismo paritario.

En cualquier coalición democrática el método para la selección de los candidatos no puede proyectar la voluntad de un solo partido, aunque sea el mayoritario. Se debe evitar la reproducción del viejo sectarismo político responsable de la profunda crisis que actualmente viven los partidos tradicionales. Es necesario reconocer que contamos con una oposición que nació de la vieja partidocracia y que si no contribuimos a cambiar esta situación, seguiremos configurando soluciones ineficaces frente a las múltiples crisis que padece el país. El fracaso del sistema de partidos tradicionales se desarrolló al amparo de las sucesivas reformas electorales que consolidaron el poder de las viejas élites políticas quienes nunca incluyeron de manera decidida a los ciudadanos, ni en los procesos de toma de decisiones, ni en los de representación política.

Este sistema se alejó rápidamente de los postulados originarios planteados por nuestra transición política de una democracia exigente y de calidad. Dando como resultado rígidas estructuras burocráticas autorreferenciales y una clase política opositora cerrada, sectaria, corta de miras y alejada de cualquier espíritu renovador sobre la política. Adicionalmente su produjo un alejamiento de sus componentes ciudadanos, quienes alguna vez se sintieron representados por ella.

Tienen razón quienes consideran que el método de selección de los candidatos no sólo es una cuestión de forma sino que principalmente lo es de contenido. En un sistema democrático el método de selección de los candidatos debe ser abierto a toda la ciudadanía. Por ello, el método anunciado reproduce nuevamente la idea de la unidad como un medio para alcanzar ciertos fines, que excluye los ideales programáticos de la política. Los ciudadanos no podemos contribuir a una política pragmática de tipo “atrapa-todo”, que resulta inocua porque solo privilegia los medios y fundamenta su acción en cálculos políticos. Una oposición que relega sistemáticamente los fines, las metas y los objetivos de la acción política democrática, no puede representar una alternativa ciudadana.

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