Opinión

La muerte de Acteón

Acteón era nieto de Cadmo y Harmonía, los fundadores de la ciudad de Tebas, e hijo de Autónoe y Aristeo. A menudo recorría los montes de la región de Beocia acompañado por un grupo de amigos y por cincuenta perros para practicar la caza de ciervos, que era su actividad favorita. Se cuenta que su adiestramiento y su destreza para matar animales habían sido inculcados al joven por el centauro Quirón.

Acteón

Acteón

Ovidio, en Las metamorfosis, narra la forma en que este hombre fue castigado por la diosa de los bosques, los animales salvajes y la caza., Ártemis, o Diana para los latinos.

Transcurría un día exitoso para el grupo de cazadores en el que habían conseguido atrapar y matar a un número considerable de presas, apenas durante las primeras horas de la mañana. Justo al mediodía, uno de sus compañeros, el joven Hiante, le propuso al grupo que interrumpiera por ese día las actividades, dado que ya habían tenido bastante suerte y reanudarlas cuando se asomara la Aurora del día siguiente. Así lo hicieron y el resto del día lo ocuparon en descansar y pasear despreocupados por el bosque.

En un escondido estanque cercano se encontraba Ártemis con un grupo de hermosas ninfas, dispuestas a tomar un refrescante baño en las “cristalinas y sutiles” aguas del manantial sagrado. Las ninfas tomaban con sus vasijas el agua y la vertían con delicadeza sobre el cuerpo de la diosa desnuda.

A poca distancia de allí, Acteón caminaba distraído, observando lugares desconocidos del misterioso bosque de cipreses y pinos. Sin proponérselo, se encontró sorpresivamente con el hermoso espectáculo del baño de la diosa. Las ninfas, al advertir la presencia del intruso, elevan sus voces de lamento e intentan cubrir a Ártemis para que no fuera observada por un mortal.

Al ser vista sin ropa, la diosa enrojeció de vergüenza y deseó tener a la mano su arco para atravesar con sus flechas el cuerpo de Acteón. Lo más que pudo hacer fue tomar con sus manos el agua del estanque y arrojarla sobre la cabeza del infractor, al tiempo que le decía: “ahora ve a contar que me has visto desnuda, si puedes hacerlo”.

Acteón no podría hacer nunca lo que Ártemis le indicaba porque en ese momento su venganza empezó a surtir efecto. Hizo surgir de la cabeza mojada del sorprendido e involuntario fisgón unos enormes cuernos de venado, alargó su cuello y lo inclinó hacia adelante, creció sus orejas y les dio un terminado puntiagudo, convirtió sus piernas y brazos en largas patas con cascos. Completó la metamorfosis haciendo que su piel se tornara moteada y que aquel hombre transformado en animal se mostrara sorprendido e indeciso.

Cuando Acteón vio su nueva figura reflejada en el agua, echó a correr con la velocidad que solo el pánico puede producir. Quiso decir unas palabras, pero de su boca solo salían sonidos sin sentido. Sus lamentos y gemidos no podían ser comunicados. Los sabuesos, ávidos de atrapar a su presa, al ver al animal correr emprendieron su veloz persecución. Acteón recorrió a toda prisa los mismos lugares que solía caminar en busca de una buena pieza de caza, pero ahora él era esa preciada pieza. Perseguido por su jauría que antes le era obediente y fiel, pero que ahora lo desconocían, fue finalmente atrapado.

Postrado frente a sus perros extendió sus brazos, suplicó y rogó piedad sin éxito. Uno a uno los sabuesos fueron arrancando con sus feroces hocicos alguna parte de su amo convertido por la diosa en apetitoso ciervo, hasta dejarlo sin vida. Los animales que babeaban la sangre de su amo buscaron a Acteón para mostrarle su hazaña, pero no pudieron encontrarlo. Al darse cuenta del crimen que habían cometido, los perros de Acteón huyeron a la ciudad de Orcómeno, arrepentidos. Mientras tanto la diosa quedó satisfecha al perpetrar su venganza.

Se dice que Ártemis era despiadada con los mortales que la ofendían y amenazaban su castidad. Según la mitología Acteón no fue su única víctima. Orión, a quien se le atribuye ser el único compañero de caza masculino de la diosa, fue muerto por querer abusar de ella. También mató a un tal Búfago, conocido héroe de la región de Arcadia, por la misma razón. A Sipretes, que también en una ocasión la vio desnuda, lo convirtió en mujer. Cegó con lodo al dios del rio Peloponeso, Alfeo, para que desistiera de perseguirla.

La muerte de Acteón, así como de los otros personajes castigados por la diosa, según J. Campbell, es producto de su incapacidad para acercarse a la divinidad sin la actitud y preparación adecuadas. Al observarla no con veneración sino con lujuria, la persona terminará por cometer un error y fundirse como un fusible eléctrico que no puede soportar la carga. Existen maneras de prepararse, o más bien de protegerse, dice Campbell, antes de acercarse a una diosa.

Jean Paul Sartre, por su parte, acuñó el término “complejo de Acteón” para referirse a la mirada “curiosa y lasciva” propia del investigador que incursiona en la búsqueda desenfrenada de nuevo conocimiento. Esa forma de ver, según el filósofo francés, que tiene origen fisiológico y sexual, es la motivación para la caza y la apropiación de lo que carece el individuo.

Jacques Lacan, el famoso psicoanalista francés, también recurrió al mito de Ártemis y Acteón para ejemplificar lo difícil que suele resultar para las personas enfrentarse a las nuevas realidades que transforman sus creencias anteriores. “No es fácil reconocer una verdad después de que haya sido recibida por primera vez”, escribió Lacan. Acteón es llevado por su curiosidad exploradora a descubrir los misterios ocultos de la diosa y ello, no obstante, produce su caída.

Por otra parte, en la actualidad, la definición de acoso sexual incluye las miradas sugerentes, “morbosas o malintencionadas” que se realizan a determinadas partes del cuerpo y, en algunos lugares, pueden ser condenadas con penas severas. Con o sin razón, con justicia o sin ella, Acteón pudiera ser considerado, desde algunas miradas “modernas”, como el primer acosador visual.

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