Opinión

El Nearshoring y la industria audiovisual mexicana

1La renegociación del 2026 del TMEC se presenta como una nueva oportunidad para revisar tanto el impacto adverso como los beneficios y los retos que las últimas tres décadas de creciente integración económica y comercial entre México, Estados Unidos y Canadá han traído al ecosistema de la economía creativa de nuestro país (lo que antes denominábamos “industrias culturales”).

Muy particularmente se deben revisar sus efectos tanto positivos como negativos en la industria mexicana de la cinematografía y los contenidos audiovisuales -con sus múltiples ramificaciones-, siendo el sector que más aporta en el ámbito de la economía creativa al desarrollo económico del país, y uno de los más pujantes a nivel global.

Hay dos abordajes básicos desde los cuales repensar el tema:

El patrimonial-proteccionista, que apelaría a la “excepción cultural” tal como la tienen otros países para fomentar y proteger sus industrias locales ante el embate de los nuevos poderes hegemónicos en la producción y circulación de contenidos audiovisuales -entre ellos Canadá, nuestro socio, que lo incluyó para sí mismo en un apartado del instrumento que nosotros suscribimos a ciegas-. De manera inexplicable México renunció a negociar una cláusula cultural tanto en el acuerdo de 1994 como en el que se renovó en 2018. Se deben revisar pues en 2026 todos aquellos procesos que afectaron de manera directa o indirecta a nuestra industria cinematográfica y audiovisual, incluyendo por supuesto nuestra legislación en la materia.

Uno muy notorio que se derivó del TLC -como también de las políticas neoliberales que acompañaron la instrumentación del Tratado- fue la reducción del 50 al 10 por ciento el espacio destinado al cine mexicano en las salas comerciales del país. Un solo dato tomado del Anuario del IMCINE de 2017 lo expresa con toda claridad: de los 338 millones de espectadores que acudieron a las salas comerciales del país en ese año, sólo 6.6% pagó un boleto para ver producciones mexicanas. Un muy liberal laissez faire dejó la programación en salas a manos de la libre demanda, y en consecuencia la oferta apabullante del cine mainstream de Hollywood puso a nuestras producciones contra las cuerdas.

En un artículo reciente publicado en la revista Nexos, Ignacio M. Sánchez Prado no duda en afirmar que el saldo del TLC-TMEC ha sido negativo para nuestro cine y para la formación de nuestras audiencias. Mientras que una película mexicana -que ya logró pasar el estrecho embudo que separa a la producción de la exhibición- cuando por fin llega a las salas puede ser vista en promedio –y si le va bien- por 255 mil espectadores, el promedio de asistencia a las películas extranjeras exhibidas en México es del triple: 797 mil espectadores, aunque hay fenómenos como el de la película estadounidense de animación Coco, que fue vista en salas por 23 millones de mexicanos. veinte veces más que la más taquillera de las películas mexicana. Siendo una película que apela a nuestras tradiciones y recicla en muchos sentidos los arquetipos de lo mexicano para el resto del mundo, la inmensa mayoría de sus beneficios económicos no le correspondieron a nuestro país.

Otro más fue la privatización y la monopolización tanto de las salas de exhibición como de las empresas distribuidoras y promotoras. Y otro más, que no es consecuencia del TLC, ha sido la tendencia dominante a fomentar por diversas vías la producción de cine, desatendiendo el resto de los eslabones de la cadena de valor que se requieren para que una película que obtuvo algún tipo de estímulo -con recursos públicos o privados- no sólo se realice, sino que también, circule, se promocione y se exhiba en salas, plataformas de streaming, televisión abierta, por cable, y en otros soportes digitales.

El logístico y geoestratégico que tendría que aspirar desde las políticas públicas a fortalecer la competitividad y la participación del sector audiovisual mexicano en la era de las plataformas y la globalización de los contenidos y las producciones. Es decir, no sólo el diseño de políticas de Estado para proteger y fomentar la producción local, sino también las que se orientan a crear las condiciones para que México se beneficie del ascenso global del mercado de la industria audiovisual, y capte por lo menos una pequeña porción del flujo monetario de una industria que en 2022 invirtió en todo el mundo 238 mil millones de dólares.

Es este segundo abordaje, dentro del cual aparece el tema de atraer a México la inversión multimillonaria de la industria audiovisual global -disputada por muchos otros países y para lo cual han diseñado diversos incentivos fiscales-, al que me referiré a continuación.

2.

En efecto, la producción audiovisual es un sector que goza actualmente de un crecimiento significativo y continuo en todo el planeta. Según lo informa la consultora internacional Olsberg (especializada en el estudio de este sector) mientras que en Estados Unidos -líder global en la materia- en 2011 se produjeron 288 series de contenido original, una década después había aumentado a 599 series por año.

Por supuesto no todo de esas casi 600 series se realizó en territorio de Estados Unidos. Infinidad de locaciones, foros y estudios de grabación, los servicios logísticos y técnicos de apoyo a la producción y la postproducción, la tecnología digital, el talento artístico y creativo, la transportación, la renta de equipo, los servicios de publicidad y un largo etcétera, tuvieron a otros países -entre ellos México- como beneficiarios.

En consecuencia, los gobiernos de muchos países han introducido en sus regulaciones incentivos fiscales y otros programas de fomento a la inversión extranjera en el ramo audiovisual. La propia firma Olsberg publica cada año un índice global de incentivos a la producción, en el que México desafortunadamente aparece en los últimos lugares, a pesar de experiencias novedosas como la que se practica desde hace poco e el estado de Jalisco, o bien el decreto que se publicó en octubre pasado en el Diario Oficial de la Federación, por el cual se otorgan estímulos fiscales diversos a sectores de la industria exportadora, incluida la audiovisual. (11/10/2023)

Si la apuesta por la industria de la maquila en la frontera con Estados Unidos fue el gran proyecto mexicano de finales del siglo XX para captar inversión extranjera, y si México a toda costa busca beneficiarse del fenómeno mundial de la relocalización de las empresas (nearshoring) que se aceleró tras la pandemia, un capítulo relevante de esta aspiración lo es sin duda el de los incentivos que se necesitan para captar la inversión extranjera en la producción de contenidos cinematográficos y audiovisuales realizados en nuestro territorio.

México está llegando tarde a este nueva entendimiento que se debe traducir en la generación de incentivos atractivos para los jugadores de las grandes ligas globales de la producción audiovisual. No sólo México, en general América Latina ha reaccionado de manera tardía. En 2019 nuestra región sólo atrajo alrededor de un 3% de la inversión global en producciones internacionales, si bien han aumentado los incentivos sustantivamente y países como Chile, Colombia o Brasil encabezan los esfuerzos de la región.

El sector mexicano de producción audiovisual tiene varios atributos que lo hacen único: una tradición propia como productor de contenidos; bajos costos de producción en comparación con Estados Unidos, Canadá o Europa; proximidad geográfica a los grandes centro de producción audiovisual de Estados Unidos; una comunidad profesional con altos niveles de capacitación y experiencia; y otro más aún más singular: México se puede convertir en el gran concentrador de la producción audiovisual en lengua española, cuyos contenidos tienen como primer destinatario 500 millones de hispanohablantes en el planeta y 60 millones más en Estados Unidos.

En el mes de abril el tema fue abordado aquí en la Ciudad de México en un seminario internacional organizado de manera conjunta por la consultora independiente Conecta Cultura, la firma internacional Baker Mackenzie, y el Banco de Desarrollo para América Latina (CAF). Abrieron camino en una conversación necesaria y urgente de cara a la renegociación del 2026. La Cámara Mexicana de la Industria Cinematográfica (CANACINE) ha hecho lo propio y ha puesto el dedo en el renglón desde hace mucho, de igual manera que el Instituto Mexicano de Cinematografía (IMCINE) participa de manera activa en esta conversación.

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